Esa semana Cata se animó a visitar algunas de las casas que la agente inmobiliaria con la que Matías la había contactado le ofreció. Su sorpresa fue bastante grata al hacerlo. Conoció tres barrios privados de la zona en la que el laboratorio estaba ubicado y los encontró hermosos.
Sus calles angostas, con las flores relucientes y el pasto perfectamente cortado daban la sensación de transportarse a otra provincia. El recuerdo del lugar de su infancia la alentó a hacerse la idea de que aquel podría ser un buen lugar para volver a empezar. Los costos eran un poco más elevados, pero como la distancia al trabajo era menor podía ahorrar en viaje.
Se decidió por fin por una casa pequeña pero delicada en el más pequeño de los barrios. Era una casa con una hermosa galería en el frente en la cual colgaba una hamaca que la sedujo al extremo de imaginarse ella misma largas horas allí sentada disfrutando del sol de las tardes.
Había almorzado en varias oportunidades con Matías siempre respetando sus espacios, con la premisa de ser amigos clavada en su mente. Le había contado los avances con las inmobiliarias y sus proyectos en el laboratorio. Nada demasiado íntimo, pero todo agradable. En sus pocos encuentros había identificado perfectamente las miradas que recibía por parte de varias mujeres y el gesto que hacía él para restarles importancia, aunque era perfectamente consciente de ellas.
Esa tarde, luego de firmar el contrato junto a su amiga Luli, volvió al edificio en el que trabajaba y sin pensarlo marcó el quinto piso en el ascensor. Nunca había ido a la oficina de Matías, siempre era él quien la buscaba en el laboratorio. Se sintió algo extraña al ingresar al hall del departamento de finanzas. Las personas que allí trabajaban se vestían demasiado elegantes. Miró sus botas de taco bajo y su pantalón algo gastado y ya no le pareció tan buena idea su arrebato, pero antes de que pueda arrepentirse la recepcionista le preguntó a quién buscaba.
-Busco al señor Alfonso.- dijo una vez que su voz se dignó a salir.
-Ah, Matías, le última oficina por aquel pasillo.- le dijo la joven volviendo su mirada a la pantalla de su teléfono.
Cata caminó hasta la puerta que estaba entreabierta y antes de golpear lo observó unos segundos.
Llevaba una camisa de rayas finas, como siempre entallada su perfecta figura. La mirada concentrada en su computadora y los labios ligeramente fruncidos, dándole un aspecto profesional. Supo por la manera en que achinaba sus ojos, que se resistía a la idea de usar lentes, como si pudieran delatar su verdadera edad.
Entonces, como si hubiese podido sentir su presencia Matias giró su cabeza y la descubrió. Su gesto pasó en una fracción de segundo de la seriedad a la alegría. Su rostro se iluminó como el de un niño a quien le acaban de hacer un regalo, no quería admitirlo aún, pero cada vez le gustaba más pasar tiempo con ella.
-Perdón, no quería molestarte.- dijo Cata, sin animarse a entrar del todo.
Matías se puso de pie y se acercó mientras le hacía un gesto con su mano para que entrara.
-Pasá, nunca vas a molestarme. - le dijo con esa voz tan seductora, con la que Cata había comenzado a soñar.
-Sólo quería contarte que me decidí y acabo de firmar el contrato para mi nueva casa.- le dijo acercándose con cautela. Todavía guardaba la ilusión de que la viera como alguien más que una amiga y esos comentarios no hacían más que alimentar esos pensamientos.
Matías sin pensarlo se acercó y la abrazó sin previo aviso, dejándola entre la sorpresa y el temor. No se animó a corresponder el abrazo, temía que su cuerpo la delatara, pero a él pareció no importarle, prologó el abrazo y antes de separarse le dijo demasiado cerca.
-No te vas a arrepentir. - y luego agregó sin terminar de soltarla.
- ¿En qué barrio al final? -
Ella sonrió sin querer mirar en dirección al contacto que aún tenían y le respondió:
-Weston.- respondió y una vez más pudo detectar esa transformación tan luminosa que sufría el rostro de Matías cuando algo parecía gustarle.
-Es el mio, no lo puedo creer, vecina.- le dijo sonriendo.
Cata lo imitó, no tenía idea de que había elegido el mismo barrio en el que él vivía y eso la alegraba tanto como la inquietaba. Había pasado las últimas semanas prestando especial atención al atuendo que llevaría al trabajo, ya que aunque no lo admitiera aún quería gustarle, pero la posibilidad de cruzarlo en cualquier momento del día podía ser más complicada.
Se miraron unos segundos más intentando descifrar lo que en realidad sentían y entonces alguien llamó a la puerta. Ambos giraron para mirar a la joven recepcionista, pero Matías no soltó el brazo de Cata.
-En 10 minutos comienza la reunión con los de compras.- le anunció la joven, llevando sus ojos sin disimulo al lugar en el que sus cuerpos se unían. Cata intentó soltarse pero una vez más sintió esa presión que se lo impedía. Miró la mano de Matías y luego su rostro, él parecía no darse cuenta de que la sostenía.
-Gracias Eugenia, ahora voy.- le respondió a la delgada joven que luego de ofrecer una ligera mueca de desagrado se retiró.
Cata, que seguía mirándolo a los ojos, esperó pacientemente y cuando él por fin la miró alzó ambas cejas con una elocuente expresión.
Matías arrojó una escueta sonrisa que a ella se le antojó demasiado hermosa.
-Ya me puedo ir o vas a sujetarme mucho más tiempo. -le dijo ella algo impaciente, intentando ocultar lo que en realidad aquel contacto le provocaba.
Matías la soltó lentamente y no le respondió, aunque pudo ver en su expresión que lo estaba disfrutando.
Antes de salir de la oficina, cuando Cata pudo recuperar el aliento giró y alzó su mano.
-Supongo que nos estamos viendo… vecino.- le dijo con una sonrisa de lado.
-Supongo…- respondió él con falsa indiferencia, disfrutándolo más de lo debido.