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1667 Palabras
Los días continuaban tornándose cada vez más fríos, el sol que las acompañaba por las tardes las obligaba a adelantar un poco sus paseos vespertinos. Ana parecía no mejorar de su brazo, llevaban tres semanas juntas y el médico que la visitaba cada jueves aún no creía prudente retirarlo. Habían logrado una convivencia armónica, donde respetaban sus espacios y disfrutaban de la mutua compañía, aunque muchas veces fuera en silencio. Matilda estaba a punto de terminar el libro y cada vez estaba más maravillada de la fortaleza de esa mujer, que aún habiendo perdido todo seguía adelante. ¿Cómo nadie le había dado antes un libro como ese? Solía aburrirse de los manifiestos de economía, incluso las novelas que su profesora de literatura le había obligado a leer, habían resultado un martirio. Pero esta era diferente, podía sentirse en la piel de aquella mujer, se indignaba cada vez que las cosas no le salían y hasta debía admitir que se había emocionado en más de una ocasión. -Pasame la servilleta, querida. - le dijo con tono autoritario su tía. Parecía haber olvidado sus modales, nunca saludaba, ni daba las gracias. Tampoco la había escuchado maldecir, sólo era práctica, hablaba poco y cuando era estrictamente necesario. -Tomá tía. ¿Gracias, no? - le dijo incisiva al ver que tomaba la servilleta sin mirarla. Ana puso los ojos en blanco y sacudió su cabeza. Matilda había comenzado a disfrutar de sus gestos, eran desprejuiciados, como si nada fuera realmente tan importante o nada pudiera hacer la diferencia. -Le dije a Aluel que te pase a buscar, ya es hora de que empieces a usar ropa más acorde. - le dijo con una oculta satisfacción en su rostro. Matilda había usado la misma ropa casi todos los días, la lavaba y volvía a ponérsela. Ni los pantalones de cuero, ni las polleras de jean habían salido de la valija. El único buzo con el que contaba y unos jeans anchos habían resultado lo más abrigado que encontró. Sin embargo, el anuncio de que Aluel la pasaría a buscar comenzó a despertar un interés por cambiarse que no pasó desapercibido para su tía, quien parecía que no le prestaba atención, pero ya podía descifrar cada una de sus caras sin problema. -¿Podes sacarte ese buzo horrible de una vez por todas? Si queres fijate en mi placard, algo de eso te puede quedar. -le dijo logrando que ella sonriera sorprendida, no entendía cómo su tía se adelantaba a lo que ella quería, era mejor que los algoritmos de i********:, en ese sentido. -Gracias, tía.- le dijo sacándose el buzo. - Como te gusta tanto te lo regalo. - agregó poniendoselo por los hombros a modo de broma. -¿Y viste como dije gracias? Así se usa. - dijo divertida. La idea de volver a ver Aluel había despertado una alegría que llevaba tiempo sin experimentar. Recorrió el guardarropas de su tía con detenimiento, en un principio todo le parecía igual, sin embargo en un rincón descubrió lo que parecían unos vestidos, de varios colores, de seda, de gasa y hasta con importantes bordados. Parecían de los años setenta, faldas con tablas, plisados y algunos estampados floreados. Estaban conservados en tan perfectas condiciones que quiso probarse cada uno de ellos. Sin embargo, sabiendo que Aluel llegaría pronto, volvió a los marrones y verdes que dominaban el perchero. Era como si una pequeña porción de ia vida de su tía hubiese estado plagada de alegría y de repente el invierno la hubiese arrasado. Utilizando todo su ingenio, tomó unos pantalones verdes anchos y los combino con una remera de morley de color blanco que se ajustaba a su figura, y que por suerte había agregado a último momento a su valija, para luego cubrirse con una camisa a cuadros de lanilla y un chaleco forrado de corderito que fue muy bien recibido por su pecho, que llevaba sintiendo frío desde que había aterrizado allí. Se recogió el cabello en una colita alta y aplicó algo de rimmel en sus largas pestañas. No quería que se notara y sin embargo tenía la necesidad de verse hermosa. Aluel tocó la bocina, no estaba dispuesto a bajar del auto, le hubiese gustado que fuera la misma Matilda quien le hubiese pedido que la llevara, pero cuando su abuela lo hizo no tuvo más remedio que acceder. Llevaba su gorra para ocultar algo su rostro que sentía que debía lucir fastidiado y sin embargo, parecía demasiado alegre, más aún cuando la vio atravesar el camino de piedras con aquella camisa demasiado larga y sus labios fruncidos, para no permitirles curvarse y demostrar que también estaba feliz de acompañarlo. -¿Le tuviste que pedir a tu tía que me llame? - le dijo en el mismo momento en que abrió la puerta de la camioneta, a lo que Matilda respondió volviéndola a cerrar y comenzando a caminar por la calle. Aluel esta vez no pudo evitar reír y avanzó lentamente con el vehículo para alcanzarla. -Son 25 kilómetros ¿Estás segura de rechazar mi oferta?