CAPITULO 1
El despertador sonó por quinta vez.
O más bien, el celular de Travis vibró por quinta vez entre un desastre de libros, ropa sucia y restos de pizza del viernes. El ruido apenas se distinguía entre los ronquidos de su roomie y el reguetón bajito que salía del altavoz de la mesa de noche.
—Travis… —murmuró Diego, su mejor amigo y compañero de cuarto—. ¿No tenías clase a las ocho?
Travis, boca abajo, con una almohada sobre la cabeza, extendió el brazo y tanteó su teléfono a ciegas.
—¿Clase? ¿En esta economía? —farfulló con voz ronca.
—Bro… —Diego se sentó en su cama—. No es cualquier clase. Es con la profesora italiana que te puso un 5 en el ensayo porque escribiste “déjame brillar” en la conclusión.
—Dramática, como siempre —respondió Travis, pero ya estaba de pie, despeinado, sin camiseta, y con esa sonrisa de “no pasa nada, lo tengo todo bajo control” que usaba como escudo para todo.
Veinte minutos después, ya con la mochila mal cerrada, una sudadera sin lavar y una barrita energética entre los dientes, Travis salía disparado de la residencia como si el campus estuviera en llamas.
Ese era él.
Caótico, sí. Pero nunca mediocre.
Aunque no tuviera la vida de lujos de muchos de sus compañeros, su talento hablaba por él. En la cancha lo respetaban, lo seguían, y lo temían.
Y eso bastaba.
Al salir de clase, se detuvo en el comedor, saludando a medio mundo con palmadas, choques de puño y una sonrisa de galán en piloto automático.
—¿Ya viste el correo de deportes? —le preguntó Diego mientras devoraba su desayuno.
—Nah. ¿Ahora qué quieren? ¿Que les done mi alma por la beca?
Diego le pasó su celular. Travis leyó el mensaje con el ceño fruncido.
"A los capitanes Travis Blake y Hana Laurent:
Han sido seleccionados como coordinadores principales para la Semana del Deporte Universitario. Se espera su presencia en la reunión de planificación hoy a las 17:00 hrs en la Sala Ejecutiva del Edificio D."
Travis dejó de masticar su barrita. Lo leyó otra vez.
—... ¿Hana Laurent?
—Sí. —Diego tragó—. La Reina del Polo Norte.
Esa que camina como si el suelo le debiera reverencias.
Esa que te ignoró olímpicamente cuando intentaste invitarla a una fiesta.
Esa que te fulmina con la mirada en las reuniones de capitanes.
—Sí, ya sé quién es, gracias. —Travis sonrió con resignación—. Fantástico. Me van a encerrar en una sala con una estatua de mármol con opiniones.
—¿Crees que te odie?
—No me odia. Solo… no me tolera. Como el gluten.
—Qué poético.
Travis se levantó con su bandeja vacía y una risa floja.
—Vamos a ver cuánto dura su paciencia. Esto va a estar divertido.
Y con eso, el caos se puso en marcha.
**********************
La cafetera soltó su último suspiro de vapor.
El café estaba listo. Perfecto. Medido al gramo.
Justo como todo en la vida de Hana Laurent.
La taza reposaba sobre una bandeja de mármol blanco. A un lado, su desayuno: una rebanada de pan sin gluten, aguacate cortado en láminas simétricas y un huevo pochado que habría hecho llorar a cualquier chef de cinco estrellas.
¿Lo había preparado ella misma?
Sí. Porque no confiaba en nadie más.
Ni en chefs.
Ni en el destino.
Ni, definitivamente, en universitarios hormonales como Travis Blake.
Pero eso no venía al caso.
Aún.
El penthouse en el piso 34 tenía vistas panorámicas de la ciudad. La luz entraba filtrada por cortinas translúcidas.
Todo era elegante. Limpio. Silencioso. Demasiado silencioso.
En el centro de la sala, sobre una mesa de cristal, descansaba una vieja foto enmarcada:
Hana, a los seis años, abrazando a una mujer rubia con sonrisa cálida.
Su madre.
Murió demasiado pronto.
Su padre… bueno, él no murió.
Solo se volvió experto en olvidarla.
Cuarto matrimonio, agenda inalcanzable, transferencias puntuales a su cuenta bancaria y cero llamadas en su cumpleaños.
—Feliz martes, soledad. —murmuró mientras se servía el café en una taza con las iniciales “HL” grabadas en oro.
A las 9:00 a.m., ya estaba en el campus.
Sudadera con el logo del equipo de voleibol, moño impecable, mirada lista para derribar egos.
Sus compañeras la saludaban con un “hola” casi militar.
La temían, la respetaban, y algunas secretamente la adoraban.
Pero nadie la conocía realmente.
Y así estaba bien.
Mientras revisaba su correo desde el celular, caminando con paso firme por el pasillo del bloque deportivo, se detuvo de golpe.
"Coordinadores de la Semana del Deporte:
Capitana Hana Laurent y Capitán Travis Blake.
Primera reunión: Sala Ejecutiva, Edificio D, 17:00 hrs."
Ella parpadeó.
Leyó de nuevo.
Inspiró profundamente.
Y luego, sin perder la compostura, murmuró en voz baja:
—¿Quién se tragó una pila y pensó que esto era buena idea?
Un alumno que pasó junto a ella se detuvo.
—¿Perdón?
—Nada, sigue caminando antes de que pierdas la beca —le lanzó con una media sonrisa helada.
El alumno desapareció como alma que lleva el diablo.
Hana suspiró.
Travis Blake.
El payaso del equipo de básquet.
El rey de los chistes malos.
El único ser humano sobre la faz de la Tierra que lograba hacerla… perder el control.
—Perfecto. —musitó, apretando los dientes—. Que empiece el circo.