Capítulo 14

1995 Palabras
Capítulo Catorce. Diana Novatos. La prueba ha comenzado. Los últimos días son los más importantes y donde se decidirá si tienes las habilidades para pertenecer a la elite. El capitán inicia con la típica charla de bienvenida, enmascarada entre palabras de aliento, la verdad sobre la próxima semana. El dolor, sufrimiento, la sangre y tortura que experimentarán serán quebrados en espíritu y cuerpo. Este discurso es tan falso y dramático, que los soldados lo escuchan con atención y, sintiendo la gloria de recorrerlos, no saben que están en una trampa. —Bienvenidos a la elite, comenzaremos con la última prueba —exclama el capitán; los soldados dan un paso delante, llevándose la mano hacia la frente—. Frente a ustedes, está mi escuadrón. Han hecho más misiones que cualquiera de la elite y todo el mundo sabe quienes son. —Señor—exclámanos con fuerza, esperando el llamado. —Soldado, Diana Blair, perro loco —doy un paso delante. Espalda recta, mirada hacia el frente y sin un deje de titubeo. No hay ninguna emoción o pensamiento en el semblante —están viendo a la mejor francotiradora de la década, 3800 metros hasta el objetivo. Veo la envidia e incredulidad en aquellas miradas. La comisura de sus bocas se mueve y tienen la intención de protestar, de saber cuanta verdad hay en mi rango de distancia. El capitán, no miente, hace un año superó el último récord establecido de un francotirador, 3450 metros. El título fue portado por un canadiense, hasta hace poco. —Soldado Harry Anderson, el ojo que todo lo ve —el rubio da un paso hacia delante, mentón en alto y puedo detectar un deje de vacilación y vergüenza. El ojo que todo lo ve o el omnisciente—. Médico cirujano y estratega. Siempre va dos pasos por delante de todos; si creen que son capaces de burlarse de este rubio, están equivocados. La manzana de Adán de Harry tiembla. Sus mejillas enrojecen, constándole mantener la mirada. —Soldado Jeick, la sombra viviente—Jeick avanza, manos en posición militar; barbilla dura y una mirada aún más siniestra—es quien hace realidad las estrategias del soldado Anderson, un luchador nato que combate cuerpo a cuerpo. El capitán ha dejado demasiado a la imaginación; Jeick no es considerado la sombra por infiltrarse en cualquier edificio sin ser detectado. Aquel apodo va más allá, recuerdo la misión en que lo coronaron como la sombra; nuestro objetivo era un grupo rebelde que se escondía en pasadizos subterráneos. Un francotirador y un estratega no sirven de mucho sin visión; sin embargo, la sombra se escabulló por los pasadizos subterráneos, arma con un par de cuchillos y una Glock. Nadie lo vio moverse; mucho menos fue testigo de alguno de los asesinatos. Jeick vagaba por los pasadizos en silencio, dejando detrás un rastro de sangre y cuellos rotos. —Soldado, Neft Sniper, vórtice —su apodo es ridículo; no infunde ningún miedo. Pero, si sabes quien es vórtice y sus habilidades, ese miedo vendrá instantáneamente. Cada uno nos hemos ganado nuestros apodos con sudor y sangre, luchando. Demostrando de lo que somos capaces, la locura corre por nuestras venas y la muerte nos persigue. Los francotiradores casi nunca abandonan su posición en lo alto, pero yo lo hice. Entre a la trinchera con el arma en alto, disparando a diestra y siniestra. Mis tres compañeros fueron capturados ese día; la trinchera los tenía cautivos y estaban esperando la caída del sol, para mandar un mensaje. Nunca lo permitiría, ni lo hice. Entre mate a cada individuo, creando en tres horas la mayor matanza del cuartel. Al salir de la trinchera, detrás de mis compañeros, nos encontramos rodeados por tropas; tropas amigas. Al verlos intactos bajaron las armas y se prepararon para retirarse; de la misma manera que bajaron las armas, volvieron a subir cuando me vieron cubierta de sangre y con la cabeza del jefe. Esa noche, solo uno mandó el mensaje. —Media vuelta, prepárense para el despliegue —grita el capitán, señalando a los tres hombres de mi equipo, enviándolos con los novatos. El entrenamiento ha empezado. Los soldados trotan, siguiendo a sus respectivos superiores. Me mantengo quieta, esperando el momento exacto donde llegue mi orden; el curso a realizar. —¿Qué piensas de que alguien se integre al grupo? —cuestiona el capitán, parándose a mi lado, manteniendo la mirada fija en la lejanía. Desde que Samantha apareció en la vida del capitán, sabíamos que era cuestión de tiempo para que nos dejara. El saberlo no hace que sea más soportable, hemos estado juntos cada maldito día de los últimos siete u ocho años; es un cambio grande y nadie será capaz de sustituir el hueco que dejará. Ha llegado su tiempo; estoy un poco feliz por él, pero al ser nuestra figura paterna y de apoyo, duele saber que nos dejara. —Que ya te estás haciendo viejo jefe y nos vas a dejar —bromeó con el rostro serio, sin querer profundizar realmente en lo que creo. —Diana—dice frustrado. Sus ojos me encuentran y no puedo evitar negar, dándole una sonrisa risueña. No quiero dañar su momento de felicidad a los soldados nos cuesta iniciarnos en el mundo, restablecernos y ser feliz. Llevar un vida normal. —Tranquilo, jefe—observo los pequeños puntos verdes a la distancia—no sé, sinceramente, qué pensar sobre esto. Solo puedo aceptar que en un futuro cercano ya no estará con nosotros, no nos guiará por el campo de combate. Sin embargo, Samantha ha llegado en el momento exacto; solo queremos que sea feliz, jefe—me detengo dándole vueltas a la idea en mi cabeza. — ¿También? Pregunta insistiendo. Escarbando en lo profundo de mis pensamientos, son demasiados cambios para asimilar. Mi cabeza está llegando al punto de quiebre; Marieth, y ahora esto. —No podemos quitar lo que somos, somos el escuadrón 0-57, la primera línea de ataque y defensa en las guerras; estamos para morir en cualquier momento, nuestras vidas son como un péndulo inestable —suspiro amargadamente—. Me da miedo que el nuevo no se ajuste a nosotros, provocando que nos mate —él niega y susurra algo entre labios—. Estoy preparada para dejar este mundo en el campo de batalla, pero no quiero verlos morir innecesariamente a ellos. —Por eso los mandé a llamar; nadie mejor que ustedes mismos puede decidir quién es el adecuado para el escuadrón. Están demente, necesitan una persona que se moldee a la locura. Sus opiniones decidirán si el cadete Wilson es la persona adecuada para el equipo—uno de los elegidos por el capitán. Hasta el momento solo ha presentado a uno de los dos que llamaron su atención. No quiero pensar en el cadete Wilson o el misterioso escogido. No quiero a un novato a mi lado, cuidándome las espaldas o dejando que un cuchillo se tense contra la yugular. No lo aceptaré. Hasta ahora ninguno es de mi agrado. Apenas son unas pequeñas mierdas engreídas e inservibles. —No negaste que te fueras a retirar. —Pero tampoco lo afirmo. —No lo negaste de nuevo —él se mantiene callado, alejándose poco a poco de mí. De nosotros. Niego. —Tranquila Diana. No pasará por ahora—afirma dándome la seguridad que necesito. La suficiente para motivarme a partear traseros. —Eso espero, jefe, eso esperamos, seríamos un desastre sin ustedes —lo digo con mi corazón y con toda la sinceridad que soy capaz de transmitir. Sinceramente, espero tenerlo mucho más tiempo a nuestro lado. Todos lo deseamos. —Aún son un desastre conmigo —suspira, como si estuviera recordando nuestras trastadas. No puedo negarlo—. Entonces, me vas a decir, ¿qué andas escondiendo? —No escondo nada. —Si tú lo dices, pero sabemos los dos que no es verdad —sonrió, desviando la mirada antes de responderle. —Jefe, cuando