Capitulo III Cuando lo volví a ver

1618 Palabras
Perspectiva de Ayano: Cuando vi a aquella figura pelirroja a unos metros de mí, por un momento pensé que estaba soñando. ¿Qué rayos hacía ahí? ¿Realmente había vuelto después de once años? La silueta se detuvo. El viento movió su cabello rojizo, ese tono imposible de olvidar. Creí que estaba alucinando... hasta que escuché mi nombre. — Ayano... ¿Eres tú? ¿De verdad eres tú? La emoción en su voz me atravesó por completo. —...tú volviste. No esperó nada más. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera si no me sostenía. Yo apenas reaccioné. Mi cuerpo estaba rígido, confundido. —Te extrañé tanto... Ese temblor leve en su voz... sí, era él, no había cambiado. —Mírate... no has cambiado nada. Sigues igual de pequeña como te recuerdo. Intenté mantener mi expresión neutra, pero ese cosquilleo volvió. Ese pinchazo cálido, molesto, insistente. El mismo que él despertaba en mí desde que éramos niños. —Yo también te extrañé —susurré, más honesta de lo que pretendía. Lo observé con detenimiento. Había crecido. Su rostro era más definido, su postura más firme, sus gestos más intensos... pero aún tenía esa esencia que lo hacía imposible de ignorar. Esa mezcla de torpeza emocional y valentía involuntaria. Mis ojos se fijaron en su cabello. En el moño naranja. El mismo que yo le había dado cuando éramos niños. —Lo cuidaste —murmuré. —¿Q-q-qué? ¡Claro que lo cuidé! ¡No soy un monstruo! —llevó una mano al moño, entre orgullo y vergüenza—. Además... era tuyo. La forma en la que bajó la voz al decir eso... y el leve rubor en sus orejas... me hizo sonreír sin querer. —¿Quieres tomar un té? Podemos hablar en mi casa. Pareció sorprendido por la invitación, pero asintió rápido. —Sí... sí, me gustaría. Hay tanto de qué hablar. Mientras caminábamos hacia mi casa, el cosquilleo en mi nuca regresó fuerte. Como una mirada clavándose en mi espalda, respiré hondo y trate de seguir. Dentro de la casa, Osano se movió con la nostalgia de quien pisa un recuerdo que creía perdido. Se detuvo frente a un retrato familiar. —¿Tus padres están aquí? —Viajaron por trabajo. Estaré sola unos días. —¿Sola? Eso es... ¡eso es peligrosísimo! Una chica indefensa, pequeñita, fragi— Un codazo bastó para que se callara. —No soy indefensa. —Ya lo sé, ya lo sé... pero igual no me gusta —murmuró, cruzándose de brazos y desviando la mirada, el rubor traicionándolo. —¿Y tus padres? —Mi padre mejoró... pronto volverá con mi madre. Yo me quedaré un tiempo con mis abuelos y... —¿Y...? Una respiración profunda. —Voy a estudiar en la Akademi High School. Me quedé quieta. —Yo estudio ahí... es en serio. —¡N-no creas que es por ti! ¡No! ¡Es solo que... mis abuelos viven cerca y... bueno... coincidió! —gesticulaba como si intentara defenderse de un crimen que nadie le había acusado. —¿Sabes en qué salón estarás mañana? —Todavía no. Pero... me lo informaran mañana... podríamos ir juntos. Si quieres... Bajó la mirada, tímido. —Claro —respondí. Sonrió levemente, pero suficiente para que algo dentro de mí vibrara. Me levanté para guardar la tetera cuando ese pinchazo en la nuca regresó, como una sombra detrás del vidrio. Miré hacia la ventana. Nada, decidí volver a ignorar aquello de nuevo. El agua del té seguía humeando en las tazas cuando él se sentó frente a mí. Su mirada recorrió la habitación con cautela, como si quisiera memorizar cada objeto, cada rincón... Y por un instante, esa sensación incómoda en mi pecho se hizo más intensa ¿Calor? ¿Nervios? No estaba acostumbrada a sentir nada de eso. Él apoyó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y desvió la mirada. Cuando estaba por hablar, bajó la voz como si temiera romper algo frágil. —Nunca pensé que volver aquí... iba a sentirse así. —¿Así cómo? —Como si... —su respiración se cortó un segundo— ...como si el tiempo no hubiera pasado. Lo observé en silencio. La luz del atardecer entraba por la ventana y pintaba su cabello rojo con reflejos cálidos. Su rostro estaba distinto, más adulto, pero sus ojos... eran los mismos de aquel niño que juró casarse conmigo mientras lloraba. Él tomó un sorbo de té y suspiró, nervioso. —Cuando me fui... dejé muchas cosas sin decir. —Sus dedos apretaron la taza—. Quería escribirte, quería llamarte, quería... no sé. Algo. No dije nada, solo escuché. —Y pasaron los años... y pensé que... —tragó saliva— ...que ya no tendría sentido escribirte después de tanto tiempo. —Nunca te olvidé —murmuré. Él se quedó completamente quieto. Mi voz... había salido más suave de lo que esperaba. Más sincera de lo que debería. El rubor ascendió por su cuello. —¿D-de verdad...? —Sí. Mis manos tocaron el borde de la mesa. Recordé nuestras tardes, nuestros juegos, su risa. Recordé el moño naranja en su cabello. —Nunca te olvidé —repetí—. Ni el día que te fuiste... ni lo que dijiste antes de irte. Sus ojos se abrieron apenas.Un temblor suave recorrió su expresión estaba avergonzado. —No... no pensarás que lo decía en serio, ¿verdad? —se rascó la nuca, incapaz de sostener mi mirada—. Éramos unos niños. Decía tonterías todo el tiempo. —Lo sé. Él jugueteó con el moño de su cabello. Se veía inquieto. —A veces creo que... —su voz bajó hasta casi desaparecer— ...que no debería haber vuelto. Que es muy tarde. —No lo es. Él levantó la vista. Su expresión era una mezcla de sorpresa, alivio... y algo más profundo. Algo que no había tenido tiempo de descifrar. —Sabes... antes de irme... intenté volver a verte. El día antes del vuelo. Me quedé inmóvil. —¿Qué? —Vine a tu casa. Golpeé la puerta muchas veces. Esperé en la entrada por horas. —Su sonrisa fue triste—. Pensé que estabas evitando despedirte. Pensé que estabas enojada conmigo... o que ya no te importaba. Él respiró hondo. —Y me fui creyendo que... que para ti yo ya no era importante. La frase cayó como una piedra en la habitación. Mis dedos apretaron mi falda, no entendía por qué dolía. —Si hubiera sabido... —dije apenas audible— ...habría bajado. No te habría dejado ir así. La mirada que me dio... una mezcla perfecta de sorpresa, ternura y alivio... me atravesó. —Entonces... —sus ojos brillaron levemente— ...¿todavía puedo recuperar lo que dejé acá? No supe qué responder. Sentí calor en las mejillas y pensamientos desordenados.Y fue justo en ese instante... cuando ese pinchazo en la nuca regresó con brutal intensidad. Como un dedo invisible presionando mi piel. Sentí el aire detenerse. Ese pinchazo... esta vez no era un simple cosquilleo incómodo. Era agresivo, punzante, como si alguien estuviera justo detrás de mí. Como si algo respirara sobre mi nuca. Tragué saliva y alcé la vista hacia la ventana. El cristal devolvió nuestro reflejo: Osano, sentado frente a mí, con las manos aún temblorosas sobre la taza... y yo, rígida, tratando de aparentar calma. El silencio se volvió denso, casi líquido. —¿Ayano? —su voz sonó distante, preocupada—. ¿Estás bien? Parpadeé. Regresé a él. Su expresión había cambiado; ya no era solo timidez o nostalgia. Era algo parecido al miedo de perder algo que apenas estaba recuperando. —Estoy bien —mentí. Él dudó, pero no insistió. Desvió la mirada hacia la taza y la giró entre sus dedos con torpeza. —Lo que dije antes... —susurró— ...sobre recuperar lo que dejé aquí... no tienes que responder ahora. Mi pecho se apretó. —No dije que no quisiera responder —aclaré, despacio. Sus ojos se alzaron de golpe. Esa chispa luminosa que siempre terminaba desarmándome volvió a aparecer. —Entonces... ¿qué significa? Me incliné apenas hacia él. El silencio entre ambos vibró. ¿Nervios? ¿Ansiedad? ¿Esa emoción que siempre me obligaba a mantener las manos quietas para no mostrar demasiado? —Significa que no es tarde —respondí, mirando fijamente sus ojos—. Podemos salvar nuestra amistad. Él soltó un suspiro, uno que parecía haber guardado durante once años. Una sonrisa pequeña, temblorosa, pero auténtica, apareció en sus labios. —Me alegra... muchísimo. Osano quería decir algo más, lo sé, lo vi en la forma en que su pecho se llenó de aire. Pero entonces... —Ayano tu siempre me haz-... Mi respiración se detuvo. La taza entre mis manos se calentó como si de pronto ardiera. —Ayano... —su voz bajó hasta rozar la incertidumbre—. ¿Estas bien? Mi boca se abrió... pero no salió nada. —Ayano... La cerámica de mi taza reventó, creo que la había apretado muy fuerte. Osano se espanto y corrió a ayudarme, estaba pálido, fue ahí cuando deje de sentir esa punzada en mi nuca. —Pero que torpe eres, ¿estas bien te duele algo?, ¿te lastimaste?. —Si... estoy completamente bien— —Que susto me diste, ten mas cuidado. El silencio volvió a caer sobre la habitación. De pronto un timbre empezo a sonar desde el celular de Osano, era su abuela. —Lo siento Ayano debo irme, mañana vendré a verte de nuevo— Dijo mientras lo despedía desde la puerta. Fue bueno verlo después de tanto...
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR