Me dolían los dientes. No porque estuviera apretando la mandíbula, sino por todo lo que no decía. Lo sentía en el esmalte, en la lengua que tanteaba el paladar como si buscara palabras escondidas.
Violeta seguía moviéndose con lentitud. No era altanería, era cálculo. La forma en que rozaba las telas era casi violenta en su delicadeza, como si cada fibra tuviera que pasar una prueba invisible.
—¿Algo más hermoso?— repitió Revenna en voz baja, pero no por obediencia. Era una plegaria torcida. Su mano rozó la mía apenas. Su piel estaba fría.
Yo asentí, sin saber a qué. Pero fui al mueble de madera donde guardamos las piezas que aún no tienen nombre. Las que esperan a que alguien se atreva a pedir algo que no está en vitrina.
Abrí la puerta con cuidado, cada bisagra pareció crujir como un susurro de advertencia.
Saqué una tela que aún no había usado. Seda negra con bordes en cobre quemado, como si la noche se hubiera tatuado una historia. No era sólo hermosa. Era peligrosa.
La extendí sobre la mesa, frente a Violeta, sin palabras.
Su mirada descendió como un filo, por un momento no se movió, ni un respiro.
Luego su mano esa mano exacta, segura tocó el borde, no sonrió, pero sus labios se aflojaron, apenas.
—Esto servirá— dijo Violeta
Revenna bajó la cabeza. No estaba derrotada, estaba esperando. Como quien siente que aún no ha llegado lo más difícil.
Violeta se giró hacia Mary.
—Medidas. Lo quiero para el sábado.
Mary apuntó todo sin levantar la vista. Su lápiz corría como si ya supiera qué vestiría su jefa antes de que lo dijera.
Yo no dije nada.
Cuando Violeta se volvió hacia la puerta, su paso seguía igual de elegante, pero se detuvo al ver el gabinete semi abierto.
Me quedé quieta, con las manos sobre la tela.
El aire cambió. Como si alguien le hubiera quitado la música a la habitación.
—Ese vestido— dijo Violeta, esta vez con voz clara, firme, proyectada como si ya estuviera acostumbrada a que la escuchen incluso sin querer hacerlo —lo quiero.
No lo preguntó. Lo declaró.
Pero antes de que pudiera acercarse más, Revenna se adelantó. Fue un gesto rápido, casi animal.
—No— dijo, y su voz no fue suave ni templada. Fue raíz.
Yo me quedé en silencio, viendo cómo retiraba el vestido de sus manos con una reverencia que no se le hace a cualquiera. Mis dedos se tensaron.
—¿Cómo llegó ese vestido aquí?— pregunté, no por curiosidad, sino porque una parte de mi le pertenece a ese vestido.
Violeta nos miró. Ya no con cortesía ni desdén. Sino con algo más antiguo. Sus ojos brillaron literalmente brillaron por un momento,
—Es mi boda— dijo —Y quiero ese vestido. ¿Cuánto quieren por él?
Mi irá empujó desde dentro, como si me quisiera cerrar la boca, pero yo ya estaba hablando.
—Lo siento— dije, y mi voz fue firme, más firme de lo que pensaba tener —pero no.
El silencio que siguió se rompió con el sonido seco de un objeto sobre madera. Violeta acababa de colocar una cifra. Generosa. Como si el dinero pudiera resolver todo.
—¿Y tú?— me preguntó entonces, con una sonrisa cortante —¿Cuándo te vas a casar?
Yo la miré, sin permitirle entrar más de lo debido.
—Algún día— respondí, con una sonrisa pálida —tal vez lo utilice hasta para dormir.
Revenna soltó una risa breve, entre dientes, como quien siente alivio en lo absurdo.
Violeta se volvió hacia la puerta. Justo antes de salir, dijo
—Pronto nos vamos a ver.
Y se fue.
Mary, en silencio, se acercó al mostrador y dejó las medidas escritas en una hoja doblada con precisión. No dijo nada más, y tampoco se despidió.
Me quedé mirando el papel, y pensé, sin decirlo en voz alta
—Si ese vestido es para una boda… ¿para qué tipo de ceremonia lo cree?.
Me quedé fría. Las yemas de mis dedos rozaban el vestido como si fueran ajenas a mí. Lo había diseñado durante noches, entre cafés medio vacíos, papeles arrugados y silencios que sólo disfrutaba ya cuando mis pollitos estaban dormidos.
El silencio se volvió una tortura
Sentí a Revenna acercarse. Su presencia nunca hace mal, sólo acompaña. Su voz fue baja, cálida, como si supiera que había que tocarme con cuidado.
—Respira— me dijo —Todavía es tuyo.
Asentí, sin moverme del todo, no sabía si el vestido aún me pertenecía.
—Viene Cail— añadió, como siempre
Levanté el rostro, y ahí estaba.
Cail, serio, parado en el umbral como si cargara todo lo que yo no podía soltar. Su sombra alargada en el piso parecía proteger el local del caos que acababa de marcharse.
—Es hora de cerrar— dijo —Suficiente estrés por hoy. Lamento haber llegado tarde.
Sus palabras no fueron excusas, fueron abrigo.
—Tranquilo— respondí, recogiendo mis cosas —No fue nada, estoy bien.
Sentí la sonrisa de Revenna detrás de mí. De esas que no se escuchan, pero iluminan.
Cail se acercó y tomó mi bolso con un gesto tan natural como si siempre lo hace. Su mano se cruzó con la mía al pasarme la correa, y sin decir nada, sonrió.
Me guiñó un ojo, cómplice, sin necesidad de explicación, mientras abría la puerta para mí.
Cail:Había tensión en el aire, pero no como amenaza. Era más como una nota que aún no se toca, pero vibra. Mi gordis gordis me miró con esos ojos que dicen lo contrario de lo que pronuncian. Me dijo que estaba bien, pero lo que sentí fue el eco de algo que aún no se ha soltado.
Le pasé el bolso, y al tocar su mano, supe que estoy cada día más enamorado de ella.
Abrí la puerta, dejando que la tarde nos reciba sin exigencias, y le guiñé el ojo porque a veces basta eso para decir te veo.
Ella pasó al lado mío, y aunque no se detuvo, el roce de su hombro me dijo todo lo que necesitaba saber.