La cabaña de la tía Ana era aún más hermosa por dentro. La sala con madera a la vista y una gran chimenea daba la sensación de paz y comodidad. Varios sillones, cada uno de ellos con varios almohadones se disponían alrededor de una mesa de roble decorada con flores secas y velas, que jamás habían sido encendidas. La cocina se comunicaba a través de una arcada y lucía como si hubiese sido construida hace siglos, pero tan perfecta, tan limpia y ordenada, que parecía que no había sido utilizada jamás. En el fondo un gran ventanal ofrecía esa hermosa vista, de la que Matilda ya se había enamorado. Las montañas, los árboles y el césped formando lomadas eran el parque perfecto para esa casa.
-Vas a dormir en el cuarto de arriba, yo me acondicioné el viejo escritorio, porque ya me resulta demasiado pesado subir.- le dijo Ana, señalando una pequeña escalera de madera, que parecía conducir a un entrepiso.
-Está bien tía, como vos digas.- respondió Matilda, aún maravillada con la vista.
-Si queres andá a acomodar tus cosas y yo te preparo algo para almorzar. - volvió a decir su tía, quien sin esperar respuesta comenzó a caminar lentamente hacia la cocina.
Matilda subió, como pudo, la valija por la angosta escalera, para encontrarse con un ambiente pequeño, que contenía una cama grande con un mullido acolchado de color marrón. Apenas una silla y un viejo placard completaban la estancia. Subió a la cama y se asomó por la ventana con forma de triángulo que permitía que la luz ingresara. Volvió a mirar las montañas y deseo poder visitarlas algún día. Se dio vuelta y se recostó en la cama, cerró sus ojos y un largo suspiro salió casi involuntariamente de sus pulmones.
Aún no podía creer que su vida hubiese cambiado en menos de 24 horas. Si bien su tía no había mostrado la bienvenida que esperaba e intentaba mostrarse antipática, hubo algo en ella que despertó su curiosidad, tenía el presentimiento de que todo aquello no era más que un escudo para ocultar como era realmente. Y de eso, ella sabía bastante.
Casi sin querer, Aluel apreció en sus pensamientos. Aquel hombre, que sólo había compartido unos minutos con ella, de repente había generado tantas preguntas que comenzaba a sentirse molesta.
Sacó su ropa de la valija y mientras la acomodaba supo lo mucho que se había equivocado con su elección. Se lavó la cara, dejó su campera de cuero en una percha y se puso un viejo buzo que solía usar para dormir.
Cuando llegó a la cocina vio a su tía poniendo la mesa.
-¿Te ayudo con algo? - le preguntó antes de sentarse.
-No, está bien. Hice una sopa, espero que te guste.- le dijo, acercando la fuente a la mesa.
-Sí, gracias. - respondió tomando su celular.
-Me dirias la clave de internet, así le aviso a mamá que llegué bien.- le dijo buscando alguna red.
Ana emitió una escueta sonrisa y al ver que no respondía, Matilda levantó la vista de su celular.
-¿Qué pasa?- le preguntó incrédula.
-No tengo internet. - respondió y al ver la cara de sorprendida de su sobrina agregó.
-Tampoco es para tanto, hay muchos libros por allá, este barrio es muy hermoso para salir a caminar y si necesitas algo urgente podes ir a la casa de Angela que te presta su internet.-
Matilda se tapó ambos ojos con su mano y comenzó a negar con su cabeza.
-Creo que empiezo a entender porque mamá me mandó con vos.- dijo, pero en lugar de sentirse enojada, una escueta sonrisa asomó involuntariamente a sus labios.
-Sos rara tía, quien no tiene internet en el siglo veintiuno. Ahora empiezo a entender un poco más la decoración de tu cocina -le dijo con una autenticidad que llevaba tiempo sin liberar.
Ambas sonrieron, no fue una carcajada, pero sin embargo, les ofreció una pequeña tregua que encendió una tenue luz de esperanza. A lo mejor, no resultaba tan malo pasar un tiempo juntas.