Capítulo Quince.
Diana
Gritos de poder.
La rabia me va dominando poco a poco, sin llegar a un nivel donde no pueda controlarla. Pero cada vez que veo la rebeldía y orgullo que recorre el rostro de uno de los cadetes preferidos del capitán, no hace más que enojarme y corromper el control que poseo. Del escuadrón 0-57 soy el m*****o que tiene peor temperamento y estalló con facilidad. Todo el mundo lo sabe; sabe qué tan violenta y letal puedo llegar a ser cuando he perdido el control. Que este cadete, con aire de superioridad por ser hombre y haber tenido un pequeño trato preferencial por el capitán, intente demostrar que puede conmigo solo por ser mujer, solo llama al derramamiento de sangre.
—Seguimos adelante —ordenó cuando los cascos camuflados salen de nuestra vista panorámica. Los soldados que han tomado el papel de enemigos durante la práctica se esconden con perfección, respiraciones controladas y movimientos casi imperceptibles. Pero al final, sé donde están, cuánto son y qué posiciones están tomando para un futuro ataque.
No obstante, mi cuadrilla de novato se levanta con confianza, alzan la cabeza y siguen adelante apenas mirando a su alrededor. Sus movimientos son lentos, controlados y calculadores mientras se levantan, intentando no llamar la atención; pero son demasiado descuidados y pausados para mi ojo. Comienzan a avanzar lentamente, agarrando las armas de largo alcance, apuntando hacia el frente, dejando a dos en el centro y dos personas a cada lado; una buena posición para defender o atacar si hay una presencia enemiga.
—Cuidado con el terreno —habló fuerte y duro. Desde la parte de atrás, todos exclaman afirmativamente, menos el rubio oxigenado.
El tintineo de un metal llega hasta mis oídos, apenas siendo un murmullo. Aquel débil tintineo viene y va cada pocos segundos; es preciso y medido, marcando el tiempo con exactitud. El metal pasa a ser un sonido más familiar, uno que puedo reconocer con los ojos cerrados y rodeada del caos de un enfrentamiento; los cadetes avanzan ajenos al sonido tintineante que avisa el comienzo del peligro. Espero que alguno de los presentes se dé cuenta hacia donde están caminando, que sus pasos van directos a una trampa; pero nadie se da cuenta, ni siquiera Noah, lo cual me desanima.
—Mina—grito, todos se quedan quietos, congelados ante el grito de un inminente peligro.
Menos el rubio; él sigue avanzando, ignorando la orden implícita que he dado. Lo empujó alejándolo de su siguiente posición antes que pise la pequeña montaña de tierra. Escarbo en la tierra ligeramente con una rama, encontrando la mina defectuosa. Me giré enfrentando al rubio.
—Grite que había minas —le digo lentamente y con gritos. La rabia exhumándose de mis poros—acaso no sabes qué hacer cuando hay minas—él asiente, avergonzado y apenado del regaño. Sigo gritándole exigiendo que responda lo que se debe hacer en caso de encontrar una mina. No me importa que se sienta insultado o esté muriendo de vergüenza; este maldito rubio ha desobedecido varias de mis órdenes; lo he dejado pasar porque estas pruebas son difíciles y la última es la peor. Pero no quiero cargar con su muerte sobre mis hombros por no poder seguir una maldita orden. Si él va a morir, será por mi mano, si continúa retándome tan descaradamente. — ¿Qué tienes que hacer, cadete, cuando hay minas?
—Quedarnos quietos —responde.
— ¿Cómo? Repite fuerte que no te escucho.
—Quedarse quieto, teniente.
—Entonces porque no obedeciste lo que dije —no responde—, acaso estás sordo, porque si lo estás es mejor que te largues ahora mismo.
Su rostro enrojece, aunque la expresión que domina su trasgo es chistosa y en otro momento me hubiera reído. Estoy cegada por la rabia y no puedo hacer más que gritarle, exigiendo su sumisión. Él es un cadete, mientras la persona delante de él, quien le habla, es una teniente de las fuerzas especiales. La mejor francotiradora del ejército nacional y una maldita perra que no le gusta que la subestimen y este niñato lo ha hecho.
—No, teniente.
— ¿No, qué cadete?
—No, estoy sordo.
—Espero que esto no se vuelva a repetir.
—Sí, señor.
—Sigan adelante, cadetes.
La prueba continua; más dificultades aparecen por el camino; el rubio me desafía cada vez que es posible, infravalorando mi posición; algunas veces lo corrijo y otras no; solo cuando veo que la seguridad del grupo será puesta en peligro, cruzamos el terreno en una hora con cuarenta y cinco segundos, más tiempo del que tenía planeado.
—Ya se pueden retirar cadetes —hacen el saludo y se van en grupos.
—Dith—grita Harry detrás de mí, girando saludando a mi equipo— ¿Cómo te fue?
—Se puede decir que bien, pero siempre hay algunos problemas.
— ¿Tuviste problemas? —inquiere Jeick, asiento—no deberías haber tenido.
—Ya sabes, no todo se puede tener en esta vida, pero no hay problema con lo que pasó hoy; esto demuestra varias cosas que necesitaba comprobar.
—Déjame adivinar—me interrumpe Neft—alguien no te toma totalmente en serio—asiento—intuyo que es por tu género—asiento alzando los hombros, quitándole importancia— ¿quién?
—No le des más importancia de lo debido.
—Claro que es importante —refunfuña Jeick sin ánimos. Tiene una mirada intensa que promete matar a alguien en los próximos minutos— ¿Dinos Dith? —niego.
—Ya dije que no—miro mi muñeca—se me hace tarde, tengo que hablar con el jefe, no hagan nada—exclamo antes que me bombardeen con más preguntas, los tres me miran acusadoramente y con un desafío silencioso.
“Nada bueno puede venir de esa mirada”.
—Vuelo o dejo que hagan lo que quieran —pateó ligeramente el piso con la punta de la bota— decídete rápido, ¡joder! —grito antes de salir corriendo en busca de los tres justicieros. Llegó justo a tiempo con mi cuerpo lleno de sudor y mi respiración entrecortada.
Los chicos salen de las sombras, antes de que esté totalmente recuperada para detenerlos, tratan de controlarse para no hacer un desastre incorregible.
—No vale la pena—dice Jeick tratando de frenarlos, ellos asienten, pero caminan hacia el cadete rubio.
Tosen, llamando la atención de la pandilla de cadetes, Jeik mira a los soldados y después a su escuadrón. Quedándose a un lado, los cadetes se alinean y adquieren una postura recta de respeto antes de sus mayores.
—¿Qué están diciendo sobre tu teniente? —el cadete no contesta—hice una pregunta. ¿Qué estás diciendo sobre tu teniente, cadete?
—No estaba diciendo nada —dice mirándolo fijamente.
—Eso no es lo que quiero escuchar —habla Neft calmadamente acercándose hacia el rubio— te preguntaron qué estabas diciendo sobre tu teniente Blair —alza levemente la voz.
—No…
—No quiero escuchar una patética excusa, que tú no sepas seguir órdenes y hacer bien tu trabajo, no significa que la mayor Blair no tenga ningún valor —le grita Harry sin paciencia.
—Sí, señor—responde resignado.
—Será mejor que no volvamos a escuchar nada de tu patética boca, cadete y le bajes a esos humos que llevas encima —Neft se acerca aún más hacia el rubio, intimidándolo con su corpulencia.
El rubio los mira con desdén y arrogancia.
—Solo dije la verdad.
—No dijiste ninguna puta verdad —le grita Jeick apuntándolo con el dedo—; solo eres un idiota que no puede darle el lugar a Dith.
—Estás exagerado un poquito, ella tiene el lugar que merece; detrás de mí, es una mujer —se encoge de hombros.
—Esa mujer te puede patear el trasero más de una vez y sin cansarse o lucir mal—habla calmadamente Harry—así que la próxima busca una mejor respuesta que tu ignorante argumento machista, mal fundamentado, que no vale ninguna mierda.
—Ruega que esto nunca pase delante del jefe; si no, consideraré hombre muerto, nadie rebaja a Dith a estar detrás de un novato y menos con instinto de superioridad barato —continúa Neft, ya perdiendo la calma.
—¿Entendido? —le pregunta Jeick.
—Si
—¿Si qué soldado?
—Sí, señor, no se volverá a repetir.
—Va la primera, esperemos, sea la última —finaliza Harry con la cara demasiado roja de tanto gritar.
Los chicos se alejan, dejando a los cadetes avergonzados; el rubio les dirige una mirada de rabia y resentimiento ante lo que le han hecho pasar, Jeick trata de calmar a los dos monos con esteroides, pero no obtiene ningún resultado. Siguen hablando entre ellos acaloradamente.
—Le hubiera partido la puta cara de rubio teñido que tiene —dice Harry.
—¿Qué tienes contra tu propia especie, rubio?
—Él es un puto defecto.
—Ya, calma—palmea el hombro de Neft—pensé que te habías ido.
—Me quedé, no podía dejar a mis muchachos con esas miradas que tanto conozco.
—No hicimos nada malo —se excusa mediocremente Jeik.
—Las excusas no son lo tuyo, tampoco dije que hicieron algo malo. Puedo lidiar con un novato alzado.
—Lo sabemos, lo sé muy bien —alega Neft—pero no quita el hecho que queramos defenderte.
—Atacan a uno, atacan a todo—afirma Harry—él no va a servir.
—Hay que ser parciales—sonrió—gracias por defenderme, pero la próxima déjamelo a mí.
—Somos parciales.