Prefacio
Resopló con hastío y soltó el bolígrafo con brusquedad. Inspiró hondo y giró el cuello con un leve crujido, como si necesitara liberar la presión de su cuerpo.
Sus movimientos eran felinos, precisos, calculados… como los de un depredador a punto de lanzarse sobre su presa.
Retrocedí ligeramente en la silla, las manos aferradas con fuerza a mi mochila que descansaba sobre mis piernas cruzadas, tensas. Cada parte de mi cuerpo gritaba que me levantara y saliera de ahí. Pero no podía.
―¿Sabes cuántas respuestas incorrectas dieron tus compañeros? ―preguntó, volviendo la cabeza hacia mí con naturalidad.
Su gesto pareció suavizarse, aunque la seriedad aún dominaba sus facciones. Sus ojos, de un celeste profundo, se templaron como acero bajo hielo.
―Exceptuando a los pocos que aprobaron, el ochenta por ciento del grupo respondió mal. Por supuesto… tu examen fue perfecto.
La palabra perfecto flotó en el aire como un perfume espeso y denso, se estrelló contra mi pecho y descendió lentamente por mi piel. Su voz tenía una vibración distinta, como si escondiera una trampa que no era capaz de identificar. Me estremecí sin entender por qué.
Abrí la boca para responder, pero la cerré al instante.
―Es una desgracia que la única alumna decente también sea… ―se detuvo, y una sonrisa mínima se dibujó en la comisura de sus labios.
Esa pausa fue peor que cualquier amenaza. Fue como caer al vacío sin saber cuándo tocarías fondo.
Mi cuerpo entero respondió con un estremecimiento involuntario. Sentí una corriente ardiente y helada al mismo tiempo. Una mezcla de nerviosismo y adrenalina estalló en mis entrañas, y las mariposas en mi estómago se convirtieron en fénix, consumiéndose en llamas bajo su mirada.
Me removí en la silla, temblorosa, como si un frío glacial cubriera mi piel… aunque sabía que, en lo más profundo, una lava callada comenzaba a burbujear.
―Eres tú, ¿cierto?
Su ceja se arqueó, sin más expresión. No me dio otra pista sobre lo que realmente pensaba, ni sobre lo que aquella afirmación implicaba.
¿Qué era yo?
No quise sacar conclusiones. No podía… no quería… no debía.
Un temblor me recorrió de pies a cabeza, fruto del pánico.
Él se recostó en la silla, cruzando los brazos sobre su torso musculoso. La camisa y el chaleco se tensaron con el gesto, delineando cada curva de su cuerpo. Lo odié por un segundo. Odié lo fácil que se le hacía intimidarme. Lo perfecto que se veía incluso cuando sus intenciones eran todo menos nobles.
―No… no sé a qué se refiere ―logré decir con un hilo de voz, mientras una oleada de calor nacía en mi centro y subía por mi cuerpo hasta prender fuego a mis mejillas.
Resopló con suavidad. Su lengua recorrió lentamente la comisura de sus labios.
―¿Lo vas a negar?
―Yo… es que… no sé…
Mi voz se quebró. Respiraba lento, entrecortado. Mis pechos se movían con cada inhalación superficial, con cada exhalación tumultuosa. El aire no me alcanzaba. Quise llorar. El pecho me dolía.
Por favor, que no sea eso. Que no sepa lo del club…
Negué, murmurando para mí misma.
Logan se levantó con calma, sin prisa. Rodeó el escritorio y se sentó sobre él, a escasos metros de mí. Cruzó las piernas a la altura de los tobillos, metió las manos en los bolsillos y adoptó una actitud relajada, casi divertida… pero había algo más en su mirada, algo que me negaba a descifrar.
¡Dios! Sus malditos ojos me atravesaban, me desnudaban, me quemaban viva.
Bajé la cabeza. Apreté el bolso con tanta fuerza que mis dedos se entumecieron y se volvieron blancos. Me ardían los ojos, los labios me temblaban.
―Eres tú, ¿verdad? —repitió, ahora con un tono más bajo, más íntimo… pero no por eso menos amenazante.
Una esquirla de hielo recorrió mi espalda.
Levanté la mirada, apenas un segundo, justo cuando su mano se alargó para girar la pantalla del ordenador. Y entonces la vi.
Una fotografía.
Mía.
Casi desnuda.
Con los pechos cubiertos apenas por mis propias manos.
Mis manos… esas mismas que él había observado con tanta atención en clase, sin que yo entendiera por qué.
Todo se distorsionó.
La vista se me nubló. El aire se hizo escaso. El mundo giró… y giró.
La tráquea se me cerró. La bilis arañó mi esófago, buscando una salida que no encontró. Temblé con violencia, aferrándome al bolso como si fuera lo único que me mantenía atada a la realidad.
Había caído. Redonda. En su trampa.
Y ahora no había salida.
Ese agujero oscuro se cerraba sobre mí, devorándome. Quedé atrapada en sus redes, bajo su escrutinio celeste, tan intenso como malicioso.
Logan se inclinó hacia mí con lentitud, hasta que lo sentí demasiado cerca.
Su voz fue un susurro cargado de algo que no supe nombrar:
―Si quieres mantener tu beca, Niki… vas a hacer exactamente lo que yo diga.