Volver a este edificio hoy se siente distinto.
No es un lunes cualquiera. Hoy ella entra por primera vez como heredera. Como la hija de Salvatore. Como…mi responsabilidad. Y, aunque no quisiera admitirlo, también entra como la mujer que pone mi mundo de cabeza cada vez que respira.
El auto se detiene frente a la entrada principal. La veo mirar las puertas automáticas como si fueran una prueba que no está segura de aprobar. Sus manos tiemblan ligeramente.
Quisiera tomarle la mano antes de entrar, decirle que todo está bien, que yo la sostengo, que no está sola… pero no lo hago. Aún no.
—Entremos —digo simplemente, abriéndole la puerta.
En cuanto su pie cruza el umbral, su respiración cambia. La recepcionista, Anna, nos saluda con esa formalidad que siempre me dirige.
—Buongiorno, signor Mancini.
Asiente hacia Valentina con curiosidad, pero vuelve a mí enseguida. Nunca entenderé por qué este edificio responde más a mi nombre que al del propio fundador.
—Buongiorno, Anna —respondo—. Convoca a todos los empleados para dentro de una hora en la sala de desfiles. Es urgente.
Ella obedece sin pensarlo dos veces. Miro a Valentina. Sus ojos verdes brillan con una mezcla de pánico y determinación que me resulta… hermosa. La guío hacia el elevador. Apenas se cierra la puerta, ella rompe el silencio:
—¿Los empleados hablan español?
Sonrío. No puedo evitarlo. Su inocencia me desarma.
—Casi todos hablan varios idiomas. Tu padre siempre buscó que esta empresa pudiera comunicarse con todo el mundo. Era un hombre demasiado inteligente.
Ella baja la mirada.
—Lo era… No sé si algún día pueda estar a su altura.
Y ahí está. La duda que tanto intento arrancarle del pecho.
Me acerco dos pasos y tomo su rostro entre mis manos. Es imposible no tocarla.
—Créeme que eres muy inteligente, Valentina. Y también muy bella.
La manera en que se sonroja… juro que podría mirarlo toda la vida.
—Me lo voy a creer… —murmura.
—Créetelo —respondo, sin soltarla.
No puedo resistirme.
La beso. Un beso lento. Suave. Necesario. Un beso que me enciende la piel y me calma el alma al mismo tiempo.
Cuando nos separamos, dejo mi frente apoyada en la suya.
—Me encanta lo que me haces sentir… pero también me da miedo.
Ella frunce el ceño, confundida.
—¿Miedo tú?
Sonrío sin ganas.
—Sí. Miedo a no ser lo bastante bueno para ti. A fallar a tu padre. A que alguien quiera hacerte daño y yo no pueda evitarlo.
Ella rodea mi cuello con sus brazos. Es la primera vez que me abraza así. Y por un segundo, siento que nada malo podría tocarla.
—No pienses en eso ahora —susurra.
—Lo intentaré… pero será difícil —admito.
Las puertas se abren, y el hechizo se rompe.
Estamos en Presidencia.
Salimos. El piso está impecable como siempre, silencioso como un templo. Ella frunce el ceño mirando el escritorio vacío.
—¿Mi padre no tenía secretaria? ¿O tú?
—No —explico—. Anna nos ayudaba con los comunicados, pero nunca hizo falta una secretaria fija. Si quieres una, podemos contratarla.
—No es necesario —dice—. Me gusta más así.
Y entonces lo dice:
—Entonces… en este piso estamos solo tú y yo.
Su voz es suave. Tímida. Pero las palabras… las palabras me incendian.
Me acerco. Ella retrocede, pero la pared la detiene.
Mis brazos se enredan alrededor de su cintura antes de que pueda huir. Está atrapada. Y yo también.
—Exactamente —susurro, acercando mis labios a su oreja—. ¿Te molesta?
—No… todo lo contrario —responde, la voz temblorosa.
Dios. Va a matarme.
—Aunque quizás no esté tan cómodo… —añado, con una risa baja—. Porque tú me pones un poco nervioso.
Su respiración se acelera. Cierra los ojos.
Me inclino. Estoy a milímetros de besarla otra vez. Podría hacerlo. Podría rendirme. Podría perderla y perderme en el mismo segundo, pero me detengo.
Ella abre los ojos, confundida.
—¿Qué sucede?
Aparto un mechón de su mejilla.
—Dije que iba a hacer las cosas bien contigo. Y pienso cumplirlo. Mejor no tentar a la suerte.
Su risa tímida me derrite.
—Supongo que es mejor que empecemos a trabajar, ¿no?
—Mejor —asiento—. Al menos por ahora.
Me inclino solo lo suficiente para darle un beso corto, suave, que me obliga a soltar el aire que había estado conteniendo.
Tomo su mano.
—Ven. Te mostraré todo el manejo de la empresa en mi oficina.
Mi voz vuelve a su tono profesional.
Pero mis ojos… Mis ojos saben exactamente lo que quiero. Y lo que quiero… es a ella.
A la mujer que ahora camina a mi lado. La que tiembla cuando la toco. La que me hace sentir vivo de una forma que creí extinguida hace años.
Sí. Me encantan los dos lados de Valentina Ferrara. Y cada vez estoy más seguro… de que ella va a cambiar mi vida entera.