—Pero todavía no contestas mi pregunta— dijo Azalea—. ¿En dónde voy a vivir… y por qué en Macao? El carruaje, que había estado subiendo una colina, se detuvo en ese momento. Azalea, desviando la mirada de su tía, volvió la cabeza y se asomó por la ventana. Vio un alto muro, una puerta enorme tachonada de clavos y, en el centro, una rejilla. Por un momento pensó que era una iglesia y, mientras la miraba, tratando de comprender, Lady Osmund le explicó: —Este, Azalea, es el Convento de las Hermanas Penitentes. —¡Un convento!— exclamó Azalea. Estaba tan asombrada que no pudo decir nada más, mientras su tía descendía del carruaje. Era evidente que las estaban esperando; pues, aun antes que hubieran tocado la campanilla de la entrada, una monja abrió la puerta. —Quiero ver a la madre su

