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720 Palabras
Las semanas comenzaron a pasar demasiado rápido para Matilda, el otoño casi estaba llegando a su fin y si bien su tía por fin había logrado deshacerse del yeso, su brazo aún estaba débil y aunque no la solicitaba, Matilda lograba anticiparse a sus necesidades. Había comenzado a leer sus gestos, como su tía lo hacía con ella. Por fin había terminado el libro y no podía sentirse más indignada. Aquel final de soledad era lo último que esperaba para su heroína. Esa tarde estaban de visita en la casa de Angela. Tomaban el té como lo habían hecho una o dos veces por semana desde su llegada. Aquella señora anciana que tenía dificultades para moverse parecía ser la única amiga que Ana tenía. Matilda aprovechaba para chequear sus r************* y demás aplicaciones que requieren internet, pero últimamente no había nada que le aburriera más. Mientras miraba disimuladamente hacia el jardín en el que Aluel continuaba trabajando decidió investigar un poco acerca de ese misterioso autor, que tanto la había atrapado. Googleó primero sus iniciales y luego lo intentó con el título del libro, sin embargo, los resultados fueron poco alentadores. No sólo no encontró el libro en ninguna de las librerías que conocía, tampoco pudo dar con el nombre del autor. Mientras se debatía entre preguntarle una vez más a su tía o no, Aluel entró a la sala. Llevaba una remera de mangas cortas que por primera vez le permitió a Matilda observar cómo sus músculos se dibujaban, tal como lo había aventurado aquella única vez en que había tenido la oportunidad de tocarlos. Seguían siendo aparentes enemigos, intercambiaban ironías con frecuencia, pero a su pesar, no habían vuelto a viajar juntos. Luego de tomar un poco de agua en la cocina se acercó para saludar a las invitadas. -Ya está casi listo, abuela. - le dijo con una sonrisa de satisfacción. -Mañana puedo revisar su techo Ana.- le sugirió con determinación. -Muchas gracias, querido. Sigo sin entender como te haces tiempo para todo. - dijo Ana, volviendo su vista a la mesa donde yacía su taza de té. -Soy muy organizado.- respondió él, aún sin haber mirado ni una vez a Matilda. -O muy aburrido.- agregó Ana, robándole una carcajada a las otras dos mujeres de la sala. Aluel miró a su abuela con cara de desaprobación. De sus tercas vecinas no le sorprendía, pero su propia abuela…. -Perdón Ale, pero algo de razón tiene. ¿Cuándo fue la última vez que saliste a divertirte?- le preguntó su abuela aún sonriendo. -Y no me digas que jugas al fútbol y tomas algo con tus amigos, porque eso no cuenta. - lo interrumpió antes de que él pudiera defenderse. Aluel miró a las mujeres de la sala algo anonadado, desde cuando les importaba si se divertía o no. -En serio Ale, hoy es viernes ¿Por qué no la llevas a Mati a conocer alguno de los lugares de moda? - le sugirió su abuela con falsa inocencia. Ambas ancianas habían notado la química que había entre los dos y se morían por interceder y aunque Ana hubiera dicho que no era buena idea, Ángela pensó que no perdía nada con intentarlo. Si hubiese existido la posibilidad de matar con la mirada, Aluel debería haber sido condenado. Había intentado evadir a Matilda desde su salida al centro y su abuela no tenía mejor idea que ponerlo en esa posición. Matilda, que disfrutaba de la situación, aún no había emitido sonido alguno. De repente Aluel comenzó a impacientarse, no poder descifrar si ella estaría dispuesta a acompañarlo o no estaba comenzando a perturbarlo demasiado. -¿Estás disfrutando de este interrogatorio, no? - le dijo, mirándola, por fin. Matilda alzó sus hombros y le mostró ambas palmas en un intento por desvincularse, pero no pudo contener la risa, logrando que Aluel se enfadara aún más. Cuando vio que las mujeres de la sala no estaban dispuestas a cesar sus carcajadas decidió volver a hablar. -Está bien. Estate lista a las 10. - dijo señalando a Matilda con su mano, logrando que por fin dejara de reír. Satisfecho con la reacción que había logrado, abandonó la casa sin esperar respuesta alguna, dejando a Matilda sumergida en la incertidumbre que ofrece la paradoja del querer y temer a la vez.
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