Cata se había enfocado en su trabajo como solía hacer. No quería volver a entrar en el juego de un hombre, el recuerdo del fracaso aún era demasiado reciente. Sin embargo, cada vez que salía a caminar por las mañanas o llegaba la hora del almuerzo, internamente esperaba que Matías volviera a aparecer.
Habían pasado cuatro días y no se habían vuelto a cruzar, habiendo perdido las esperanzas, Cata le dijo a sus compañeros de laboratorio que no los acompañaría en el almuerzo y volvió a su microscopio a observar la metafase de sus moléculas. Entonces una voz que extrañaba sin saberlo la llamó.
-Hola doctora, ¿ya almorzó? - le preguntó Matías desde la ancha puerta con su brazo apoyado en el marco y esa sonrisa de lado tan seductora. La había estado observando durante un rato antes de llamarla, quería convencerse a sí mismo que aquellas curvas marcadas no eran de su agrado y sin embargo su mente lo llevó a imaginarlas en otras circunstancias.
-Hola, extraño. Estabas algo desaparecido. - le dijo arrepintiéndose casi al instante, mientras volvía su vista a su mesa de trabajo para acomodar algunas cosas.
-Estoy con el cierre del mes, suele ser un periodo un poco absorbente.- le respondió él sin querer reconocer que se había alejado a drede. Cata tomó su bolso y su abrigo del perchero y pasó por su lado sin mirarlo.
-¿Vamos? - le dijo insistente al ver que no se movía.
Matías entre sorprendido y divertido comenzó a seguirla.
-¡Qué mandona que sos cuando estás en el papel de jefa!- le dijo en voz baja mientras llegaban al hall del edificio.
Cata sonrió pensando en algo elocuente para responderle cuando volvió a escuchar su nombre. Esta vez en una voz que conocía demasiado bien.
Ambos giraron para encontrarse con el orgulloso Pablo, quien lucía tan elegante como siempre, con su traje azul oscuro entallado, su afeitada al raz y los lentes de aviador ocultando su mirada incisiva.
Matías analizó a aquel hombre tan seguro de sí mismo mientras se acercaba con paso firme a Cata y luego desvió sus ojos hacia ella. Aquella expresión que había intentado borrar con sus encuentros volvió a instalarse y sus ojos, que solían brillar se habían apagado como una llama consumida.
-¿Qué haces acá? - fue lo único que pudo decir Cata en voz tan baja que Pablo tuvo que acercarse más para escucharla.
-¿Podemos hablar un minuto? - le preguntó depositando una mano sobre su brazo en un gesto que Matías quiso abolir para siempre.
Cata dudó un instante y para Pablo fue suficiente. Acercó la mano hasta su cintura y comenzó a arrastrarla hacia la salida. Entonces Matías carraspeó en un volumen alto para que lo escucharan y logró que ambos se detuvieran.
-¿Estás bien Cata?- le preguntó mirándola a los ojos ignorando los misiles que enviaban los ojos de Pablo ocultos por sus anteojos.
-Claro que está bien, y si no te molesta tengo que hablar con mi esposa.- se adelantó a responder Pablo, volviendo a tomar a Cata de la cintura.
-Le pregunté a ella.- insistió Matías, sintiendo como la furia comenzaba a apoderarse de él.
-Y ya te respondí yo.- arremetió Pablo sin mirarlo.
Matías intentó tomarlo del brazo pero Cata habló antes de que llegara a tocarlo.
-Gracias Mati, estoy bien, nos vemos después.- dijo y el hecho de que lo llamará de esa manera tan personal junto a sus ojos suplicantes fueron demasiado para él que desistió de su intento por detener a aquel hombre, que tan mal le había caído.
Pablo quiso volver a hablarle, Cata lo supo por la sonrisa macabra que se dibujó en sus labios y antes de que continuase depositó su mano sobre su pecho.
-Pablo, por favor. - le dijo con seriedad.
Entonces ambos abandonaron el edificio dejando a Matías con la necesidad de calmar su enfado antes de cometer alguna estupidez.
La vio alejarse al lado de aquel hombre tan engreído y pensó que no tenían nada que ver. Ella era dulce, inocente, luminosa y, aunque le costara reconocerlo, era demasiado hermosa. Y él era oscuridad, displicencia y superioridad todo lo que siempre había odiado en las personas.
Matías pasó el resto de la tarde pensando en ella, bajó varias veces a los laboratorios hasta que finalmente una de las empleadas le confirmó que Cata había avisado que no regresaría. Pensó en escribirle, pero siempre encontró alguna razón para desistir. Lo había llamado Mati, lo recordaba como sí estuviese allí con él, pero también se había ido con su marido y también lo recordaba muy bien.
Regresó a su casa y al pasar por el frente de la casa de Cata no vio su auto, volvió a pasar entrada la noche, mientras corría y las luces de su casa continuaban apagadas. Se sentía perdido, la había estado evitando y ahora no podía dejar de pensar en ella. Deseaba que no hubiese perdonado a su ex marido, pero cada vez se convencía más de que estaban juntos. No quería imaginarla en sus brazos y menos aún en su cama.
Dio vueltas y vueltas en su dormitorio, intentando borrar aquella imagen hasta que finalmente se durmió, no sin antes volver a recordar como lo había llamado. Ni extraño, ni vecino… Mati. Tan simple como íntimo, tan real como hermoso.