Absalón, incapaz de contener sus impulsos posesivos, se inclinó hacia Saleema, con sus grandes manos deslizándose deliberadamente hacia sus glúteos en un gesto que era tanto provocación como marca de territorio. ―Aquí no, primate ―susurró ella con una sonrisa que contradecía sus palabras, y sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y deseo apenas contenido― Compórtate. ―Te dije que seré un santo ―murmuró él contra su oído, con su acento ucraniano espesándose con cada palabra. ―No parece, andas... ―su protesta quedó ahogada cuando Absalón, movido por un impulso animal, se inclinó más y capturó sus labios con los suyos. El beso se transformó rápidamente en un beso pervertido, más profundo y dominante. Las manos de Absalón se apretaron los glúteos de Saleema mientras ella, olvidando