la mierda esté encima lo sabrá, no tenga duda de que será algo grande, muy grande —aseguro con confianza y diversión. Pero no es divertido. Tampoco tengo confianza en lo que sucederá. Cada vez que avanzo hacia Marieth, las cosas se van volviendo más turbias y sucias. En este punto del camino, estoy comenzado a dudar si la encontraré. ¿Nos volveremos a ver? Lo espero, anhelo hacerlo. Es mi hermana gemela, la otra mitad de mi corazón y lo único que me han dejado. —No es mejor decirlo ahora—niego—cuando vas a dejar de ser tan terca niña. —Cuando usted ya no pueda más con nosotros y nunca va a suceder—sonrió con inocencia fingida—usted es la figura familiar más importante que tenemos, no solo lo digo por mí—el jefe niega, pero sonríe aceptando lo que dije. —Esperaré a que todo estalle, será pronto, con ustedes siempre es lo mismo —se rinde, aceptando el destino. Ruego para que nunca explote, para mantener todo escondido en las sombras; porque si lo que estamos haciendo llega a oídos del capitán, seremos hombres muertos. Nos estrangulará con sus propias manos, golpeará hasta que entre en nuestras testarudas cabezas lo que no tenemos que hacer; para terminar, obligándonos a borrar todas nuestras huellas y actuar como si nada hubiera sucedido. —Serías un viejo amargado si no estuviéramos —el capitán ríe. —Seré un viejo arrugado y canoso, por culpa de sus travesuras. Son como chiquillos imperativos. Puede seguir adelante. Soldado imperativo. Puede seguir adelante. Soldado Blair, vaya y entre a su escuadrón. Me retiro dando un saludo militar y marcho hacia los soldados parados en una línea recta, uno detrás del otro, en silencio total; firmes y con el camuflado impecable. Las miradas de los cinco soldados caen sobre mí; me analizan detenidamente, deteniendo la mirada sobre la solapa de los hombros; notando con sorpresa mi rango y todos los honores que he conseguido. Avanzo con pasos firmes y lentos, detallando a cada uno de los cadetes; detallo con sumo cuidado al rubio elegido por el jefe, cadete Wilson; porte firme, alto, grueso; todo un estereotipo de americano. —Soldados, firmes —grito con soberbia y en un tono algo agudo—. Media vuelta y marchen hacia el campo de tiro. Los cinco novatos giran, quedando de espalda, y marchan rítmicamente hacia el campo de tiro. Los pasos son rítmicos, pesados y cuidadosos. Cada movimiento es considerado durante cortos segundos, decidiendo cuál es el mejor campo de acción. —Cincuenta tiros a la diana de 300 metros, el que falle da veinte vueltas al campo corriendo —saludan con el rostro serio, libre de emociones. Cuando vuelvo a gritar corren hacia los rifles y se colocan en sus posiciones—. Carguen armas—demando—apunten y disparen. —Sí, señor —exclaman al mismo tiempo, tirando del gatillo. El silencio se instala en el campo de tiro; los gatillos son jalados con precisión y suavidad. El sonido explosivo causado por la bala al abandonar el rifle llega hasta nuestros oídos. El sonido es agudo e infernal. Apenas amortiguado levemente por las orejeras; las dinas se estremecen por el impacto del proyectil. A medida que el gatillo se tira continuamente, más perforaciones van apareciendo en los blancos; pero hay uno que resalta entre todos. Ha dado cuatro veces en el mismo lugar y enviado la bala por el mismo orificio, apenas fallando algunos milímetros. Es impresionante. El pequeño soldado del campo de tiro está en mis filas, demostrando una vez más su valía. Me gusta. Lo quiero. —¿Cuál es tu nombre, soldado? —inquiero sobre él, dejando en claro la posición de poder. —Noah, Noah Levi, señor —responde sin titubeos, aquella mirada azulada se clava en mí, analizándome y esperando alguna orden. —Sigan disparando, tienen una puntería del asco. 1000 metros, fuego.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR