Era una agradable tarde de domingo, y la estaba pasando viendo fútbol con mi amigo James Baker en la pantalla gigante de mi estudio. El Festival estaba a solo una semana, y había estado muy ocupado y había sentido mucha presión con los preparativos, así que fue genial relajarse y disfrutar un rato de tranquilidad. El partido había llegado a un momento crítico, y observábamos con gran expectación, dispuestos a aplaudir o abuchear, cuando nos interrumpió un estruendo procedente del piso de arriba y el sonido de dos voces femeninas enfadadas que se elevaron muy por encima de niveles respetables. '¡Dije que no toques mis cosas!' '¡No lo toqué! ¡No deberías dejarlo tirado en el pasillo!' "Si tan solo miraras por dónde vas..." —¡Chicas! —grité—. ¡Venid aquí! Tras un breve silencio culpable

