MI DEBILIDAD

858 Palabras
Al día siguiente Amanezco con una sola idea en la cabeza: Valentina hoy entra por primera vez a la empresa. Y no sé por qué diablos estoy más nervioso que ella. Paso por mi habitación, me pongo la camisa gris que ella misma eligió sin saberlo —la que me gusta usar cuando quiero sentirme seguro— y mientras ajusto la americana, solo pienso en una cosa: la carta que me dejó Salvatore. “No permitas que nadie la lastime.” Y lo irónico es que temo que quien más pueda lastimarla… sea yo mismo. Camino por el pasillo. Antes de tocar, escucho movimiento dentro de su habitación. Golpeo suavemente. —¿Puedo? Su voz me invita a entrar, y cuando abro la puerta…Dios. Se me detiene el aire. Valentina está ahí, de pie frente al espejo, con una falda a cuadros, una blusa blanca ajustada, una americana negra entallada y esos ojos verdes que parecen iluminar toda la habitación. Hermosa es una palabra insuficiente. —Te ves hermosa —le digo, acercándome sin pensarlo. Ella se gira. Sus mejillas tienen un rojo suave, y en cuanto la miro de cerca, sé que algo no está bien. Su respiración está tensa. Paso mis dedos por su mandíbula, delicado. —¿Qué sucede, principessa? —Nada… —murmura—. Leí una carta de mi padre y… me puse algo triste. Claro. Olvidé que también tenía una carta para hoy. Mi pecho se aprieta. —Lo sé —respondo suavemente—. Tu padre me dejó una carta a mí también. Ella me mira sorprendida, como si no esperara eso. —¿Qué te dijo? Si puedo saberlo. —Que te cuidara —confieso sin rodeos—. Sus palabras exactas fueron: no permitas que nadie la lastime. Su expresión se suaviza. Veo emoción, nostalgia… y algo más profundo. Algo que me mueve el suelo. —Siempre tan sobreprotector mi padre… —susurra. Me acerco un poco más. Quizás demasiado. Mi voz roza su oído cuando digo: —Tengo miedo de que cuidarte incluya protegerte… de mí mismo. Es la verdad. La más cruda. Porque anoche sentí algo que nunca antes había sentido con nadie. Intento apartarme, pero ella me sujeta de los hombros. Siento un escalofrío recorrerme la espalda. —En la carta que me dejó, él me pidió que confiara solo en ti —dice. Y esa frase… Esa frase me rompe y me reconstruye. Me devuelve a la primera vez que la vi en ese cementerio, rota, perdida, hermosa incluso en el dolor. Acaricio su cabello. Suavemente.Y la miro directo a los ojos. —¿Crees que a tu padre le hubiera gustado vernos juntos? No sé por qué lo pregunto. Es impulsivo. Pero necesito saber qué imagina ella conmigo. —No lo sé… —dice, bajando la mirada—. Pero a mí empieza a gustarme mucho esto. Esto. Mi corazón golpea fuerte. “Esto” es la palabra más peligrosa que pudo usar. —¿Esto? —le pregunto con una sonrisa que no puedo contener—. ¿Qué es esto? Nos miramos. Y siento ese tirón que ya reconozco. Ese imán imposible de ignorar. Ella intenta explicarlo, y no puede. Me encanta esa honestidad torpe. Apoyo mi frente contra la suya. —Claro que lo sabemos —susurro—. Solo que ninguno se anima a decirlo. Y lo entiendo… en parte es mi culpa. Todavía estoy en una relación con Laura. Sus dedos tiemblan levemente en mis hombros. No sé si por celos o por miedo. —Pero quizás esta noche eso cambie —añado con voz firme—. Y tú y yo podamos aclarar lo nuestro. Sé que la dejo sin palabras. La veo procesarlo. La veo luchar con lo que siente. —No quiero que te sientas presionado… —empieza a decir. La callo con dos dedos sobre sus labios. Sus labios calientes, suaves, que anoche me volvieron adicto. —No me estás presionando —le aseguro—. Estoy haciendo lo que siento. Y lo siento todo. Demasiado. Demasiado pronto. Demasiado fuerte. Una sonrisa traviesa aparece en mis labios sin que pueda detenerla. —Y creo que es hora de irnos a la empresa antes de que me pierda en esos ojos verdes y no salgamos jamás de esta habitación. Ella ríe. Una risa real, dulce, genuina… la primera que escucho desde que llegó a Italia. Y Dios…Cómo me gustaría besarla otra vez cuando ríe así. —Vamos —dice, intentando sonar segura. Pero conozco ese brillo en sus ojos. Ella está igual que yo. Caminamos hacia la puerta. La observo mientras toma su bolso. Su postura es firme, pero sus manos tiemblan un poco. Y mientras descendemos por la escalera, siento con absoluta claridad que mi vida está cambiando de eje. Valentina Ferrara no es solo la hija de Salvatore. No es solo mi responsabilidad. No es solo una mujer vulnerable intentando encontrar su lugar. Es mi inicio. Mi debilidad. Mi destino torcido. Y aunque es una locura… Quiero caminar hacia ella. Una y otra y otra vez. Sin importar lo que venga después.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR