Me desperté sintiendo el cuerpo pesado, como si hubiera corrido un maratón sin parar. La cabeza me palpitaba, y el corazón me dolía tanto que apenas podía respirar. Miré a mi lado, esperando encontrar a Lisandro, pero la cama estaba vacía, al voltear lo vi sentado en una silla junto a la ventana, mirando la ciudad como si estuviera atrapado en un mal sueño. Sus ojos estaban hundidos, con unas enormes ojeras oscuras que parecían gritar lo que él no decía. No me miró, solo se levantó, se puso la chaqueta y me habló. —Vamos a la empresa —dijo— tengo unos documentos que necesitas enviar para un contrato nuevo. No había forma de hablarle cuando estaba así, tan cerrado, tan lejos. Me levanté, me puse lo primero que encontré en el armario, una blusa y unos jeans, y lo seguí, sintiendo el pec

