¿Quienes son?

1140 Palabras
Los días pasaron. El local ya tiene más forma que antes, hay maniquíes con prendas hermosas, y otras más delicadas. Revenna se encuentra vistiendo uno, con un vestido largo y poco abierto —¿Siempre has preferido los tejidos que ocultan más de lo que revelan?— le pregunté, sin levantar la mirada. Ella esbozó esa sonrisa, la que nunca me dice nada. Se que su loba esta dolida por la partida de Brandon. —No todos los cuerpos quieren ser leídos—dijo, soltando la tela suavemente sobre la vitrina de cristal. Detrás de nosotras, Neit ajustaba los paquetes en el carro. Su respiración era un ritmo constante, casi meditativo, como si cada caja que ponía en orden también enderezara su mundo. —¿Y tú?— preguntó Revenna, mirándome y atrapandome mientras veo a Neit —¿Elegirías algo transparente… o una armadura de telas? Tardé en responderle. Mis dedos trazaban el contorno de una perla gris. Liviana, frágil. Como si ocultara lo que quiero decir. —Depende de quién me mire. Revenna ya iba saliendo, mientras suelta una suave risa, cuando escuché el leve zumbido de la puerta abrirse. La conversación sobre telas quedó flotando. Ella me lanzó una última mirada, esa que no necesita palabras, para decirme quien está atrás de mi. —Voy afuera con los últimos paquetes— dijo Neit detrás de mí. Asentí, pero no me giré. No quería que él notara que aún seguía pensando en lo que Revenna y yo estábamos hablando, pero como son lobos se que escucho todo. Pasaron unos segundos antes de que lo viera desde la vidriera. Estaba cerrando el baúl del carro, con una de esas cajas grandes que parecían plumas entre sus manos. Se limpió el sudor con la parte baja de la camiseta, descubriendo un destello de piel húmeda que caían a la perfección de su abdomen. —Si sigues viéndome así, voy a pensar que me ves más útil que atractivo— dijo, con una sonrisa que desarmó el nudo que traía. Reí bajito, sin querer hacerlo. —Las dos cosas no se excluyen— le respondí, apoyándome en el marco de la puerta —Aunque no sé cuál pesa más. Neit:No era la primera vez que me encontraba deseando que el baúl tomara más tiempo en cerrarse. Cada vez que mi gordita se quedaba quieta mirándome así, con esa mezcla de sensualidad y temor, me daban ganas de ensuciarle los pensamientos. —Tendrás que venir a revisar el inventario si quieres comprobarlo— le dije, ya con la última caja en su sitio. Me sequé la frente con la toalla y aproveché para soltar el nudo de tensión que cargaba el aire, el calor no perdonaba, pero había algo en su voz que me refrescaba más que el aire del local. La puerta volvió a sonar detrás de mí. Alguien más entraba, el día seguía. Pero yo ya me había detenido en las curvas de mi Kathia. Revenna:El sonido de la tijera al cortar la tela era como una respiración suave. Kathia doblaba las telas con una expresións seria, como si cada pliegue escondiera un secreto. Y Neit... él la miraba, fingía estar anotando pedidos, pero su mano se movía con una pausa. Era deseo contenido. Ternura escondida en lo útil. —¿Lo ves?— murmuré hacia adentro. —Sí— respondió mi loba, con esa voz que no es voz, ese eco que siempre está detrás de mis pensamientos —Ellos tienen raíz en el otro, no importa si no saben aún el nombre de la flor —Son buenos juntos, Cail y Neit son buenos– dije apenas, como si pudiera influir en algo con solo afirmarlo —Y sin embargo… hay algo extraño. Observé cómo Kathia alisaba una gasa dorada larga. Sus dedos iban y venían con ritmo lento. —¿De dónde salieron ellos?— susurré, más para mí que para nadie —¿Por qué se fueron tan rápido de donde vivían? ¿Qué dejaron atrás? —No es huida. Es marca— contestó mi loba La pregunta se quedó en el aire, densa. Entonces lo sentí. Neit levantó la mirada, me vio. Su rostro seguía quieto, pero sus ojos… sus ojos brillaron con un azul tan profundo que el corazón me dio un giro seco. No era humano, hay algo en el. Tragué en seco y me cubrí los labios con la mano. No por miedo, por respeto. Bajé la cabeza, como quien reconoce la sangre más antigua de la sala. —Es un Alfa— dijo mi loba. No en voz baja, Kathia:—¿Neit?— lo llame y el parpadeó como si despertara de un pensamiento ajeno. Dejó el bolígrafo sobre el cuaderno y se frotó las manos con una lentitud que no necesitaba. —Voy a salir un momento— dijo, sin mirar directamente a nadie. Asentí, apenas un gesto. Él pasó al lado de Revenna sin verla, sin decir más. Pero sentí el aire tenso. Mas tarde, la campana sobre la puerta sonó con un tintineo claro y definitivo. Entró una mujer alta, de pasos medidos y sonrisa recta. Su elegancia no era por la ropa, aunque el abrigo que llevaba parecía hecho a medida, sino por esa seguridad que sólo tienen quienes están acostumbrados a entrar donde otros piden permiso. Detrás de ella, con andar más contenido pero igualmente firme, venía otra mujer, vestida con precisión: detalles sobrios, pero elegantes, mirada aguda y gesto amable. Di dos pasos hacia el mostrador, esbozando una sonrisa. —Mary— dije, sincera y cálida —Bienvenidas. Mary me devolvió la sonrisa, más abierta que la de costumbre. —Kathia, te presento a Violeta, mi jefa. Violeta. El nombre pesó como si ya lo hubiera escuchado antes en otro contexto. Quizá en voz baja. —Un gusto— murmuré, mientras ella recorría el lugar con los ojos, sin detenerse mucho en nada, pero viéndolo todo. Su saludo fue breve, inclinado apenas con la cabeza, sin afecto pero con autoridad. En eso, a mi costado, sentí movimiento. Revenna se puso de pie de golpe. No había razón aparente, y sin embargo el gesto tenía urgencia. Se acercó y se colocó justo a mi lado. Casi hombro con hombro. —¿Qué tienes?— le pregunté en voz baja. No respondió. Sólo respiró hondo, como si contuviera algo. Sus ojos estaban clavados en Violeta, aunque su expresión era ilegible. Violeta se detuvo frente al perchero de los vestidos más formales. Los miró con expresión crítica. Rozó con dos dedos un encaje azul y luego una gasa bordada. No dijo si le agradaban. —Quiero algo más hermoso— dijo al fin, no fue una petición. Fue un juicio. Sentí a Revenna tensarse a mi lado. Y por un instante, la tienda entera pareció una prisión.
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