Ya no pude quedarme tranquila, la presencia de ese hombre allí, aunque fuera por unos segundos, me dejó mal y sé que Fabián lo notó, pero no hizo mención alguna, él me aceptaba así, fenómena y todo.
Llegamos a mi casa a las cuatro de la mañana, mi abuelo seguía despierto, estaba en el sofá de la sala, en plena oscuridad.
-Tata, ¿por qué está aquí?
-No podía dormir, mija, ¿cómo lo pasaron?
-Bien, bien.
-¿Sí? ¿No pasó nada? -me preguntó preocupado.
-No, nada -mentí-, ¿por?
-No, le preguntaba nomás.
-¿Seguro? -Yo sabía que ese hombre en las sombras tenía algo que ver con la inquietud de mi abuelo.
-Sí, es que como no podía dormir, pensé que tal vez podía haberle pasado algo.
-¿No se va a ir a acostar?
-No, me voy a quedar un rato más aquí.
-¿Pasa algo? -Parecía inquieto.
-No tengo sueño. Vaya a dormir.
-Ya, me voy a ir a acostar. Buenas noches, tata.
-Buenas noches, mija.
Le di un beso en la cara y me fui a mi pieza. No pasó mucho rato cuando vi una sombra en mi ventana. Sin querer, pegué un grito. Mi abuelo llegó enseguida.
-¿Qué pasó? -preguntó alterado.
-Nada, nada, tata, pensé que había alguien en mi ventana, pero no, solo fue el viento.
-¿Segura? ¿No andará su pololito por aquí? -me interrogó mientras se asomaba a la ventana.
-No, tata, cómo se le ocurre.
-Cuidadito, mija, usted sabe muy bien de lo que pienso acerca de eso.
-Sí, tata, no se preocupe, yo no voy a hacer nada indebido antes de tiempo, además, Fabián me respeta mucho.
-Yo confío en usted.
-Sí sé, tata.
-¿Está bien?
-Sí, estoy bien.
Me dio un beso y salió de mi dormitorio.
Yo me quedé mirando la ventana, pero no vi nada. Intenté convencerme de que no había sido más que mi imaginación.
Dormí poco y muy mal. Hasta las siete de la mañana, cuando ya aclaró, las pesadillas no me dejaron descansar; despertaba a cada rato con la sensación de que alguien me miraba, por momentos, me parecía ver a alguien parado en una esquina de mi habitación, pero no, al mirar bien, no había nada allí. Hacía muchos años que no me pasaba. Solo al amanecer, y con la luz del sol, pude dormir. Por suerte para mí, aquel día el sol resplandeció con un gran fulgor, a pesar de estar en pleno invierno.
Fabián me fue a ver en la tarde, yo seguía cansada, tenía un par de ojeras de antología. Y bueno, el asunto es que, para ser franca, aquella tarde anduve muy pesada con mi pololo. Él, muy comprensivo, me entendió y decidió volver al día siguiente para no discutir, yo acepté, no quería decir algo de lo que después me arrepintiera.
Fabián y yo, en esos dos años y medio, nos habíamos convertido en amigos de nuevo. Él y yo lo pasábamos bien juntos, conversábamos mucho, pero de pasión ni hablar. Ninguno de los dos había hecho el intento de acercarse al otro para algo más que simples besos. Mi abuelo podía estar tranquilo de que Fabián no pretendía tocarme.
Mi primer trabajo lo conseguí casi casi por casualidad. Un amigo de mi abuelo justo necesitaba una secretaria porque la que tenía se había ido de la ciudad, así que yo me quedé en su lugar... hasta que el hombre murió un año y medio después.
Por aquel entonces, las cosas entre Fabián y yo estaban mucho más frías, no tirantes ni sin cariño, solo que quedaba más un amor de amigos, casi de hermanos, que de otra cosa y eso hacía que la relación de novios fuera extraña, por decir algo.
-Cassandra..., necesito hablar contigo -me dijo un día en tono serio.
-Claro, dime.
-Lo que pasa es que... -Lo noté muy nervioso-. Yo no quiero que lo tomes a mal o que pienses que he jugado contigo...
-Fabián -le dije-, jamás podría pensar algo malo de ti. Dime lo que tengas que decir.
-Cassandra, yo te quiero mucho, tú lo sabes.
-Pero ya no me amas -afirmé para hacérselo más fácil, quería terminar conmigo y no sabía cómo.
-Amor...
-¿Es eso? ¿Quieres terminar conmigo? -le pregunté de frentón al tiempo que tomé sus manos.
-Cassandra...
-¿Conociste a alguien más?
-No.
-Fabián, yo te quiero mucho y sé que ya no somos una pareja, parecemos más un matrimonio que lleva casado veinte años y no unos jóvenes que no pueden dejar pasar la vida con quien no corresponde. Nosotros nos queremos como amigos, no como pareja.
-¿No te molesta?
-No, si conociste a tu verdadero amor, no seré yo quien te niegue la felicidad.
-No es otra mujer, Cass, es mi trabajo, me han ofrecido una oportunidad para trabajar en la capital en una empresa muy grande, es algo que no puedo rechazar, tú no quieres salir de aquí, y lo entiendo, pero yo no quiero morir aquí.
-Entonces, con mayor razón, no puedo retenerte aquí, tienes que salir a conquistar tus sueños.
-Siempre serás importante para mí.
