Unos días después León salió de su casa rumbo a su trabajo: la biblioteca. No había vuelto a ver a Luna desde la fiesta, ella no se había presentado en la clase y él no tenía forma de encontrarla, de todas formas había desistido al segundo día, él creyó que al final su amiga Angie tenía razón, ella era demasiado buena para un simple bibliotecario, y aunque ella desconocía ese detalle, él sabía que su forma de hablar y de vestirse dejaban bien claro que no era de la alta sociedad, aunque ella en ningún momento pareció haberle importado.
Solo que él desconocía que ella se había ausentado por la vergüenza que sentía por haber desaparecido de esa forma, sin despedirse, pues ¿Qué le diría? « Lo siento León tuve que irme por que mi padre estaba a punto de organizar una búsqueda por mi, soy una niña rica a la que sus padres tienen totalmente controlada» ¡Claro que no! No diría eso y tampoco le sentaba bien mentir. Pero ya habían pasado demasiados días y debía volver o perdería el año, demasiados complacientes habían sido los directivos con ella para permitirle ingresar a mitad de año, o quizás había sido el dinero que sus padres ofrecieron. Así que la joven respiro hondo y salió de su cama, se dio un baño rápido y se vistió, esta vez había optado por algo sencillo, al menos eso era lo que ella creía. Se puso un pantalón de mezclilla con una blusa color blanca y unos zapatos sin tacón, recogió su cabello ondulado en una coleta dejando algunos mechones sueltos en su rostro, un poco de maquillaje y el infaltable labial rojo.
— Hasta que por fin sales de la cueva — le reclamó su padre sentado en el sillón en forma de L que estaba ubicado en una esquina de la sala. Estaba bebiendo café y leyendo el periódico con total relajo.
— Debo ir a la uni, he perdido demasiados días. — dijo al tiempo que veía a Peter salir de la cocina, ella blanqueó los ojos, sabía que debía ir con él así que no protestó, le dio un beso a su padre y salió de la casa.
En el camino le había enviado un mensaje a Leila, la chica que había conocido el primer día de clases para que la ponga al corriente, la rubia le respondió al instante que debía llevar unos libros para la clase de Biología, por lo que entonces tendría que ir a la biblioteca. Claro que Luna desconocía por completo que el chico del que salió huyendo trabajaba allí.
Cuando llegó, volvió a pedirle a Peter que no le abriera la puerta del coche, ella simplemente quería parecer normal, sabía que su forma de vestirse o como hablaba ya delataba demasiado su posición económica, no quería que todo fuera demasiado extravagante también teniendo un chofer que le abriera la puerta y la llevará de aquí para allá, y tuvo suerte de que Peter, aquel hombre de unos 50 años sin nada de cabello en la cabeza y con un rostro de mala leche que asustaba a cualquiera, la quisiera como a una hija por lo que accedía a todas sus peticiones, o al menos la que no implicaran dejarla sola y perderla de vista.
Luna entró en la biblioteca como el niño que entra en una juguetería. Sus ojos recorrían los estantes con admiración, pasaba las yemas de sus dedos por el lomo de los libros con sumo cuidado, se sentía feliz de poder estar allí. Cuando encontró lo que buscaba, camino con ellos hasta donde se suponía estaría la bibliotecaria, pero su sorpresa fue grande cuando en lugar de encontrar a una mujer sus ojos color miel se chocaron con los ojos verdes de León.
Él dejó de teclear en la portátil, se detuvo a admirar con detenimiento el rostro de aquella muchacha que lo tenía sin dormir y con mariposas en el estómago desde el primer momento en que la vio.
Pero cuando Luna estaba a punto de hablar, una joven de cabello n***o se acercó hasta él y se sentó sobre sus piernas, envolviéndolo por el cuello con sus delgados brazos, como un ave de rapiña a punto de atacar a su presa. Sólo que ella no sabía que solo se trataba de su amiga, de todas formas no pudo evitar mirarla con celo.
— Ya Angie, compórtate — la regañó él al tiempo que la quitaba de su regazo y sin dejar de mirar los labios rojos de aquella ninfa de colosal belleza.
Luna pensó que su novia debía ser muy afortunada y sintió envidia de ella por un momento, hasta que se dio cuenta en donde estaba metida su mente y sacudió la cabeza para quitarse aquellos pensamientos. Después de todo, ella tenia a su novio en España, no tenía por que sentir envidia de nadie.
— Hola quisiera llevar estos libros. — dijo ella y León la miraba tan atentamente que notó que a la luz del día y mas cerca era mucho mas hermosa.
Angie sonrió con picardía al darse cuenta de la cara de tonto que traía su amigo.
— Bueno, pues viendo que no pincho ni corto aquí, me voy — alegó divertida, pero ninguno de los dos se volteó a verla, estaban tan sumidos en sus propias miradas que todo a su alrededor parecía no existir.
— Si claro. Necesito tu nombre y un teléfono de contacto — intentó sonar lo mas profesional que podía. Recordó la forma en que ella se había ido de la fiesta y algo incómodo se le atravesó en el cuerpo. «Soy muy poca cosa para ella» pensó y agachó su mirada de nuevo al portátil.
— Claro mi nombre ya lo sabes y mi teléfono es el siguiente — ella lo miraba interrogante, intentado descifrar el vacío con el que la estaba tratando, preguntándose como podía ser si hacia unos instantes había visto cierto brillo en sus ojos, pero fue entonces que recordó su comportamiento en la fiesta y avergonzada le dictó su número con la esperanza de que en algún momento él le enviará algún mensaje.
— Muy bien, puedes llevarlos tienes sietes días para devolverlos — León ni siquiera levanto su cabeza para hablar y ella sintió una punzada en el pecho, no comprendía como aquel desconocido podía generarle aquellos sentimientos.
Sin decir nada se giró y camino con los libros en sus manos, pero solo hizo un par de pasos cuando se volvió a él
— Oye, lamento lo de la otra noche, tuve un imprevisto y tuve que irme. Siento no haberme despedido. — No sabia de donde había sacado el valor para decir aquellas palabras, Luna era una chica tímida y para nada segura.
Se quedó mirándolo unos instantes y al ver que no obtenía respuesta suya, alzó las cejas negando, pero cuando estaba a punto de volver a irse, por fin sus ojos volvieron a chocarse.
— Esta bien, imagino que tu novio habría de estar muy preocupado — ¿Qué? ¿Acaso su tono había sido de celos? Ella sonrió con timidez y a él se le aflojaron los músculos, avergonzado por lo dicho y la forma en que lo había hecho.
— No fue precisamente eso, solo que... bueno es complicado. Quería disculparme.
— No tienes por qué — respondió y nuevamente volvió sus ojos a lo que estaba haciendo, esta vez ella si se marchó con cientos de sentimientos nuevos de los cuales no tenía idea su origen.
León se quedo pensativo, de hecho en lo que duró todo su turno no pudo sacarse de la cabeza la intensidad del brillo de los ojos de aquella muchacha, el como sus labios rojos habían impactado tanto en el y algo que no había notado antes era ese pequeño lunar en la punta de su nariz, tan sutil casi imperceptible, pero que le daba un toque totalmente sexy.
Llegó a su casa y se encontró con la vieja Carmen sentada en su silla mecedora, estaba trabajando en aquella manta hacía ya varios días y le llamaba la atención que aun no la finalizara.
— Hola León, tienes la cena servida.
— Gracias abuela, pero no tengo hambre, iré a cambiarme y luego saldré a correr. — respondió un poco retraído. Pero a doña Carmen, que nada se le escapaba,, dejo de tejer aquella manta y fijó sus ojos grandes en su nieto.
— Te he dicho que no era tiempo de ser débil y eso es lo que generan los sentimientos León, espero que estés haciéndole caso a esta vieja que lo único que quiere es vengar la muerte de su hija.— León, que estaba dándose paso a la cocina, se quedo helado con la mano en el pomo de la puerta, no se giró a verla por que sabía que su abuela lo conocía demasiado, además ni siquiera estaba seguro de tener algún tipo de sentimientos por aquella desconocida, así que solo asintió con la cabeza y luego de beber un poco de agua subió a su habitación para ponerse ropa cómoda.
Salir a correr era lo único que lo mantenía disperso y con la mente ocupada, pero ese día ni aquello pudo hacer que olvidará las palabras de su abuela y la corriente que sintió en el cuerpo cuando sintió el tacto de Luna en su piel. Corrió, corrió por toda la ciudad a una marcha insuperable, no sabía cuantas horas, pero suponía que habían de ser muchas por que el sol ya se había ocultado.
Volvió a casa y agradeció que su abuela ya estuviera acostada, así podría evitar que siga interrogándolo en cosas de las que ni él tenía respuestas. Y debajo de la ducha pensó nuevamente en Luna, quien en ese mismo instante también estaba pensando en él.
— ¿Cómo ha ido tu día cariño? — preguntó Sara, la madre de Luna, mientras se servía una copa de vino. — ¿Luna? ¿Me oyes? — insistió, pero su hija estaba sumida en otras cosas, bueno mas bien en una persona.
— Oh si mamá, lo siento. ¿Qué decías?
— Que como te ha ido hoy, ¿va todo bien? Te he notado un tanto extraña desde que has regresado hoy.
— Claro que si, solo que estoy un poco cansada. Si me disculpan — dijo levantándose de la mesa y dándole un beso a sus padres, se dirigió a su habitación para enfundarse en su pijama de seda.
Pero antes de meterse bajo su acolchado de piel, abrió las cortinas de aquel ventanal enorme que le regalaban una hermosa vista de aquel cielo perfecto y su redonda luna y solo pudo pensar en la intensidad de aquellos ojos verdes que la habían cautivado desde el primer momento.
No tan lejos, León estaba recostado en bóxer tapado con un edredón de cuando era pequeño y que ya tenía algunos hilos sueltos por el uso. Giró su cabeza hacia la ventana que dejaba ver lo estrellada de la noche e imaginó como se sentiría besar aquellos labios rojos y si podría ser capaz de conquistarla sin involucrar el corazón y así poder complacer los deseos de su abuela, que también eran los suyos, por supuesto.