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861 Palabras
Cata se mudó antes de lo que hubiera aventurado. Había utilizado todos su ahorros y eso le daba un poco de miedo, pero una vez que estuvo instalada sintió que algo de su estructurada forma de ver la vida comenzaba a ceder. No le había pedido ni un centavo a Pablo, se había comprado lo mínimo indispensable y le había pedido a Luli que buscara sólo sus cosas del departamento. Su amiga la obedeció, no sin antes buscar los tres vinos más costosos de la cava de la que Pablo solía presumir y esconderlos junto a una nota en uno de los bolsos. SOLO PARA OCASIONES ESPECIALES, decía con su indescifrable letra de médica y unos cuantos corazones. Cata sonrió al verlos y los guardó en su cocina, a lo mejor tenía suerte y encontraba alguna ocasión especial, pensó. Había pasado el fin de semana ordenando cosas y por fin se disponía a descansar cuando el timbre sonó. Algo sorprendida se miró en el espejo que había colgado horas antes junto a la puerta de entrada para descubrir que llevaba el pelo atado en lo que suponía ser un rodete pero el rebelde se había empecinado en dejar caer varios mechones. Vestía unas calzas negras que llevaba tiempo sin usar pero que le habían resultado comfortables para la ocasión y una remera con el hombro caído que dejaba ver el bretel de su sujetador n***o, el mismo que le resultaba tan cómodo como poco provocativo. Frente a la insistencia del timbre decidió abrir de todos modos y no pudo arrepentirse más. Frente a ella pudo ver a Matías, con una remera deportiva de color azul claro y unos shorts que mostraban sus musculosas piernas con dos tatuajes que jamás le había visto. Tenía el aspecto de quien ha corrido varias horas pero su aroma era exactamente igual al que recordaba de la oficina. -Hola vecina.- le dijo retirándose los auriculares por los que seguramente había estado escuchando música mientras hacía deporte. -Hola vecino.- le respondió ella intentando cubrirse el hombro que hacía lo imposible por volver a mostrarse. -Ya estoy casi instalada ¿queres pasar? - agregó haciendo un gesto con su mano. -No, gracias, sólo pasaba y reconocí tu auto.- le respondió él volviendo a mirar su cuerpo con descaro, como aquella fatídica noche. Cata se sonrojó un poco y cruzó los brazos sobre su abdomen en un fallido intento por ocultarse, que lo único que hizo fue juntar más sus senos que impertinentes se asomaron por el escote de su remera, logrando que la vista de Matías volviera a desviarse. -Veo que ya pudiste volver a correr.- le dijo ella intentando salir de la tensión que aquella mirada le producía. -Si, por suerte no fue nada serio. ¿Vos estás bien? Si necesitas algo mi casa está a la vuelta de esa rotonda.- le dijo él aumentando la distancia entre ambos. De repente verla tan informal, volvía a despertar una curiosidad que no estaba dispuesto a aceptar. -Bueno vecina, me alegro de que esté instalada, nos vemos mañana en la oficina.- dijo cambiando totalmente su actitud, construyendo una pared invisible entre los dos que a Cata la hizo sentir algo desilusionada. Si bien su aspecto no era el mejor, esperaba que al menos quisiera pasar un rato. ¿Tan desagradable le parecía que no podía aceptar un vaso de agua? Entonces su expresión también cambió y Matías pudo verlo claramente, la había ofendido cuando su única intención era la de evitar que sus instintos lo llevaran a hacer algo de lo que los dos pudieran arrepentirse. -Hasta mañana. - le dijo ella comenzando a cerrar la puerta, pero él se lo impidió, en un arrebato que los dejó demasiado cerca. -Me gusta la Cata informal.- le dijo animándose a colocarle un mechón de su cabello desmechado detrás de la oreja y cuando su mirada volvió a ser la que le gustaba finalmente se retiró como si hubiese logrado lo que buscaba, dejando a Cata más sorprendida que enfadada. Una vez en su casa Matías se metió en la ducha sin poder dejar de pensar en la seria doctora que últimamente se colaba en sus pensamientos más de lo debido. Se repetía que no era la clase de mujer con la que solía salir y sin embargo allí estaba recordando ese escote que lo había invitado a querer conocer más. Con sólo pensar en él su cuerpo reaccionó en cuestión de segundos. Llevó ambas manos a su m*****o erecto y mientras el agua cálida recorría sus fuertes músculos se dio placer imaginando aquellos labios, tan reticentes a sonreír alrededor de él. Cerró sus ojos y pudo verla de rodillas frente a él introduciendo una y otra vez la totalidad de su sexo en su boca. Entonces sólo bastaron un par de movimientos para que lograra acabar. ¿Qué le estaba pasando? Él no era así, no necesitaba autosatisfacerse, siempre había alguna mujer dispuesta a hacerlo. ¿Entonces por qué había llegado a necesitarlo? Terminó de ducharse y tomó el teléfono, quería volver a su vida habitual, donde ninguna doctora inocente ocupaba sus pensamientos y el sexo era sólo eso, sexo.
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