-Lo sé, para mí también.
Me abrazó a su pecho y besó mi cabeza.
-Tengo que irme la próxima semana.
-Espero que te vaya muy bien, es lo que siempre quisiste.
-Gracias.
Me dio un último beso en los labios, con sumo cuidado y ternura.
-Cuídate mucho, espero que seas muy feliz.
El día antes de irse, fue a despedirse, nuestro cariño seguía intacto a pesar de la relación que habíamos intentado tener. Seguíamos siendo los mejores amigos.
Y ahí quedé yo, sin trabajo y sin pololo, pero, a decir verdad, no me sentí mal, al contrario, creo que, en cierto modo, me sentí liberada.
Un mes más tarde, y poco después de Año Nuevo, un amigo de mi abuelo apareció en la casa, de visita; era un hombre al que yo nunca había visto, bueno, según lo que contaron, se había criado en el sur, pero luego se fue a vivir a Rancagua y no había vuelto sino hasta ese momento y pasó a ver a su antiguo amigo. Se quedó a cenar y, en algún minuto, del tema de familia y recuerdos, se pasó al de trabajo.
-¿A qué te dedicas? -me preguntó don Aníbal.
-Mi nieta está sin trabajo -le informó mi abuelo antes de que yo pudiera contestar.
-¿Qué haces? Tal vez yo te pueda ayudar. Tengo una agencia que tiene muchos contactos.
-Soy secretaria ejecutiva bilingüe -respondí.
Se quedó pensando un rato.
-Así, a la memoria, se me viene solo un empleo, que es para marzo, pero hasta el momento nadie lo ha querido tomar, de los alrededores, digo.
-Y eso, ¿por qué sería?
-Porque el trabajo se va a desarrollar en San Pedro de Atacama, son seis meses en los que la persona se debe trasladar a ese lugar y vivir en la casa que se les arrienda.
-Pero dicen que es muy lindo -acoté.
-Claro que es hermoso, turísticamente hablando -ironizó-, pero para ir a trabajar, el cuento cambia, no hay mayores entretenciones, es caro y todo lo lindo es solo para los turistas.
-Ah -no sé me ocurrió qué decir.
-Claro que la paga vale la pena, según mi punto de vista -replicó-, es un sueldo de gerente, o sea, hablamos de un par de millones y al final del proyecto, que se espera sean seis meses, una indemnización de la mitad del período trabajado.
-Guau, qué raro que nadie haya querido el puesto -comenté sorprendida.
-Lo que pasa es que se requiere una secretaria ejecutiva o administrativa, bilingüe, la mayoría ya tiene su trabajo estable, y, por mucho que el sueldo sea atractivo, el empleo de secretaria es uno de los pocos que quedan que son per sécula, las secretarias no se cambian como se cambian las camisas.
-En eso tiene razón.
-¿Y tú no quieres ir? Podría ser una buena oportunidad para juntar tu platita y así, cuando vuelvas, buscas trabajo sin el apremio de un sueldo -me instó.
Miré a mis abuelos, San Pedro de Atacama quedaba al otro extremo del país, irme no iba a ser tan fácil.
-No pierde nada, mija, son solo seis meses, y así puede conocer otros lugares también -me dijo mi abuelo.
-Claro, serías una turista trabajadora -dijo el hombre con diversión.
-Tiene razón, ¿ustedes qué dicen?
-Nosotros estamos de acuerdo -respondió mi abuela.
-Lo que usted decida está bien -afirmó mi abuelo.
-Si quieres pensarlo un poco más, no hay problema, llamaré a mi amigo y le diré que tengo un prospecto, puedes tomarte esta semana para pensarlo bien.
No estaba segura. Por un lado, sí, quería tomar ese puesto, se veía atractivo, tanto por el lugar como por el sueldo, pero, por otro, quedaba demasiado lejos y si algo les pasaba a mis abuelos, yo no alcanzaría a llegar. A la vez, pensaba en que no tenía por qué pasar nada malo, tampoco era que mis abuelos fueran tan ancianos. Además, habían sido años en que nada había pasado, ¿por qué tendría que pasar cuando yo me fuera?
-Piénsalo -insistió don Aníbal-, tómate tu tiempo, no tiene que ser ahora.
-Está bien, lo pensaré y le daré mi respuesta -acepté al fin.
-Yo voy a estar aquí hasta el fin de semana, tienes hasta entonces.
-Bueno -acepté no muy convencida.
Mis abuelos hablaron mucho conmigo en esos días y me convencieron de que me fuera a trabajar a San Pedro y el último día de don Aníbal en mi ciudad, acepté el trabajo.
-Haré las conexiones necesarias -me dijo-, te van a llamar para concretar todo lo necesario y, Cassandra, cualquier cosa que necesites o cualquier problema que tengas, me avisas; mira que vas recomendada por mí y eres nieta de mi gran amigo Segundo, así que ya están advertidos de que te deben tratar con total deferencia.
-No necesito un trato especial.
-No en lo profesional, pues estoy seguro de que sabes hacer bien tu trabajo, me refiero a lo personal a que se preocupen y cuiden de ti, estarás lejos y sola, todavía eres una niña que requiere de cuidados.
-Eso sí, tienen que cuidar a mi nieta -advirtió mi abuelo y me sentí una niña de siete años.
-Por eso hice el encargo de que se preocuparan, así que no tienen nada que temer.