- le dijo mirándola a través de la ventanilla. Su gesto de enojo, tan inocente y tan divertido, hacía que resultara cada vez más difícil mantener su actitud de fastidio. Matilda detuvo su marcha y lo enfrentó con la mirada. Era un duelo que comenzó a tornarse demasiado intenso. Entonces Aluel se supo vencido. -Dale, subí. - le dijo abriendo la puerta. Pero Matilda permanecía inmóvil. - Por favor. - agregó él bajando un poco su mirada y regalandole esa media sonrisa con la que Matilda había comenzado a soñar. Entonces ella accedió. Se sentó a su lado y abrochó su cinturón. Desde su asiento volvió a ver al pequeño dinosaurio en el piso, lo tomó y lo colocó sobre su falda. -¿Tu hijo no extraña su juguete?- le preguntó, intentando sonar desinteresada, pero ansiosa por conocer la composición de su familia y su estado civil. No había visto anillos en sus dedos, pero eso, hoy en día, no era garantía de nada. -Tiene muchos. - respondió él y luego de analizar su reacción agregó. - Y no es mi hijo, es mi sobrino. -aclaró, sin saber del todo porque lo hacía, o mejor dicho, deseando hacerlo. Matilda no supo qué responder, se moría por preguntarle mil cosas más, pero no estaba dispuesta a hacerlo, todavía. -Veo que renovaste tu guardarropas.- le dijo él luego de una pausa. -Para que no te importe estás demasiado pendiente de mi ropa. - le respondió ella divertida. Aluel se río y ella por primera vez lo imitó. -Es de mi tía, me queda un poco grande, espero no hacer el ridículo. - le dijo levantando ambas manos para mostrarle el tamaño de la camisa. Aluel la recorrió con su mirada y Matilda por primera vez se sintió algo intimidada. -Podria ser peor. - le respondió, logrando que ella volviera a fastidiarse. Lo que no sabía era que Aluel había tenido que apelar a su autocontrol para no decirle que estaba realmente hermosa. -Vos tampoco te contenés a la hora de elegir tu atuendo. - le dijo ella irónicamente, señalando la misma camisa, que llevaba varios meses viendo. -Estoy cómodo, para que cambiar. -le dijo él volviendo a concentrarse en la ruta. - ¿Es siempre la misma o le pediste al local de montañeses que te fabricaran una para cada día? - agregó divertida. - Es la misma, ¿queres ver? - le dijo él levantando su brazo de manera grotesca insinuando que podía no estar del todo limpia. Matilda río y comenzó a sacudir sus brazos para apartarlo, aunque debía admitir que le hubiese gustado acurrucarse allí, bajo su brazo con su cabeza apoyada sobre su pecho. Poco después llegaron al centro de Bariloche, muy similar a cualquier centro comercial, pero rodeado del inmenso lago y las montañas, que parecía cambiar sus colores cada hora. Estacionaron la camioneta y comenzaron a avanzar por los diferentes negocios a pie. Matilda reconoció varias marcas en las que solía comprar en Buenos Aires, pero decidió no parar en ellas. Estaba allí para comprar ropa para el frío y eso era lo que iba a hacer. -¿Qué lugar me recomendas? - le preguntó ella, sorprendiendolo. -Yo pensaba tomarme un café mientras vos recorrías. - le dijo intentando sonar convencido, pero ella no se lo permitió, entrelazó su brazo con el del él, logrando así que por primera vez tuvieran contacto, y anulando las sensaciones que eso le estaba generando, prácticamente lo arrastró a su lado. -De eso nada. Si se ofreció a traerme de compras, ahora deberá cumplir, señor. - le dijo divertida sin dejarle opción. Visitaron más negocios de los que él había visitado en su vida, la vio desfilar con la ropa más extravagante que cada local ofrecía y a su pesar, lo había comenzado a disfrutar. Luego de dos horas y varios billetes gastados decidió salir a tomar aire, mientras ella completaba otra compra. Cuando por fin llegó cargando varias bolsas se detuvo frente a él y le ofreció una de ellas. -Por acompañarme. - le dijo con una mirada cargada de inocencia y expectativa. Aluel tomó la bolsa y sacó una camisa a cuadros, bastante más moderna en comparación con las las que solía usar. La encontró muy linda, pero no tanto como el gesto que ella le regaló cuando vio que le había gustado. -Ahora ¿podemos ir a esa chocolatería tan linda que estaba cerca de la camioneta? - le preguntó ella y al notar algo de duda en sus ojos, juntó sus manos en forma de plegaria y agregó: -Por favor.- lo que resultó demasiado para él, quien imitando el gesto de ella, entrelazó sus brazos y comenzó a caminar en dirección a la cafetería a la que se refería. Aquella fue la primera vez que compartieron tiempo juntos y a juzgar por lo bien que la habían pasado, de seguro, no sería la última.
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