Desearía que mis días fueran más largos para no pensar y recordar lo que sucedió en la habitación de Lestart. El príncipe vampiro es el ser más diabólico que cualquier mortal podría encontrar, ya que su poder de manipular la mente y la voluntad de los humanos es tristemente conocido. Sin mencionar que su destreza en la batalla es sanguinaria: no conoce la piedad, es capaz de arrancarte el corazón con la mano mientras te ofrece una deliciosa sonrisa.
A ese conflicto interno se suman esos seres que han surgido de la nada y que, según nos han informado recientemente, son la creación de una organización secreta que quiere acabar con todo lo místico y sobrenatural. Utilizan un veneno que nos debilita para luego extraer el poder y la magia de quienes la poseemos.
Willian, mi superior, me ha convocado para informarme que se ha establecido una unificación de fuerzas con las manadas de los Lycan y hombres lobo. El mismísimo Rey Lucian ha presidido las reuniones. Esto me molesta más que cualquier cosa, ya que a los lobos es a quien más rencor he tenido, y ellos hacia mí. En un tiempo pasado, les di una feroz cacería hasta que se firmaron los acuerdos de paz.
Esta noche he estado particularmente inquieta y no tengo idea de por qué. La presentación de hoy es importante, por supuesto, pero no es algo que no haya hecho antes.
Mi turno llega. Salgo al escenario de The Aether, como siempre, para hacer bailar a todos con mis mezclas únicas. De repente, mis sentidos se ponen más alertas, más a flor de piel. Y no es por la presencia de un Captiare. Esto es más intenso, más profundo, más... ancestral.
Levanto la vista buscando la fuente. Paso mi mirada por el lugar hasta que llega a una de las salas VIP. Allí, sentado entre un grupo de hombres que por sus portes y tamaño deduzco que no son humanos comunes, está él. Tiene el cabello rubio oscuro recogido en una coleta baja; sus rasgos, desde donde estoy, son difíciles de detallar, pero se ve como un nórdico, vestido con una camiseta negra ajustada a su cuerpo y unos vaqueros que parecen diseñados a la medida de ese hombre. Por el porte real, enseguida me doy cuenta de que es el Rey Lucian.
Le dedico una canción de forma irreverente, un beat cargado de rebeldía, y continúo con el show sin perder de vista a este grupo y, en especial, a Lucian, a quien, por más que trato, no puedo dejar de ver. Lo veo levantarse y encamina sus movimientos hacia donde estoy. Es grande, más que cualquiera que haya visto o enfrentado. Su cuerpo es una evocación de fuerza y sensualidad; su abdomen parece de concreto y sus brazos enormes están cincelados con pura potencia. Camina sin miramientos, sabiendo que es Rey y que los demás deben rendirse ante él.
Yo termino abruptamente la música, dejando un silencio ensordecedor en el club. Si él quiere enfrentamiento, se lo daré. Me abro camino hacia donde viene él y, casi a la mitad de la pista, nos detenemos uno al frente del otro. El aire entre nosotros chispea con una tensión primitiva.
—Pareces perdido —le digo, mi voz ronca y desafiante.
Él responde con un leve gruñido o ronroneo que me eriza la piel: —No. Acabo de encontrarme.
Extiende la mano de forma ceremonial, pero yo no voy a ceder a la provocación de este hombre hecho para pecar. Ese no es mi principio como Cazadora: no me involucro con los seres sobrenaturales. Lucian se presenta, y yo le dejo en claro que sé quién es, dándole el debido saludo formal que un monarca exige. Pero también tomo su brazo para indicar que soy alguien de quien debe cuidarse.
En el preciso momento en que toqué su piel cálida sentí una descarga de energía. Una sensación de total contacto con mis sentidos que se agudizaron a niveles insospechados. Mi olfato pudo sentir su esencia: a las orquídeas que crecían en el acantilado donde nací, al salitre que se siente del choque de las olas contra las rocas, a la lluvia fresca. Mi cuerpo se sintió muy fuerte y, a la vez, muy débil. Mi deseo se multiplicó al mil por ciento. Era el sabor del destino, limpio de manipulación, puro fuego.
Me presenté, dejando en claro mi identidad: —Yo soy Emili, y soy una Cazadora.
—¡Mi luna! —fue un susurro, una caricia, una cachetada.
Porque eso es sencillamente imposible. Los Lycan se emparejan para la reproducción y continuidad de la r**a, y yo no puedo tener descendientes. Mi esterilidad es parte de ser inmortal. Además, nunca se ha registrado el hecho de que un inmortal se haya unido románticamente con otro ser sobrenatural. Esto es sacrilegio, tan impensable como ese beso con Lestart.
Me separé bruscamente, retirando mi mano de su antebrazo. Él es mi condena, y mi peor pesadilla para mi juramento.
—Buscame, Rey —le dije, poniendo mi orgullo y mi deber por delante—. Pero ten en cuenta que los títeres y los títulos no funcionan conmigo.
Me di la vuelta y corrí hacia la salida del club, mi corazón latiendo más rápido. Él no me siguió de inmediato, pero sentí su presencia, un ancla gravitatoria que me halaba hacia atrás.
Me metí en el callejón trasero, sentí momentáneamente el olor a orquídeas y mar, de Lucian. Sabía que él vendría. Los Reyes Lycan no ruegan; toman. Y yo no podía permitir que me tomara sin una lucha de voluntades.
Apenas respiré cuando su sombra lo cubrió todo.
—Emili —Su voz estaba cargada de urgencia, pero también de una paciencia calculada.
—¿No perdiste el tiempo, Rey? —le reproché, girándome y manteniendo la distancia, lista para desenvainar el cuchillo.
—Llevo décadas perdiendo el tiempo. Ya no más —Avanzó con esa calma regia que me ponía los pelos de punta—. Me buscas; yo te ofrezco la verdad. No es un juego de apareamiento, Emili. Es una unión de guerra. Soy la fuerza; tú eres la estrategia.
—Soy una Cazadora. Y mi deber es con mi Orden —repliqué, temblando levemente.
—Lo sé. Y lo respeto. Por eso no te pido que dejes de cazar, sino que caces a mi lado —Me miró directamente a los ojos. El verde esmeralda de mis pupilas se encontró con el ámbar de los suyos. Eran los ojos de un hombre que había visto demasiada muerte y que estaba desesperado por una vida—. Necesitamos tu magia, tu visión eres la luna. Los venenosos no esperan acuerdos de paz.
Sus palabras eran la verdad. La amenaza de los seres corrompidos superaba cualquier rencor ancestral entre lobos y Cazadores. Él era mi destino, y por primera vez, me di cuenta de que mi inmortalidad era amenazada.
—¿Y si te hago la vida imposible? —le desafié, intentando encontrar un resquicio de duda en sus ojos.
—Mi vida ya es imposible. Estoy condenado a la locura si no te encontraba. Ahora que te tengo, me dedicaré a conquistarte.
Antes de que pudiera responder, él acortó la distancia con la rapidez de un depredador y me besó. Fue un beso que no dio tiempo a pensar, un sello de propiedad, de promesa. El mundo se desdibujó en el calor de su boca.
Cuando se separó, estaba sin aliento, pero mi mente estaba inusualmente clara.
—Esta es una locura, Lucian.—dije, sintiéndome aliviada al notar que mi voz no temblaba.
—Una locura, entonces. Pero no esperes que duerma solo, Emili una noche más.