Capítulo 2

1389 Palabras
Georgia Sinclair «¿Qué acabo de hacer?». Veo alejarse al diablo trajeado con el corazón desbocado por lo que acaba de decirme. Mis piernas tiemblan, no sé si siento alivio porque aceptó o vergüenza porque me humilló sin reparo. Lo único que tengo claro es que el acuerdo está hecho. Me apoyo contra la pared del pasillo y las lágrimas que intenté contener delante de él me queman en los ojos. No debería llorar, no ahora, pero la verdad es que Ronan aceptó mi propuesta y eso significa que James tiene una oportunidad. Esa es la única razón por la que sigo de pie. Respiro hondo varias veces, me seco la cara y me obligo a recomponerme. James me necesita fuerte, no quebrada. Ya tengo demasiado sobre mis hombros por su estado, no puedo fallar. Regreso hacia la habitación donde antes escuché la peor noticia de todas. Todavía mis manos tiemblan de solo recordar lo que estaban hablando Jameson y su madre. La manera en que él amenazó con terminar su vida, y dejarme a mí el camino libre, sin sufrimientos. Pero cómo puedo permitirlo. No lo dejaré hacer eso. No después de la última vez que hablé sobre mis sentimientos y cómo resultó. Empujo la puerta de la habitación con cuidado. James está recostado, con la mirada perdida en el techo. Desde su salida apresurada de la casa, y el posterior accidente, casi no me dirige la palabra. La desesperanza lo ha consumido, está gruñón y más antipático que nunca. No puedo culparlo. Su vida cambió por completo en un segundo. Por correr de mí. Me siento junto a él y con una mano temblorosa acaricio despacio la sábana sobre su pecho. —James… —empiezo con la voz quebrada—. ¿No me hablarás por el resto de la vida? Ya han pasado unos días desde que despertó del coma que le provocó el accidente y se supo el verdadero daño en su cuerpo. En estos días eternos, me ha mirado solo cuando él cree que no me doy cuenta. Gira apenas el rostro, con expresión apagada. —Esto debería estar de más, pero creo que debo recordarte que soy tu esposa. Y que estoy aquí para ti. Sus ojos, de un profundo azul, conectan con los míos. —No tienes que estar, Georgia —declara, con ese tono que no ha dejado de usar. Me estremezco al escucharlo decir mi nombre, solo me llamaba así cuando era algo importante o serio—. ¿Has pensado en el divorcio? Su pregunta es directa, sin anestesia. Las palabras dichas así con tanta naturalidad me cortan el aliento. Pero me muestro seria, implacable, no triste ni cabizbaja, porque ahora mismo él no necesita condescendencia. —Al parecer tú que sí lo has pensado. Y no, James, no quiero divorciarme de ti. Tampoco voy a dejarte, ni permitiré que te rindas tú. Él aparta la mirada, tal parece que no soportara escucharme. El silencio se hace en la sala, los nervios por lo que voy a decir me atenazan, pero me contengo de entrelazar mis dedos y retorcerlos, o terminaré siendo descubierta. —No ahora que te necesito a mi lado más que nunca… Eso llama su atención, me mira con el ceño fruncido. Y aunque dudo, porque esta mentira puede afectar mi vida y la suya de varias formas, no lo contengo más. —Estoy embarazada —suelto de golpe, con el mentón en alto—. Estaba esperando para decírtelo cuando te sintieras menos enojado, menos hostil, pero ya empiezas a hablar de divorcio, y no lo voy a tolerar. No cuando hay una personita creciendo en mi interior que es parte de los dos y merece ser amado como tal. Hago una pausa, la garganta seca por la mentira me escuece. «Mentirosa. Mentirosa». —Vas a ser papá, James. Sus ojos, que desde que se abrieron hace unos días estaban opacos, brillan de repente. Abre y cierra la boca, sin saber qué decir o cómo tomarlo. El corazón se me detiene, de esto depende todo. «Mentirosa. Mentirosa». Jameson Sinclair tiene que convencerse de que esto será bueno para él, que merecemos continuar nuestra vida juntos. Y dejar de valorar el quitarse la vida por este cambio tan radical. No puedo permitirle que vaya a Suiza a hacerse la jodida eutanasia. —¿De verdad? —tartamudea un poco, cuando al fin logra hablar—. ¿De verdad, Gigi? Asiento con fuerza, fingiendo una sonrisa que me duele mostrar. El nudo en mi garganta crece y me sumo a sus lágrimas de emoción para ocultar lo que en realidad siento ahora mismo. Repulsión. Repulsión hacia mí misma por lo que estoy haciendo, por lo lejos que llevaré esto. Por la locura que voy a cometer. Pero si tengo que acostarme con el jodido hermano de mi esposo, para que me dé el hijo que necesito, lo haré. Jameson no va a morir si yo puedo evitarlo. Y esto es todo lo que puedo hacer por ahora. —Claro. Vas a ser papá. James rompe a llorar. No son lágrimas contenidas ni disimuladas, son sollozos fuertes y entrecortados, como si de pronto se hubieran abierto las compuertas de un dique que llevaba días a punto de reventar. Me quedo paralizada, viéndolo. Hace tanto que no mostraba nada, que no expresaba nada, que este llanto me afecta más que sus palabras frías de los últimos días. Sus hombros tiemblan, la respiración se le corta. Intenta cubrirse el rostro con las manos, pero la fuerza no le alcanza, sus brazos ahora tienen una movilidad limitada. Apenas puede levantarlos y eso lo frustra y lo hace llorar más. —No puedo creerlo —balbucea, con la voz quebrada—. Pensé que… pensé que lo había perdido todo, que te había perdido a ti. Y ahora… —su garganta se cierra, traga saliva, los ojos rojos y vidriosos me buscan con desesperación—. Gigi, me estás devolviendo la vida. Su emoción es tan pura, tan devastadora, que siento la culpa carcomerme por dentro. Él no lo sabe, no sabe que se aferra a una mentira, pero lo veo renacer delante de mí. Y eso, aunque me haga actuar como un monstruo, es justo lo que necesitaba él. —Voy a luchar —dice de repente, con torpeza—. No me voy a rendir. No me importa lo difícil que sea. Quiero ver a nuestro hijo, quiero… quiero sostenerlo, quiero escucharlo decirme “papá”. El dolor lo hace sollozar de nuevo, pero entre lágrimas se le dibuja una sonrisa débil, temblorosa, que no veía desde antes del accidente. —Prométeme que no me dejarás, Gigi. Sus palabras me clavan otra daga en el corazón. Evito pensar en lo que hice antes de entrar aquí, en lo que acepté hacer para darle esta noticia. —No voy a dejarte —digo, como una promesa, porque ya no hay vuelta atrás. Él se calma despacio, respira entrecortado, pero aún con lágrimas corriendo por sus mejillas. Veo determinación en su mirada y solo por eso sé que hice lo correcto, aunque me mortifique la culpa. Si esta mentira lo mantiene vivo, la sostendré hasta el final. Buscaré a Ronan las veces que haga falta, soportaré sus humillaciones y su cinismo, pero Jameson vivirá. Me aferro a esa idea como si fuera mi salvavidas. «Debo lograrlo. Por él. Todo por él». ----- En la noche, al llegar a la casa que se siente más solitaria que nunca, me sorprende ver un sobre que deben haber pasado por debajo de la puerta. Un temblor me recorre, es ansiedad ligada con remordimiento. Mi instinto me dice lo que es esto sin que antes deba abrirlo. Porque nadie deja sobres en esta casa para mí, y James está pasando las noches en el hospital desde el accidente. Todo el mundo lo sabe. La recojo y lo abro con dedos temblorosos. Una llave magnética se ve primero, luego una tarjeta de cartón elegante. De solo ver el estampado, y la letra, mi cuerpo se estremece. Sé que es de él, mi cuñado, antes de leer el contenido. "Hotel Fairmont. Mañana a las 8:00 p.m.. Lencería roja. Vestido fácil de quitar o terminará desgarrado". R.C «¿En qué infierno acepté entrar, maldita sea?».
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR