CAPÍTULO 6

3075 Palabras
—Mal diseño para el uniforme de sirvienta —dijo la señora elegante a la que le había abierto la puerta del departamento en que vivía. Instintivamente dirigí mis ojos a mi ropa. Estaba vestida con un short gris algo flojo de las piernas y una blusa rosa claro de tirantes, además estaba descalza y, seguramente, despeinada. Levanté la vista hacia Miguel que miraba a la mujer que, probablemente, me llamó sirvienta con la intensión de molestarme. Pero no me molestó. Deduje que era mi contrincante en la pelea que me habían pagado por contender. Lo confirmé cuando Miguel al fin abrió la boca. —Buenos días, madre —dijo y saludé también. —Necesito que hablemos —informó la señora y me miró como empujándome con los ojos.  Entendí que yo estaba de más, así que dije que iría a bañarme y hui de la incómoda situación. Subí a la habitación, me bañé, vestí y peiné, entonces fui a la cocina para encontrar a solo la señora en el lugar. » Fue a comprar el desayuno —informó al mirarme buscando al que no estaba—. Él no entiende, necesito probar suerte contigo. Siéntate. Tomé asiento frente a ella y le miré asustada. Era cierto que mi único objetivo era molestarla, pero yo había sido educada para ser respetuosa, así que solo obedecí y escuché callada todo lo que ella tenía para decirme. » Escuché rumores de que alguien estaba disfrutando de la fortuna de mi hijo, pensé que estaba bien. Pagar con una blusa de marca el acompañamiento no es tan raro —dijo—, pero él ha excedido el tiempo permitido para obsesionarse con un juguete. Le he dicho que te deje, dijo que no lo hará. Así que voy a pedirte a ti que lo dejes. No eres alguien digna de estar a su lado, así que déjalo para que pueda ocupar su tiempo en encontrar a alguien adecuada. —¿Quién es alguien adecuada? —pregunté después de ganar valor para discutir con ella. Porque el objetivo que ella llevaba era contrario al mío, así que era inevitable que termináramos discutiendo. —Tú no lo eres —aseguró sonriendo y no pude evitar bufar una risa. —Eso no lo sabremos hasta que lo probemos —dije y me miró aún más molesta de cuando me reí de su respuesta anterior—. Además, es Miguel quien debe descubrirlo por sí mismo, no usted. Le agradecería, y mucho, que se mantuviera al margen de sus decisiones. —Es evidente que no se puede confiar en las decisiones de Miguel —dijo poniéndose en pie—, tan evidente como tu falta de clase. —Puede faltarme etiqueta, lo admito, pero tengo educación, y mi propia clase. —No tienes nada que ofrecerle a mi hijo. —Si él no estuviera satisfecho con lo que obtiene de mí, créame, señora, que usted no tendría que haberse molestado en venir aquí. —No los voy a dejar jugar a la casita. ¿Tienes idea de las habladurías que están propiciando? No eres alguien digna de él, no le hagas daño a su reputación. —A mí no me interesa la reputación de su hijo. Ni siquiera me importa la mía, de ser así lloraría cada que, a mis espaldas, me llaman zorra oportunista. Sé lo que soy y sé lo que hago. Soy un adulto, señora, su hijo también lo es. Así que sus cuidados están de más. —Hablas tan despreocupadamente. La reputación lo es todo. ¿Qué clase de futuro tiene una pareja de una zorra oportunista y el idiota que lo permitió? —No sé, averigüémoslo. —Por supuesto que no vamos a averiguarlo. Dime qué es lo que quieres para irte sin hacer mucho ruido. Estoy segura de que lo que te gusta es su dinero, así que pongamos un precio y lleguemos a un acuerdo. —Me gusta su dinero, sí. Sería tonto pretender que no me gustan los lujos y comodidades con las que me rodeó su hijo; pero no estoy aquí solo por eso. Así que no habrá un acuerdo entre nosotras. —¿Prefieres pelear conmigo? No vas a ganarme, niña. No tienes ni la clase, ni los medios, ni la experiencia para pelear contra mí. —No se crea —dije burlona—, los medios los puedo obtener, no tengo la clase, cierto, pero soy muy inteligente, seguro me las arreglo para salir bien librada. —Voy a dejarte sin nada si no aceptas mi propuesta —amenazó. —No tengo nada que no sea de su hijo, y voy a asegurarme de que él siempre esté de mi lado para no perder eso. —Insolente. Estás muy segura de que lo tienes, ¿no? —preguntó y sonreí altanera—. No tienes nada, ni siquiera su corazón es tuyo. Él jamás va a amarte. Le miré confundida. Se suponía que estábamos fingiendo estar enamorados, ¿entonces por qué ella aseguraba que él jamás me amaría? ¿Los ricos se llevaban a alguien a vivir consigo solo porque sí? Yo había ido a parar ahí por un capricho, no solo porque sí. » No puedes contra ella —dijo sonriendo—. Disfruta tu estadía tanto como puedas, porque no va a durarte mucho. Espero que no nos volvamos a encontrar. La señora que ni siquiera se presentó, y que no preguntó siquiera por mi nombre, se fue después de que yo no fuese capaz de decir nada más. De rato entró Miguel a la casa y me encontró en la sala donde yo estaba tirada en un sillón. —¿Fue muy grosera? —preguntó y negué con la cabeza.  Además de haberme llamado zorra oportunista, y de menospreciarme por mi posición socioeconómica, nada malo había dicho o hecho. «¿Debería preguntarle por "ella"?» me pregunté mientras le veía y negué para mí misma. Ese era un asunto que no me concernía y en que no me metería. Sus problemas amorosos eran de él y nada más. » ¿Qué te dijo? —preguntó curioso, levantando mi cabeza y sentándose para dejar una de sus piernas como mi almohada. —Nada que no supiera. Dijo que no soy digna de ti, que no tengo su clase, que no me gustabas tú, sino tu dinero y que no vas a amarme jamás. Mientras yo hablaba, Miguel sonrió, sobre todo cuando dije lo del dinero, pero su sonrisa se esfumó cuando dije la última frase. —Amar es complicado —dijo buscando excusarse, quizá.  Pero no había ninguna necesidad de dar explicaciones pues, además de que yo no las quería, no teníamos el tipo de relación que las precisaba. —Pero no estamos viviendo juntos para amarnos —dije levantándome, caminando hasta la bolsa que él había dejado en otro de los sillones y, revisando su contenido, continué hablando para él—: es para molestar a tu madre y al fin está funcionando. ¿Quieres que caliente esto? —Yo no tengo hambre —dijo y caminé a la cocina para calentar lo que había llevado, yo si tenía hambre. Después de la visita de su madre, Miguel se comportó extraño, pensativo y lejano. Comí pizza y comí sola. A las cuatro de la tarde él seguía sin hambre, así que, cuando se encerró en la habitación que utilizaba para trabajar en casa, me resigné a que mi sábado fuera como cualquier día de la semana: solitario. Tonteé toda la tarde, un rato con un libro, otro rato en la televisión y, aburrida, me tiré en la cama con el celular en la mano. i********: y Twitter me mantendrían ocupada hasta la madrugada, seguro. Cuando la luz del teléfono hizo mis ojos renegar, vi que era tarde, la oscuridad penetrante en que estaba me lo dijo. Apagué el teléfono y, quitándome los zapatos, me recorrí hasta estar por completo sobre la cama, entonces me recosté de lado y cerré los ojos. Segundos después escuché la puerta abrirse y, segura de que era Miguel, pretendí dormir para no incomodarlo.  Los compañeros de piso no deberían involucrarse demasiado con sus compañeros de piso. Pensando en eso permanecí inmóvil incluso cuando lo sentí recostarse tras de mí, y mucho más cuando me abrazó por la espalda y susurró tonterías en mi nuca. —Estoy aterrado —dijo—, pensé que sería divertido, pero hoy que la vi, y que me pidió hablar contigo a solas, me inquieté demasiado. No quiero que ella te haga daño, no quiero que ella le haga daño a quien amo otra vez. Fue complicado fingirme dormida después de eso, mi respiración se detuvo por un segundo y tuve que forzar un suspiro para que él no se diera cuenta que me había sorprendido un comentario que se supone no había escuchado. Miguel se quedó dormido justo después de robarme el sueño.  Desde que él declaró indirectamente que me amaba, yo había estado buscando indicios de que eso que no había visto, y encontrándolos. Todas esas veces que pensé que él no me veía, que me miraba como esperando que yo fuera alguien más, fueron mi conclusión apresurada. Si miraba detenidamente me daba cuenta de que lo que quería era que yo fuese alguien que le amaba. ¿Puedes enamorarte de quien no conoces en dos meses? Me pregunté y, viendo todo el tiempo que compartíamos, deduje que al menos el inicio del amor podía darse. Además, a pesar de que yo había rehuido el tema, me había topado con suficientes indicios para saber que hubo alguien, a quien me parecía, viviendo en su corazón antes que yo. Pensé que él tal vez estaba confundiendo las cosas, y, de no ser porque yo había estado siendo mantenida con el propósito de esa estúpida batalla con su madre, habría salido corriendo para que él no terminara más confundido que yo.  Yo no estaba enamorada de él, pero lo quería lo suficiente como para no querer hacerle daño alguno. Por eso decidí sacar a relucir las cláusulas de nuestro contrato de palabra. No nos amaríamos, y estaríamos juntos solo hasta que su madre se arrancara algunos pelos.   * *   —Buenos días —dije poniendo una taza de café frente a él cuando se dejó caer en una de las sillas del comedor—. ¿A qué hora te acostaste? —Tarde —dijo y dio un sorbo al café, haciendo mala cara y provocándome reír.  Él me miró con los ojos entrecerrados, reprochándome, y se estiró para alcanzar la azúcar y endulzar el café. —Estaba pensando que deberías comenzar a hacer la lista de tus amigos casaderos —dije y me miró con los ojos muy abiertos—. Ahora que comenzó mi guerra contra tu madre, puedo sentir el final acercarse. ¿Cuánto tiempo se supone que debo molestarla? Dos o cuatro meses es poco tiempo para enamorar a alguien. Miguel no dijo nada, solo me miró como intentando asimilar lo que yo decía con toda la intensión de que se diera cuenta de que no estaba enamorado de mí, y que no era mi intención enamorarme de él. Terminé mi café sin azúcar que me despertaba cada mañana y, después de lavar mi plato, me dirigí a la puerta de la cocina para seguir con mi vida después de pintar claramente, y en su nariz, esa línea que no le iba a dejar cruzar. » Deberías ponerle sus virtudes y defectos, no soy alguien que se casaría con el dinero de alguien. Si voy a vivir con alguien para toda la vida, creo que sería prudente que no choquemos mucho. Me voy a bañar, luego intentaré que mi madre me invite a almorzar hoy. Fui a bañarme y, cuando pasé por la cocina para dejar el departamento, él seguía en la posición en que se había quedado cuando dejé la cocina media hora atrás. Suspiré cuando llegué a la calle, me sentía mala e injusta. A pesar de que quien estaba rompiendo el trato era él. » Tal vez debería preguntar por ella —dije y caminé hasta mi casa. Necesitaba arreglarme con mi madre antes de que todo terminara. Llegué a la casa de mamá y no me atreví a tocar a la puerta.  Los rechazos de mi madre no eran cosa simple de aceptar. Me dolían y quería evitarlos, pero, además que necesitaba asegurar mi lugar a donde volver, quería en serio verla y escucharla. Así que, sin ganas de volver a enfrentar a Miguel, me senté en la banqueta. —¿Te corrió y no te dejó tener nada de lo que te compró? —preguntó la voz de mi madre detrás de mí. Levanté la cara y le miré. Mamá negó con la cabeza—. Anda, entra —dijo y sonreí pidiéndome de pie para seguirla. » ¿Has estado bien? —preguntó y asentí—. ¿En serio? Pareces preocupada por algo. —La mamá de Miguel fue ayer a mi casa —informé—, las cosas están incómodas entre nosotros desde entonces. Mamá bufó una risa. —Peleas conmigo hasta lograr lo que quieres, pero te rindes en cuanto ella habla. —No me he rendido, solo le estoy dando espacio a Miguel. Yo no voy a perder nada si ellos se pelean, él perderá mucho. —¿Están seguros de que vale la pena pelear contra ella?, ¿segura que quieres vivir con ella en guerra contigo? Ella es su madre, no vas a separarlo de ella, aunque te esfuerces. —Yo no quiero separarlos, ella quiere separarnos porque yo no tengo clase —aclaré—. Sabes, ma, de alguna manera siento que la entiendo, y luego me enoja que se meta donde no debería meterse. Es la vida de su hijo, no de ella, además, él es un adulto. Aún si no sabe lo que está haciendo y se equivoca, ahora debería tener la madurez de hacerse responsable por sus errores. —Ella es su madre, Ana. Así como yo siempre buscaré la manera de darte una chinga si te portas mal, aún a los cincuenta, ella siempre querrá protegerlo de cometer errores que le van a doler. —Yo no duelo —reproché y mi madre rodó los ojos. —Tú eres un dolor en el trasero —dijo y, después de fingir indignación, me reí y acepté el plato de comida que no me gustaba que me ofrecía. Mamá sonrió burlona—. Eres inteligente, arréglalo. Asentí y comí lo que me había dado mientras ella me miraba con una sonrisa en el rostro. » Te ves bien —dijo y sonreí.  Ahora que me sentía de nuevo parte de mi casa, me sentía en serio bien. Pasé el domingo con mi madre, haciendo todo lo que nunca había querido ayudarle a hacer.  Mientras platicábamos de todo, y de nada, mientras me platicaba los chismes y nuevas de vecinos y conocidos que yo ni de nombre ubicaba, mientras me hacía limpiar los lugares que ella no alcanzaba y subirme a un banco para también limpiar arriba de los muebles, recuperé mucha de la vitalidad que había sentido perder el día que me desconoció como hija. —¿A qué hora te vas a ir? —preguntó mi hermano que me ayudaba a poner la mesa para la cena. Le miré con reproche y él hizo una careta que odié tener que verle. Iba a responder tan grosera como me gustaba ser con él, pero el timbre sonando sacó de la cocina a mamá, y a mi hermano y a mí nos hizo mirarla con una sonrisa mensa de esas que decían que no hacíamos nada malo. —Buenas noches —dijo una voz realmente conocida para mí. Mamá respondió de mala gana y le dio el pase a Miguel a nuestra casa. —En su casa no tienen comida, ¿o por qué vienen a cenar a mi casa? —preguntó Aldo ganándose un pellizco de mamá. Me reí de su grito y su expresión, luego de eso recibí a mi compañero de piso con un beso que, aunque llevaba la intensión de ser en su mejilla, terminó en sus labios cuando giró el rostro.  Le miré sorprendida, él me regaló una sonrisa malditamente deslumbrante. Y, por primera vez en toda mi vida, el comedor para seis personas en la casa de mi madre estuvo ocupado por más de cuatro personas. Miguel era un sujeto agradable, así que terminó congeniando con los dos hombres en mi casa, mi mamá no fue nada agradable con él, pero se portó cordial. Ambas escuchamos charlas que seguro nunca pensamos que escucharíamos, no en esa mesa, al menos. Yo dejé la preocupación de lado. Viendo lo relajado que Miguel estaba, asumí que había revalorado todo y se había dado cuenta que seguir con el plan inicial era lo mejor.  Además, me gustaba que estuviera bien, así que disfruté la cena con mi familia y un agregado que absolutamente jamás sería parte real de mi familia. —Ni siquiera me mandaste un mensaje en todo el día —se quejó cuando, en la cocina, me atrapó sola.  Yo estaba lavando los trastos de la cena, mi madre y hermano terminaban de recoger la mesa. Papá veía televisión en la sala. —Parecía que tenías cosas que pensar —dije—, pensé que traías algún problema con el trabajo y no quería interferir. Además, la pasé ocupada con mamá. Al parecer, aunque aún te odia, a mí me perdonó. —¿Crees que si la llevo de compras me perdone? —preguntó y reí ante la idea—. Deberías llevar a una de tus clases de yoga a mi madre, a ella le gustan esas cosas también. Así comienzas a agradarle. —¿Agradarle? Creía que la misión de mi llegada a tu vida era molestar. —Bueno —dijo acercándose a mí, abrazándome por la cintura y pegando mi cuerpo al suyo cuando cerró el abrazo—, cambié de opinión. Quiero que ella admita que eres una buena mujer, digna de mí y nuestra familia. Le miré extrañada. ¿No era que había asimilado lo que éramos y debíamos hacer? » Anoche no mentí, te amo, Ana Marcela —declaró—, y voy a hacer que te enamores de mí.
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