En ese mismo instante, y luego de haber experimentado aquella correntada que les recorrió el cuerpo a ambos, Luna y León se regalaron una sonrisa, de esas que hablan mucho mas que las palabras sin saber que aquel encuentro casual iba a ser solo el comienzo de una tórrida historia.
— Bueno, te dejo para que puedas hacer tus necesidades — dijo ella sonrojada y aturdida por las emociones que le generaba aquel chico desconocido y que la miraba como si quisiera devorarla y que no sabía por qué ella también quería hacerlo.
Pero el no quería dejarla ir. No quería volver a perderla de vista así que actúo impulsivamente olvidando por completo las palabras de su abuela.
— Oye, ¿te apetece tomar algo conmigo? Solo tienes que esperarme un segundo, prometo que no me tardo. — Ella asintió, tenía las mejillas rojas y no sabía si era de las copas que llevaba encima o simplemente de ese sentimiento extraño que la inundaba de pies a cabeza. Tal como él prometió, no se tardó.
Cuando bajaron a la planta baja, en donde la fiesta continuaba ajena a aquellos jóvenes perdidos el uno con el otro, caminaron hacia el jardín. Angie y Mateo los vieron, pero decidieron no acercarse, se sonrieron cómplices y siguieron en lo suyo. Ya habían visto lo loco que se había puesto su amigo por aquella muchacha que parecía salida de un cuento de hadas. Y no por que fuera la mas bonita, si no por que su presencia irradiaba luz, eso era lo que había cautivado por completo a su amigo. Y claro, sus labios pintados de un rojo carmesí que lo volvía loco.
— Entonces... ¿quieres cerveza? — preguntó tímido y no entendía por que se sentía de esa manera, como si fuera la primera vez que intentaba conquistar a una chica, pero es que era diferente, no era como con las otras. No veía a Luna como una más a quien llevaría a su cama y luego se olvidaría hasta de su rostro. Estaba hechizado.
— Esta bien, lo que sea para mi esta bien — la voz de Luna era lo mas parecido a un canto de ángeles. Suave, fresca, armónica.
León le paso un vaso que cogió de uno de los muchachos que repartía bebidas y se lo tendió rozando finamente sus dedos. Y ahí estaba, otra vez esa correntada que les generaba el mas mínimo tacto. Se miraron por unos segundos perdiéndose en sus miradas, pero la timidez de ella la llevó a correr el rostro, León sonrío y ambos caminaron por el jardín por un buen rato, en silencio, echándose miradas de vez en cuando y completamente ajenos a la fiesta de su alrededor.
Hablaron de temas triviales, cosas sin sentido como por ejemplo la música del sitio o lo bonita que estaba la noche, pero como si del cuento de la cenicienta se tratará, Luna miro la hora en su móvil y vio una desorbitante cantidad de llamadas de su padre, tenía que irse de allí antes de que lograran ubicarla y enviara a alguno de sus guardaespaldas o a Peter, quienes la sacarían de allí montando una escena.
Aprovechó el momento en que León había ido por unos tragos y se escabulló hacia la salida en donde cogió un taxi y se dirigió a su casa, consciente del regaño que le esperaba; que a pesar de ser mayor sus padres le darían la charla.
Cuando León notó que Luna ya no estaba en donde la había dejado, le entro una desesperación en el cuerpo, como del que pierde algo muy valioso. Recorrió cada rincón de la casa, incluso se detuvo a preguntarle a cada persona si habían visto a una chica con las características de Luna, blanca como un papel, de piel frágil como si fuera porcelana con aquellos ojos color miel que lo habían deslumbrado y sus labios rojos, del mismo color que estaba comenzando a ponerse él por haber perdido su rastro.
— Imbécil — dijo en voz alta pero insultándose a él mismo. Se culpaba por no haber pedido siquiera su número telefónico, es que aquel corto tiempo en el que estuvieron juntos, solo quiso disfrutar de su compañía, de su aroma, del roce que se daban sin querer cuando caminaban o intercambian la bebida, y claro no se imaginaba que ella huiría de esa forma.
Salió de la fiesta furioso, furioso y desanimado, ni siquiera aviso a sus amigos que se iría, simplemente se marchó y caminó hasta llegar a su casa. Cuando lo hizo, entró intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a su abuela y lo logró, o al menos eso creyó cuando subió a su habitación y se dejó caer vencido en su cama, boca arriba y con los brazos extendidos, con la ropa puesta y algunos tragos de más. Se quedó mirando el techo por un buen rato pensando en Luna, en donde estaría, si se encontraba bien, recordando su perfume hasta que se quedó dormido.
