El pasado no muere. Se oculta en la carne, en el deseo, en la cicatriz invisible de un corazón que aún sangra por dentro.
Tokio.Presente.
Sayuri se quedó mirando el espejo sin ver realmente su reflejo. La seda de su bata de noche resbalaba por su piel como una caricia innecesaria. Todo lo que sentía estaba bajo la superficie: como lava enterrada, como veneno viejo que empieza a filtrarse.
Kazuo estaba en su habitación.
Y ella no sabía si quería que se quedara… o que la destruyera de una vez.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó sin girarse. Su voz era baja, pero no débil. Estaba cansada de fingir fortaleza.
Kazuo no respondió al instante. Cerró la puerta tras él con un chasquido seco, caminando hasta ella con esa quietud que siempre la perturbaba. Esa calma de fiera contenida.
—Te ves hermosa —murmuró detrás de ella, tan cerca que el calor de su aliento rozó su nuca—. Incluso cuando me odias.
Sayuri lo miró a través del espejo, los ojos velados por una sombra que no era del presente.
—No es odio —susurró—. Es otra cosa. Más vieja. Más sucia.
Kazuo ladeó el rostro, curioso.
—Dime entonces qué es, Sayuri.
Tokio,dos años atrás.
El calor de los brazos de Reiku aún la rodeaba cuando cerró los ojos. El guardaespaldas asignado a ella por su padre, demasiado joven, demasiado apasionado… demasiado humano para ese mundo.
Se habían amado en secreto. No con la pasión clandestina de los amantes imposibles, sino con el fuego de dos almas que se habían encontrado donde no debían.
Y ella estaba embarazada.
—Nos vamos esta noche —le susurró Reiku con el pulso agitado—. Tengo pasaportes falsos. Nos espera una vida fuera de esta guerra.
Sayuri no dijo nada. Solo lo besó como si supiera que no volvería a hacerlo.
Tokio,Presente.
Kazuo se movió detrás de ella, y cuando sus manos rodearon su cintura, Sayuri no se apartó. Pero tampoco se entregó.
—¿Estás celoso? —preguntó, con la voz envenenada de ironía—. ¿De Renjiro?
Kazuo gruñó muy bajo, como si su nombre lo irritara más que una herida abierta.
—Él solo quiere lo que es mío. Como todos.
—¿Y yo qué quiero?
Kazuo la giró con violencia suave, atrapándola contra el borde del tocador. Sus ojos, negros como la noche donde nacen los crímenes, la miraron con hambre.
—Tú solo sabes destruirme —le dijo, y la besó con una furia que fue castigo y necesidad a la vez.
Flashback~TOKIO,DOS AÑOS ATRÁS~
El padre de Sayuri no gritó. Nunca lo hacía.
—Será como si nunca hubiese pasado —dijo mientras firmaba el consentimiento forzado para el procedimiento.
—Es mi hijo —gritó Sayuri, con los ojos inyectados—. ¡Es mi hijo, maldita sea!
Su padre ni la miró.
—Tu madre lloró por ti durante meses. No permitiré que un error sentimental te arrastre a la ruina. Te casarás con Kazuo. Y olvidarás este… desliz.
Sayuri tembló. Pero no lloró.
Hasta que horas después, en la clínica, la anestesia la arrastró a un abismo que todavía no había logrado escalar.
Presente.
Kazuo mordió su cuello con lentitud. La seda de su bata cayó al suelo, deslizándose como un susurro de traición. Ella lo empujó con un movimiento brusco, y él la atrapó por las muñecas.
—¿Por qué no me matas de una vez? —escupió Sayuri—. Ya lo hiciste una vez, ¿no?
Kazuo parpadeó, confuso.
—¿De qué hablas?
—Mandaste matar a Reiku.soltó. Las palabras le supieron a hierro, a sangre seca, a silencio que dolía.
Kazuo no lo negó.
—Era un error. Una distracción. Un sirviente que olvidó su lugar.
Sayuri rió con una amargura que helaba.
—Y yo era solo una hija intercambiable. Un vientre negociable.
Kazuo no dijo nada.
Pero sus ojos se oscurecieron. Y su deseo también.
—Eres mía —le dijo al oído, empujándola contra la cama—. Siempre lo has sido.
Ella lo arañó. Lo besó. Lo odió.
Y lo deseó.
Kazuo la poseyó como un animal salvaje. La pasión entre ambos no era redención. Era castigo. Furia hecha carne.
Sayuri lo besó como si al hacerlo pudiera arrancarse de encima su propia historia.
Pero cuando llegó al clímax, entre jadeos, entre lágrimas que no sabía si eran de deseo o de culpa… susurró un nombre:
—Reiku…
Kazuo se quedó inmóvil.
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito.
Sus manos aún la sujetaban, pero ahora temblaban.
—¿Qué dijiste? —preguntó, con una voz tan baja que parecía salida del abismo.
Sayuri lo miró.
Y no se disculpó.
—Reiku. Mi primer amor. El hombre al que mandaste asesinar. El padre de mi hijo muerto.
Kazuo retrocedió como si lo hubieran golpeado. Su pecho se alzaba como el de un animal herido. Los celos se mezclaban con algo más profundo. Algo que no podía controlar.
—Te juro por Dios, Sayuri… si vuelves a pronunciar ese nombre…
Ella se levantó de la cama, desnuda, desafiante, hermosa como una maldición.
—¿Qué? ¿También me matarás a mí?
Kazuo no respondió. Solo salió de la habitación.
Y al cerrar la puerta… lo hizo con el temblor de quien sabe que ha empezado a perder algo que nunca supo cuidar.
Esa misma noche, Renjiro recibió un mensaje encriptado:
“La fractura está hecha. El momento se acerca. Prepárate para la segunda fase.”
El pasado de Sayuri había empezado a resucitar.Y con él, el verdadero infierno apenas comenzaba