Saleema, al sentir cómo Absalón tocaba posesivamente su seno, le dio un pequeño pellizco en el glúteo, un gesto atrevido que le recordó la conversación que habían tenido antes de llegar... Minutos antes... El Rolls Royce negr0 se deslizaba como una sombra elegante por las calles de la ciudad, con Absalón Kravchenko al volante, y sus nudillos blancos y tatuados contra el cuero negr0 del volante. Para él, la privacidad era más que una preferencia, era una necesidad arraigada en su orgullo. El poderoso líder de la Bratva ucraniana no podía permitir que los gemelos ni ninguno de sus hombres vieran estos momentos de intimidad con Saleema, especialmente cuando ella, con su juventud desafiante, se dirigía a él con una familiaridad que su arraigado machismo consideraba un desafío a su autoridad