Sin embargo, Luna no corrió la misma suerte que León, cuando llegó a su casa un montón de personas estaban reunidas en la sala, su madre corrió hasta ella con los ojos repletos de lágrimas y la abrazó como si llevara semanas desaparecida.
— ¿Qué es todo este circo mamá? — preguntó la joven molesta al darse cuenta que había hasta policías.
— Estábamos muy preocupados cariño, son las tres de la mañana te hemos llamado, no respondías. Nos asustamos. ¿Dónde estabas? No me digas que con una compañera por que no te creeré y ¿por que no has querido que Peter te lleve como siempre lo ha hecho? Ay Luna...
— ¡Basta mamá! — gritó exasperada y pasándose las manos por su fino cabello. — Ya no soy una niña, tengo derecho a tener mi privacidad, a salir sola si quiero, no estamos en España, aquí no me pasará nada — dijo haciendo alusión a la vez que intentaron secuestrarla por el simple hecho de ser hija de un empresario muy pero muy poderoso y rico.
— Por que no estamos en España y por que eres nuestra hija es que hacemos lo que hacemos. — hablo Marco Medina, su padre, quien hasta el momento se había mantenido ajeno observando desde un costado de la sala. — A partir de ahora saldrás con Peter o no saldrás, nos dirás a donde vas y con quien o no saldrás y esta es la única advertencia que te daré o terminaré por ponerte profesores en casa y ni a la universidad irás — Luna lo miró con los ojos cargados de bronca e impotencia, amaba a su padre con locura, pero sabía que era imposible hacerlo cambiar de opinión. No al menos en ese momento en el que todos estaban enojados y preocupados.
— Esto no te lo perdonaré — resoplo ella y corrió hasta su habitación llorando de furia.
Pero cuando se acostó en su cama, ya con su pijama de seda diseñado exclusivamente para ella, sonrió al recordar a León y esa extraña sensación que se instaló en su cuerpo cuando lo vio en la fiesta. Sabía o imaginaba que él se habría quedado confundido por la forma en que ella se fue, sin despedirse, sin decirle nada pero es que no podía permitir que su padre montara un espectáculo en la fiesta eso la avergonzaría por completo delante de sus nuevos compañeros y sobre todo de León.
Luna no era como sus padres, nunca le importó aquello de las clases sociales o basarse sobre el estatus de una persona para poder ser amigos, y tenia bien en claro que León estaba lejos de ser alguien a quien sus padres aprobaran para cualquier tipo de relación, aun así a ella eso no le importaba. Aquello que sintió cuando lo vio, esa electricidad que le recorrió el alma y el cuerpo cuando sus manos chocaron no le había pasado jamás, ni siquiera con Luca, su novio desde los 15 años.
Claro, Luca era hijo de un socio de su padre, uno de los empresarios mas ricos de España por ende ¿Quién le convendría mas a su hija que ese crío? Pues nadie, o al menos eso era lo que pensaba Marco Medina y a Luna no le quedo de otra que aceptar, después de todo Luca no era un chico feo, todo lo contrario. Era blanco, casi tanto como ella, llevaba el pelo bien rubio y tenia los ojos mas azules que alguien podría haber visto jamás, era inteligente y la trataba bien ¿acaso eso no es justo lo que se necesita para tener una relación?
Luca fue su primer todo, a quien le entregó su cuerpo y su inocencia. Con quien compartía las salidas y las cenas de negocios que a ella no le interesaban, entonces era su novio su vía de escape, con él ella se sentía a salvo y creía estar enamorada. Y digo creía por que no supo de ese sentimiento hasta mucho después.
Cuando ella tuvo que mudarse él le prometió que seguirían su relación a la distancia y en cuanto fuera posible viajaría para verla. Ella le creyó, aunque había notado que su actitud había cambiado, estaba distante y frío y casi no la tocaba. Pero Luna era la viva definición de la palabra ingenua, ella creía en todo y mucho mas si se lo decía él, que según ella, no tenían secretos y nunca se mentían.
Lo que Luna no sabía es que su querido novio ya la habría reemplazado mucho antes aun de que ella se mudara. Pero él siguió jugando y mintiendo, enviándole mensajes tiernos y diciéndole cuanto la extrañaba, al punto que Luna se sintió un poco culpable aquella noche por los sentimientos que le había causado aquel extraño de ojos verdes. Entonces se prometió así misma comportarse como la mujer que es, fiel y sincera.
Se giró en su cama de dos plazas envuelta en el edredón de piel y la imagen de León fue lo último que recordó antes de sumergirse en un sueño profundo.