Asentí mientras sellábamos la promesa con un apretón firme. Salí del restaurante sintiendo una ligera adrenalina correr por mis venas, como si hubiese conquistado una pequeña victoria personal y profesional. La misión era extremadamente sencilla, comparada con lo que ya me habían obligado a hacer esos hijos de puta. Pero jugar al agente secreto no dejaba de parecerme excitante. Subí al auto y regresé a la oficina, esta vez sin tráfico que frenara mi impulso. Entré con pasos decididos, sintiendo cómo el aire del vestíbulo me envolvía nuevamente en esa atmósfera conocida de eficiencia corporativa. Mireya me lanzó una mirada curiosa cuando pasé junto a su escritorio; debía estar preguntándose qué clase de almuerzo duraba solo una hora y veinte minutos después de haber anunciado dos horas c

