M.H

643 Palabras
5 años atrás... Han pasado semanas desde aquella noche en la que todo cambió. Dester desapareció de mi vida como si nunca hubiera existido, y con él, también se desvaneció mi lugar en aquel mundo que creía seguro. Nadie habla de él. Nadie me da respuestas. Nadie me explica por qué de repente la rubia, esa mujer que siempre andaba tras él como una sombra decorativa, aparece en la empresa como si fuera la dueña del lugar. Como si yo nunca hubiese estado ahí. Intento levantarme cada mañana con la frente en alto, fingiendo que todo está bien. Me obligo a asistir a las clases, a enfrentarme con mis proyectos finales de carrera como si no tuviera un vacío del tamaño de un abismo en el pecho. Son cinco años de relación tirados a la basura, y ni siquiera tengo el privilegio del cierre. Un adiós. Una despedida. Una explicación. Nada. Mis amigas me animan a salir, a distraerme, a no pensar en él. Lo intento, de verdad que lo intento. Pero cada vez que cierro los ojos, vuelvo a ese instante. A esa maldita noche en la que lo esperé por horas y él nunca llegó. A la copa de más. A la risa que ocultaba mis lágrimas. A la mirada de ese desconocido que se sentó a mi lado y me habló como si pudiera leerme el alma. Como si me conociera. Como si me doliera su ausencia a él también. Y después… nada. Silencio. Un vacío en mi memoria. Recuerdo el calor de su aliento, sus manos rodeándome con delicadeza, mis dedos aferrándose a su camisa… y oscuridad. Ahora, lo que queda de esa noche es un anillo. Uno que encontré días después, al recoger mi ropa del suelo de mi habitación. No es de Dester. Lo sé porque lo he visto decenas de veces, y este no se parece en nada. Este es más sobrio, más elegante. Tiene una pequeña inscripción en el interior, apenas legible. “M.H.”. No reconozco esas iniciales. Pero al tocarlo, algo dentro de mí se remueve, como una alarma que no logro apagar. No tengo a quién preguntar. No tengo a quién reclamar. Solo tengo náuseas. Empiezan de forma intermitente, como una molestia pasajera. Las primeras veces culpo al estrés, al insomnio, al cansancio acumulado por intentar fingir que estoy bien. Pero luego se vuelven más intensas. Mañanas en las que no puedo siquiera mirar un café sin que el estómago se me revuelva. Tardes en las que un perfume cualquiera me hace correr al baño. Me asusto. Me niego a pensar lo obvio. Pero el retraso ya va por más de un mes. No quiero hacerme la prueba. Me aterra. Porque si es positiva… si es positiva, significa que todo lo que he evitado enfrentar volverá de golpe. Que esa noche no fue solo un desliz. Que no fue solo una huida del dolor. Fue algo más. Algo que ahora late dentro de mí. Estoy sentada en la cama, el anillo entre mis dedos. Lo miro fijamente, buscando respuestas que no llegan. —¿Quién eres…? —murmuro, acariciando las letras grabadas con la yema del dedo. Y entonces, como una descarga eléctrica, un recuerdo atraviesa mi mente. Un destello de su voz, un susurro en mi oído: "Estás segura de que no quieres recordarme mañana?" Me estremezco. No fue un sueño. Fue real. Y si lo fue… ¿dónde está ahora? ¿Quién es? ¿Por qué me salvó aquella noche? ¿Por qué me dejó ese anillo? Y lo más importante: ¿Qué voy a hacer si estoy embarazada? Me encojo en la cama, abrazando mis piernas, mientras una lágrima se desliza por mi mejilla. No quiero pensar. No quiero recordar. Pero ya es tarde. La verdad ha comenzado a despertar dentro de mí. Y no pienso seguir huyendo.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR