Kathia
Volví al interior del edificio, en donde se encontraban las escaleras con rayones por todos lados. Todo estaba lleno de vida, de risas suaves y pasos diminutos corriendo por los rincones como si aquel lugar fuera un parque de diversión es.
Me dirigí hacia el fondo, donde Neit estaba ordenando unas cajas con telas pesadas que alguien había apilado sin orden, tenía las mangas arremangadas y esa expresión de concentración que hacía parecer que estaba en un mundo propio.
—¿Todo bien por aquí?— pregunté, cruzando los brazos mientras lo observaba.
Él se giró y me dedicó una mirada tranquila.
—Sí, aunque creo que estas telas planean una guerra—dijo, con un tono apenas burlón—¿Cómo te fue hoy?
—Bien... bien. Fue lindo, inesperado., pero estoy feliz.
Asintió y se apoyó en una de las mesas, con los brazos cruzados ahora.
—Sí lo veo, en tu cara estás cansada, pero se te nota diferente... como si al fin creyeras un poquito.
—Un poquito— repetí sonriendo, luego, extendí una camisa de lino clara que había estado doblada a un lado —¿Te puedes probar esta? Quiero ver cómo cae en los hombros, necesito ajustar el patrón antes de hacer las demás.
Neit alzó una ceja, esa que siempre precedía una media sonrisa peligrosa.
—¿Aquí mismo?
—No hay nadie— respondí, fingiendo indiferencia mientras le tendía la prenda.
Él me sostuvo la mirada por un segundo que pareció más largo de lo necesario. Y sin decir nada, se llevó las manos al cuello y comenzó a desabotonarse la camisa que llevaba puesta. Con calma, con esa precisión suya que no tiene apuro ni vergüenza.
—¿Te molesta?— preguntó, ya con la tela cayendo de sus hombros.
Yo tragué saliva, desviando un poco la mirada aunque no podía borrar la sonrisa torcida de mis labios.
—No… claro que no. Es... Profesional
Neit soltó una risa baja mientras se colocaba la camisa nueva, me acerqué para ver el ajuste en los hombros y le alisé el cuello con cuidado.
—Mmm...— murmuré, concentrada en la caída del cuello —No está mal, aunque creo que tú disfrutas esto más de lo que admites, solo te queda pequeña.
—Mm— susurró él, sin moverse —Me gusta que me mires como si yo también fuera parte de tus diseños.
Neit:Justo cuando estaba a punto de terminar de abotonarme la camisa, escuchamos un discreto carraspeo detrás. Me giré un poco, y ahí estaba Julean, con una taza de café en mano y una sonrisa torcida que anunciaba tormenta.
—No es lo que piensas— dijo Kathia rápidamente, con las mejillas encendidas como si la hubieran sorprendido en mitad de una travesura.
Julean levantó una ceja con aire dramático, sin dejar de caminar hacia el pasillo.
—No, claro que no—respondió con fingida inocencia —Yo no pienso nada. ¿debería?
No pude evitar reír.
Kathia soltó un suspiro y se cubrió la cara con las dos manos, murmurando algo que no se entendía bien, como si quisiera desaparecer entre las cajas. Me acerqué un poco, ya con la camisa en su sitio, y le rocé la mano.
—Estoy jugando— le dije bajito, aún con media sonrisa —Tranquila. Vamos a cenar, ¿sí? Creo que te vendría bien más comida que presión.
Ella asintió en silencio, y comenzamos a subir por la escalera donde habíamos improvisado un pequeño comedor.
A mitad de camino, Cail apareció apoyado en el marco, con los brazos cruzados y esa mirada entre traviesa y protectora que ya era su marca personal.
—Sabes que te puedo cargar, ¿verdad?
Kathia:Me detuve un segundo y lo miré con cara de ni lo sueñes.
—¡No! Peso mucho— dije enseguida, riendo nerviosa y subiendo un escalón más.
Cail sonrió, esa sonrisa suya que apenas se asoma pero me mata.
—Eso es lo que me encanta de ti, además… no sería la primera vez. ¿Te acuerdas?— hizo una pausa —En el embarazo de los gemelos, te cargaba como si fueras de papel.
Sentí que algo en el pecho se me encogía y se expandía a la vez. Como si esas palabras hubieran tocado una herida… y también una caricia.
—Sí, me acuerdo— murmuré sin mirarlo, subiendo un escalón más, pero con los labios curvados en una sonrisa oculta.
Kathia:Nos sentamos todos, uno a uno, como si cada cuerpo ya supiera a qué lugar pertenecía. Las niñas reían bajo la mesa por alguna travesura silenciosa. Los niños picaban pan antes de que se diera la señal para empezar, y yo, con las manos sobre el regazo y la sonrisa en el rostro, intentaba no delatar el temblor leve en mis pecho.
Julean, desde la cabecera, nos observaba como si fuera a decir algo importante... o tal vez como si ya lo hubiera dicho y esperara que lo comprendiéramos sin palabras. El silencio que impuso no era incómodo, era... necesario. Como si nos envolviera para que todos podamos escuchar mejor las emociones.
A mi lado izquierdo, Neit cortaba su pan en mitades perfectas, sin mirar mucho el plato, como si la atención verdadera la pusiera en el ritmo de mi respiración. A la derecha, Cail me sirvió agua sin que yo lo pidiera, y cuando nuestras miradas se cruzaron, solo bajé la vista. El nudo en la garganta parecía no querer soltarse.
Pero también ahí estaban, las gemelas, ojalá Lucien y lucius pudieran ver a sus pequeños. y como sus compañeras están con sus cabellos revueltos y sonrisas idénticas, cuidando de sus pares como si ya fueran madres sabias. Y Revenna, con su niño abrazado a su pierna, murmurándole cosas al oído para que se soltara un poco más. Y Cata que sin buscarlo, imponía calma a su alrededor, mientras la pequeña jugaba con un trozo de zanahoria como si fuera una corona de princesa.
Los platos humeaban. El pan crujía. Las copas apenas tintineaban con movimientos torpes. Pero nadie decía nada, nadie tenía que hacerlo.
Julean tomó un sorbo de café, dejó la taza en la mesa con suavidad, y por fin, con voz baja, dijo
—Alguien debería dar gracias. Por este lugar. Por los que están, y por los que siguen volviendo… aunque hayan querido irse.
Nos miró a todos, pero sus ojos se quedaron en mí.
Yo tragué en seco, mientras Cata le dio un leve apretón a la mano de Julean, sonreí, y con una voz que apenas salió, respondí
—Gracias, gracias a todos, pero vamos a seguir luchando por nuestros pequeños.
No sé si todos lo notaron, pero Cail apretó mi mano con la suya debajo de la mesa, y Neit me rozó la rodilla con la suya como si su cuerpo hablara por él.
La habitación estaba tibia, envuelta en es un silencio que solo existe cuando los niños acaban de quedarse dormidos. Sus pequeñas respiraciones era una música para mi, me había sentado al borde de la cama, contándoles una historia inventada, una de esas donde los héroes usan capas y salvan animales en el bosques, los párpados fueron cediendo. Primero mi niña, luego Eiden, como siempre, resistió un poco más, pero al final, cayó con los dedos entrelazados como si aún sujetara una espada invisible.
Me levanté con cuidado, asegurándome de que las cobijas los cubrieran hasta los hombros, y caminé hacia la ventana con pasos suaves. El marco crujió apenas al abrirlo, como saludándome.
La luna estaba en su punto, redonda y silenciosa, dominando el cielo con esa calma antigua. Afuera, el aire parecía más denso, cargado de algo que no era miedo, pero sí respeto.
Y entonces los escuché.
Aullidos. Profundos, largos, como lamentos que vienen del fondo del bosque. No eran muchos, solo dos, pero bastaban para que se me erizara la piel.
Cuando bajé la mirada, allí estaban.
Dos lobos. Altos, imponentes, uno de pelaje gris plateado y el otro oscuro como la noche misma. De pie, quietos entre las sombras del jardín trasero, como si fueran parte del paisaje. Cualquiera que los viera así, juraría que eran criaturas salidas de una pesadilla.
Pero yo los reconocí.
Cail y Neit.
Ni un solo movimiento brusco. Ni una intención de asustar, sabían cómo no sobresalir, cómo dejarse ver solo a medias. Estaban ahí como se está cuando se cuida algo sin pedir permiso. Firmes, silenciosos y presentes.
Sentí que el corazón me latía distinto, no por susto, sino por esa sensación íntima de que estaba protegida… incluso cuando ellos no dicen nada.