Me miro en el espejo del baño del restaurante antes de empezar mi turno. La luz es amarillenta, cansada, igual que yo. Me ato el cabello en un moño desordenado y ajusto el delantal con un suspiro. En mi pecho siento siempre ese peso invisible, una mezcla de resignación y de lucha constante. En la placa que llevo en el uniforme no aparece mi nombre real. Clara. Eso es lo que dice, en letras blancas sobre fondo n***o. Clara. Desde hace casi dos años, ese es el nombre que repito cuando alguien me pregunta. Clara para mis clientes, Clara para mis compañeros de trabajo. Solo en casa, con mi abuela, con Mia y con mi hija, soy Anna. La verdadera. No fue fácil acostumbrarme a vivir con un nombre que no es el mío. Pero lo hice para sobrevivir, para sentirme a salvo, para asegurarme de que Daniel

