Trato

1747 Palabras
Habían pasado dos semanas y aunque el cuerpo aún cargaba cansancios de todo el trabajo que hemos hecho el alma comenzaba a sentirse más liviana. El local estaba listo, los estantes donde antes sólo hubo aire ahora sostenían telas y maniquíes con mis diseños. Las vitrinas reflejaban los colores de un lugar hermoso. Me detuve en la puerta, sin hacer ruido, desde ahí los vi. Cail estaba en el centro del salón, con una pelota desinflsda que Eiden pateaba con más entusiasmo que punteria, cada vez que el niño no daba Cail exageraba un tropezón o fingía que el golpe lo había derribado, cayendo de espaldas entre risas. —¡Punto para mí!— gritaba Eiden con los brazos en alto. —No puede ser— murmuraba Cail desde el suelo —Me está destruyendo, alguien ayúdeme, por favor. Apenas pude contener la sonrisa, me apoyé contra el marco de la puerta y me quedé ahí, viéndolos, observando como están tan cómodo, tan libre como si ese lugar fuera también suyo. Cuando me descubrió, no dijo nada, solo me miró con esa media sonrisa suya, la que siempre parece estar a punto de volverse risa, pero se queda esperando mi reacción —¿Quién dio permiso de convertir el local en una cancha de fútbol?— pregunté, cruzándome de brazos —¡Fue idea mía!— intervino Eiden, corriendo hacia mí para abrazarme por la cintura —¡Mira, mami, le gané! Le revolví el cabello mientras lo abrazaba y luego me agaché a su altura —Claro que sí, campeón, pero creo que ese hombre te está dejando ganar. —¡Yo jamás!— protestó Cail, poniéndose de pie con una mano en el pecho —Este chico es pura adrenalina, aunque a veces se le va el balón contra mi cara. Eiden rió y yo también, pero en el fondo, algo me apretaba el pecho, es como si esa escena me da dolor, algo que no sabía que podía sentir otra vez, había ternura ahí y un tipo de amor silencioso que no pedía. Me acerqué a donde estaba él, y lo miré. —Gracias— le dije sin que hiciera falta más. Él no respondió, solo alzó una ceja, como si no entendiera de qué hablaba pero lo sabía, lo sabíamos los dos. Justo cuando creía que la escena no podía ser más perfecta, el ruido de afuera me hizo girar y ahí estaban. Revenna entró en el local como una tormenta dulce y organizada, con su pequeño en brazos y un grupo de niños siguiéndola como escolta festiva, agitando pancartas improvisadas y repartiendo folletos a todo aquel que cruzara la vereda. —¡Atención, atención! ¡El taller abre sus puertas!— coreaban con entusiasmo. Revenna rió, disfrutando el alboroto mientras acomodaba a su hijo en el suelo, quien de inmediato corrió a esconderse tras una vitrina, jugando a ser escaparate viviente. —Ya empezamos— murmuró ella, Y entonces su mirada se cruzó con la de Cail. No dijeron palabra, pero hubo una mirada breve una especie de reconocimiento. Luego, me miró a mí con esa ternura tranquila suya y asintió apenas, como si todo, fuera normal. —Los niños necesitaba salir— dijo al fin ella Detrás, un nuevo alboroto se acercaba. Dani siempre enérgica, aparecía con una carpeta de boletos en una mano y la otra dedicada a sujetar a su hijo revoltoso que brincaba como si tuviera resortes. —¡Helado! ¡Mami, dijiste helado! ¡Me toca de lucuma!— gritaba él. —¡Primero los boletos, luego el azúcar!—gruñó ella, mientras le entregaba a Revenna un par de entradas decoradas con dibujos infantiles —Vamos a rifar un vestido de hada y uno de heroes. Su hijo se soltó por un segundo, corrió hacia Eiden y juntos empezaron a patear la pelota con la final de un partido. Dani suspiró, rendida, y me miró con ese brillo cómplice en los ojos —Yo me encargo de la publicidad, tú solo asegúrate de seguir sonriendo así. Habia tanto ruudo que me sentí un poco mareada. Entonces Cail se acercó con su forma serena como si pudiera leerme mis pensamientos y sin decir palabra, me tomó la mano. —Ven— susurró, con esa suavidad suya que siempre carga —siéntate un rato, yo me encargo de los pequeños terremotos. Asentí, y lo seguí hasta una de los muebles junto a la vitrina, donde el sol de la tarde golpeaba suave. Me senté despacio, con Eiden y su amiguito corriendo en círculos detrás de él como si fuera el entrenador de una mini selección rebelde, Y justo cuando mis hombros empezaban a soltarse un poco, la puerta se abrió con una risa que conocía demasiado bien —¡Tarán!