Pasaron el resto de la tarde en el jardín, sentadas en sendos cómodos sillones de madera con el sol acariciando sus rostros, ofreciéndoles la calidez que el otoño reclama, cuando el viento se cuela estremeciendo todo lo que encuentra a su paso.
Ana leía un libro con calma, tomando cortos sorbos de la taza de té que también calentaba sus manos. Matilda había perdido sus vidas en el Candy crush y resuelto varios Sudokus, cuando por fin decidió apoyar su celular sobre la mesa y cerrar sus ojos para disfrutar del sol.
Pasaron un largo rato juntas, sumergidas en un silencio, que lejos de ser incómodo, comenzaba a sentirse agradable. Entonces Ana intentó levantarse pero su pierna resbaló y tuvo que volver a su asiento.
Matilda abrió sus ojos y se apresuró a ayudarla pero Ana levantó su bastón señalándola.
-Ni se te ocurra.- fueron sus palabras y sonaron lo suficientemente seguras como para que Matilda se quedara en su lugar.
La observó inmóvil, intentando que su expresión no transmitiera ninguno de los sentimientos que la estaban atravesando. Ana volvió a intentarlo. Miró en dirección a las montañas y con una gran concentración depositó toda su fuerza en la mano que no estaba enyesada para finalmente ponerse de pie. No miró a su sobrina, pero ella pudo percibir ese brillo de satisfacción en su mirada, sin dudas su tía no era de las que aceptaban ayuda.
La vio desaparecer en el interior de la casa, llevando ambas tazas de té vacías con ella. Entonces un fuerte sonido llamó su atención al otro lado de la baja ligustrina que separaba su jardín del del vecino.
-Lo siento Ana, recién a esta hora se dignaron a entregarnos los materiales.- dijo una voz, que Matilda reconoció rápidamente.
Cuando Aluel se asomó al jardín, se mostró algo sorprendido al verla. Pasó su mano por su frente para secar el incipiente sudor y luego la levantó en señal de saludo. Se había quitado la gorra y su cabello rubio caía a los lados de su rostro, aún vestía su camisa a cuadros, la cual Matilda sospechó, sería su atuendo habitual, pero su facie, iluminada por los últimos rayos del sol del día parecía aún más hermosa de lo que la recordaba.
-Veo que aún no tenes ropa acorde.- le dijo señalandola sin disimulo.
-Estoy bien gracias.- respondió ella, cubriendo sus piernas con la manta que su tía le había dado.
Aluel alzó sus hombros girándose para acomodar las maderas que acababa de dejar en el suelo.
-Si vos lo decis. - le dijo irónico.
Matilda, algo fastidiada por la arrogancia del hombre que apenas llevaba horas de conocer, iba a responder cuando Ana regresó con un par de libros en su mano.
Al ver a Aluel en el jardín de la casa de su abuela, se acercó un poco más para hablarle.
-¿Van a hacer reformas? - le preguntó utilizando ese tono autoritario, que a Matilda comenzaba a sonarle familiar.
-Sólo voy a reparar la galería y revisar el techo.- respondió él sin dejar de acomodar las maderas. Cuando terminó de hacerlo la miró y señalando su casa agregó:
-Usted debería revisar el techo también, no falta tanto para la primera nevada. -
Ana volvió a su lugar y sacudiendo las manos, para restarle importancia al comentario, le respondió:
-Todavía hay tiempo.-
Aluel insistió.
-Yo podría hacerlo cuando terminé con lo de mi abuela.-
-Gracias querido, sos muy amable.- le dijo Ana volviendo a tomar asiento al lado de su sobrina.
-No se como logras conseguir tiempo para todo. - agregó y antes de que él respondiera miró a su sobrina ofreciéndole los libros que había traído.
-Creo que podrían gustarte. -le dijo.
-Gracias, tía. - respondió tomando uno de ellos. Se llamaba Un rincón del alma, llevaba las letras en dorado, sobre un fondo en blanco y n***o de lo que parecía una imagen de guerra.
-¿A. P.? ¿Quién es el autor?- le preguntó.
-Ya me imaginaba yo que leías mucho.- le dijo su tía revoleando los ojos para sumarle ironía a su comentario.
- Ya me imaginaba yo que no eras una persona fácil.- respondió Matilda imitando su tono.
Aluel que observaba la escena desde el otro jardín, emitió un largo silbido que sacó a ambas mujeres de su duelo de miradas.
-Y yo que pensaba que Ana era la mujer más terca que conocía…- agregó sacudiendo su cabeza con gracia.
Y cuando ambas iban a responder él comenzó a sacudir sus brazos.
-Está bien, está bien. No tienen que decir nada. ¡Suerte con la convivencia! - dijo en un tono elevado, mientras giraba para darles la espalda y regresar a la casa de su abuela.
Esta vez el silencio sí fue algo incómodo. Sin embargo, Ana decidió que había sido suficiente.
-¿Y este quién se cree que es para decirme terca?- dijo por fin, logrando que Matilda abandonara su actitud.
-Es un arrogante… pero algo de razón tiene.- respondió con una escueta sonrisa.
-Un arrogante que te gusta un poquito.- la increpó su tía.
-¿Qué decis tía? Es un viejo- le respondió ella, poniéndose de pie y comenzando a entrar a la cabaña.
Ana no necesitó insistir, confirmó lo que sospechaba con sólo mirarla.
Comenzó a imitar a su sobrina ingresando detrás de ella a la casa.
-Voy a darme un baño.- le dijo cuando pasó por su lado.
- Y sólo tiene 27 años, a mí no me parece tan viejo.- le dijo sin esperar su respuesta.