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930 Palabras
Los días comenzaron a correr en una calma sincronía. Matilda y Ana desayunaban en el jardín, siempre que el clima lo permitía y leían durante largas horas. Matilda amaba el libro que le había ofrecido. Narraba la historia de una mujer que había luchado por la libertad de su pueblo sin condiciones. Se mostraba segura, valiente y temeraria, lograba doblegar con sus palabras hasta al más engreído de los personajes que había enfrentado y justo se encontraba en la parte en que conocía por fin a un oponente digno, que sin dudas encontraba demasiado atractivo. Se encontraba tan atrapada por la lectura que casi no cargaba su teléfono. Había hablado un par de veces con su madre, lo justo y necesario como para extrañarla y volver a necesitarla lejos. Como una paradoja la conversación recorría las aristas más distantes casi en el mismo tiempo: 15 minutos. Era todo lo que hablaba con ella, los días que lo hacía. Luego de almorzar Ana solía recostarse a descansar y ese había pasado a ser un momento bastante interesante para Matilda, quien desde su ventana o desde el cómodo sillón de la galería, observaba a Aluel trabajar. No solían intercambiar demasiadas palabras, y lo que al principio había sido con disimulo, se tornaba cada vez más evidente para el joven, que lejos de inquietarse lo encontraba divertido. -¿Todavía no conseguiste ropa de invierno? - le preguntó esa tarde mientras bajaba de la escalera de madera que lo ayudaba a acceder al tejado. -Ya te dije que estoy bien.- respondió ella sin moverse de su asiento. -Veremos…- dijo él tomando una botella de agua para hidratarse. -¿Por qué te importa tanto mi ropa? - le disparó ella incorporándose un poco en el asiento. Aluel tragó el agua intentando no atragantarse, de repente la pequeña joven de ciudad lo estaba provocando. -No es que me importe, pero las chicas de ciudad siempre se creen superadas. Sólo te aviso que te vas a morir de frío.- le dijo acercándose un poco a la ligustrina. -¿Qué tenes contra las chicas de ciudad? - volvió a preguntarle ella divertida. -Otra vez te digo, no tengo nada, pero tenes que admitir que acá las cosas son diferentes. - dijo con una sutil sonrisa que a ella se le antojó demasiado hermosa. -¿Decis que los chicos de pueblo son más inteligentes? Suena un poco prejuicioso.- le dijo ella desafiante. -Para nada. - agregó él con falsa indiferencia. -Sólo que yo soy tonta por no comprar una campera. - sentenció ella, que se había puesto de pie y comenzaba a avanzar en su dirección. -Digo que si no te compras una campera te vas a congelar. - le dijo él acortando un poco la distancia. Matilda sonrió mientras se enrollaba con la manta a cuadros. -¿Y dónde puedo comprar algo así? Cada tarde salimos a caminar con mi tía y no pude ver ni un negocio a los alrededores. - le dijo alzando su mentón en un gesto infantil que Aluel encontró tan bello, que tuvo que recordarse a sí mismo que debía responder. -Algún día puedo llevarte al centro… si queres.- le dijo intentando contener la curvatura que sus labios solían intentar hacer cada vez que se cruzaba con esta joven que apenas conocía. -Ah, ¿había un centro? - dijo ella exagerando su gesto de sorpresa, para que él ya no pueda evitar sonreír. -Claro, hasta tiene bancos, cafeterías y no vas a creer esto.- agregó acercándose todo lo que la ligustrina le permitía. -Hasta hay un Mcdonalds.- dijo divertido. Matilda volvió a sonreír, saliendo un momento de su papel distante. -Eso sí que no me lo pierdo. -le respondió. -¿Solías ir mucho? ¿A la salida del colegio? - le preguntó él algo más relajado, pero logrando una gran indignación en ella, que rápidamente volvió a su gesto de fastidio. -¿Qué colegio? Tengo 22 años, nene, ya dejé el colegio hace rato. - le respondió dándose vuelta para regresar a su asiento. Aluel no pudo evitar que una carcajada se escapara de su boca, acrecentando el enojo en Matilda. Siempre le habían dicho que parecía más joven de lo que era ¿pero una colegiala? ¡Qué engreído era este hombre y, sin embargo, cuánto le había gustado que le hablara tan cerca! -No te enojes, solo pensé que.. - comenzó a decir aún riendo. Matilda giró sobre sí misma y levantó la mano para que no continuará. -Dejá, no aclares más, entiendo que un viejo como vos vea a todos demasiado jóvenes. - le dijo entre desafiante y divertida. Y Aluel volvió a reír. -¿Viejo? ¿En serio? - le preguntó mostrándose falsamente ofendido, pero aún sonriendo. -Ojo señorita que este viejo es su único transporte al centro. - aclaró con algo de suficiencia. -A lo mejor me muero de frío entonces. -respondió ella, con la terquedad que él tantas veces había visto en su tía. -Cómo quiera, adulta de 22 años. Si me necesita sabe dónde encontrarme. - agregó y decidió volver a la casa. Si bien se había divertido conversando con ella, él sabía que allí no habría más que problemas. Llevaba tiempo sin entablar ningún tipo de relación, las heridas de su pasado aún no estaban cicatrizadas y no estaba dispuesto a volver a exponerse. Lo ocasional era lo suyo, necesidad pura, satisfacción de común acuerdo, sin reproches ni obligaciones. Así era y así debía seguir siendo. Que tuviera 22 años no cambiaba las cosas ¿o sí?
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