―¡Padre! ―los gritos desesperados de Rubén y Farid resonaban en el lujoso comedor mientras se retorcían de dolor, con sus cuerpos encogidos por las brutales patadas de Absalón. Sus ojos, llenos de pánico, observaban impotentes cómo su peligroso cuñado apuntaba con la Desert Eagle, conscientes de su vulnerabilidad sin la presencia de sus guardaespaldas. ¿Pero... por qué no estaban? Momentos antes... Hilda, la sirvienta de confianza de Omar, una mujer de rostro amable y cabello entrecano que llevaba más de dos décadas al servicio de la familia, había intercedido ante los hombres de Absalón cuando vio llegar a Ismael y sus hijos. Sus manos arrugadas alisaban nerviosamente su delantal mientras hablaba. ―Son el padre y los hermanos del señor Omar, se llama Ismael Habitt ―había dicho ella

