Intenté llamarlo, mis manos temblaban mientras marcaba su número, no respondió, su teléfono estaba apagado. El mensaje de “fuera de servicio” fue como un golpe en la cara. Me quedé mirando el celular, con el pecho apretado, sintiendo que el mundo se me venía abajo. ¿Quién era Lisandro, realmente? ¿El hombre que amaba, o un extraño con un pasado que no podía ni imaginar? Volví a la oficina, sintiendo que mis piernas dejarían de sostenerme en cualquier momento, Cristián todavía estaba ahí, sentado en el suelo, limpiándose la sangre de la cara con un pañuelo. —¿Qué tal el secretito, cuñadita? —dijo, con una voz que me hizo apretar los puños— ¿Te gustó saber quién es tu novio de verdad? —¡Cállate, Cristián! —grité, con la voz quebrada por la rabia y el dolor— ¡Eres un enfermo! ¡Un maldit