— exclamó Cata entrando alegre Vestida de enfermera, impecable y radiante, con una sonrisa que contagiaba. —Le conté a todos mis compañeros del hospital— dijo, acercándose —Les hablé de este nuevo local increíble donde hay una costurera que, además de mágica, me diseñó el mejor uniforme que he tenido en años. No sabes cómo se alegraron… y ya me pidieron que te encargue otros cinco, y más ahora que puede venir hasta aquí— dijo mientras observaba los vestidos. No pude evitarlo, la sonrisa me brotó sin permiso. —Gracias, Catita— dije, mientras tiro de un hilito que sobresalía de mi blusa como si confirmara que todo esto era real. Pero aún así, la ansiedad y la responsabilidad me golpeó la realidad. —Voy a salir un momento— murmuré, poniéndome de pie con cuidado —Sólo a tomar aire, necesito que la mente se me acomode. Cata asintió, y vi en sus ojos que entendía. El aire de la tarde se sentía más liviano después de todo el ruido ami alrededor, los autos pasaban suaves, el parque se veía solitario a pesar de la hora. suspiré y ahí fue entonces cuando noté el auto detenido al otro lado de la calle, una mujer de cabello oscuro, y lentes claros sostenía un folleto entre las manos, desde donde estaba, pude distinguirlo, el logo del local, las letras suaves impresas con cuidado, y ese número de contacto al final… —Mi número La mujer no bajó del auto, solo lo observaba y sonreía, como si reconociera algo y luego, marcó. Mi teléfono vibró en el bolsillo trasero, lo saqué con una mezcla de sorpresa y curiosidad. —Buenas tardes. Vi cuando sus ojos se encontraron con los míos desde la ventana abierta del auto, se quedó mirándome unos segundos, confundida… y luego sonrió más ampliamente. —¿Es usted la estilista?— preguntó, su voz clara y cálida. Parpadeé varias veces, tratando de procesar la coincidencia asentí casi sin darme cuenta, aún sosteniendo el celular contra mi oído. —Sí… perdón– me aclaré la garganta, aún sorprendida —Estoy un poco distraída, lo siento. Ella soltó una risa suave. —No se preocupe, fue bonito ver su expresión, me llamo Mary— dijo, con una gracia que me hizo sonreír de nuevo. —Mucho gusto, Mary— respondí, bajando el celular y acercándome un poco más a ella. en la banquita al costado del local, justo donde la sombra empezaba a ponerse Mary apagó el motor del auto y se sentó junto a mí. —Vi el folleto esta mañana— dijo, acomodando su bolso sobre las piernas —Me llamó la atención porque no era como los demás, no era frío tenía algo cálido. Como si alguien hubiese contado una historia de un hilo y una aguja. La miré con curiosidad, sin decir nada aún. —Y me metí a las páginas que estaban ahí escritas, las redes —siguió— Vi algunos de los vestidos. Las puntadas, la forma en que caen las telas… había algo muy humano en eso. Pestañe, ¿Páginas? —¿Qué página viste exactamente?—pregunté, con esa mezcla de sorpresa y ansiedad que da el saber que algo tuyo anda rodando por ahí. Mary buscó en su bolso, rebuscando entre papeles, y sacó el mismo folleto que tenía cuando la vi por primera vez, lo abrió con calma. Esto no lo había visto Ahí, en letras suaves y doradas, estaba escrito el nombre que había elegido una madrugada sin planearlo mucho, pero que nunca había dicho en voz alta —Vestella Mary sonrió. —Vi eso y mis nervios se dispararon. —Trabajo como asistente— me dijo, sin preámbulos, con esa voz calmada que se siente bien en el aire —Una mujer de gustos exigentes, elegante, pero que valora la tranquilidad más que el ruido del lujo, así es mi jefa, y hoy, mientras buscaba opciones… este local me encontró a mí. La miré, parpadeando, a veces las palabras sencillas son las más hermosas. —¿Y decidió darnos una oportunidad? Asintió con una sonrisa sutil. —Quise ver si esa calidez del folleto era real. Y lo es, se sient— hizo un gesto con la mano, como si buscara una palabra exacta que aún no existe —Se siente distinto. Humano. Antes de que pudiera responder, escuchamos la puerta abrirse con su tintineo alegre y Dani apareció con su energía de siempre, agitando una lista de pedidos y viéndonos desde la entrada —¡Ah! ¡Hola! —exclamó al ver a Mary—. ¡Gracias por darnos esa oportunidad! Nos hace muy felices tener ojos nuevos que vean lo que hemos soñado tanto tiempo. Mary soltó una risa que era suave, —Sé que este local tendrá mucho éxito– dijo mientras entra una pareja al local. —Eso espero, hemos trabajado bastante para construir este local, más que todos para darles un futuro a nuestros hijos— dije mientras veía a los niños salir con Revenna, la cual se despidió desde lejos. La señora se levantó y me extendió su mano como haciendo un trato. —Estamos en contacto, le voy a enviar las tallas de mi jefa, le acabo de enviar un texto y le gustó su página. Ya quiere ver sus obras– dijo Mary alegre mientras caminábamos en dirección a su auto. —Bueno, adiós señora Mary, y siempre serán bienvenidas— le dije mientras ella asentía y se colocaba un auricular. —Dentro de 6 minutos estoy ahí señorita Violeta— dijo Mary antes de irse, y yo solo la despedí con mi mano extendida.
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