Llegué a la mansión con la mandíbula apretada. Las manos me temblaban, no por miedo, sino por la rabia que me recorría desde el pecho hasta las sienes. Apenas crucé la puerta, ignoré todo. Los muebles, las luces. Todo me parecía ajeno. Ella no estaba aquí. Y eso lo convertía todo en vacío.
Subí las escaleras como un animal exiliado. Mis pasos resonaban en todos lados. Abrí la puerta de mi habitación de un golpe, y la furia me poseyó. Tiré el espejo, lo partí en dos con el puño. Las sábanas salieron volando cuando azoté la cama. Todo al suelo. Cuadros. Libros. Mi mundo, como mi alma, convertido en ruinas.
Abrí el armario y allí estaba.
Su blusa.
La que una vez se dejó quitar entre risas.
La tomé como si fuera ella. Como si ese pedazo de tela pudiera explicarme por qué ya no me mira igual.
—¿Por qué me dejaste amar tanto?—susurré, con el pecho en llamas —¿Por qué me dejaste ir como si nunca te hubiera salvado? Maldición Yari ¿Por qué lo hiciste?
Me tiré al suelo.
Me rodeé las piernas, como queriendo esconderme en mí mismo. Luego las abrí y di patadas.
Tomé mi cabello, lo jalé con desesperación. arranque la corbata que traía puesta. Quería arrancar el dolor desde la raíz. Golpeé mi cabeza contra el borde de la cama. Una, dos veces. Hasta que las lágrimas empezaron a caer, sin dignidad. Sin permiso. Como lo hicimos nosotros.
—Maldito todo…— murmuré —Maldito yo por pensar que podíamos volver. Maldito yo por dejarte. Soy un maldito desgraciado que solo te hirió. Pero más malditos ellos que te tienen ¡MALDITOS!
Golpeé el suelo.
La blusa seguía en mis manos. La apreté como si pudiera devolverme algo.
Y entonces tocaron la puerta.
Gruñí desde el fondo de la garganta.
—¡No estoy para nadie!
Silencio.
Después… su voz.
Violeta.
—¿Cristopher?
Me levanté como un espectro.
Abrí la puerta, todavía con los ojos rotos. Ella dio un paso atrás, como si le pesara verme así.
—Jamás te había visto así— dijo, sin burlas esta vez. Solo con asombro.
—Todo esto es tu maldita culpa— escupí, sintiendo la sangre hervir —Eres el infierno. ¡Me obligaste! Y si yo no soy feliz… tú tampoco lo serás. Te juro que te mataré antes de verte sonreír con eso que hiciste.
Ella se quedó quieta.
Su sonrisa apareció, como una cicatriz mal cerrada.
—¿Quieres verla otra vez?
No respondí con palabras. Solo asentí. Mis dedos apretaron la blusa aún más fuerte.
Y entonces dijo algo que me partió.
—Si supieras que ellos le dieron hijos… que ahora ella tiene algo que tú nunca supiste proteger.
Se rió.
Como si eso fuera gracioso.
Como si el mundo acabara en esa frase.
—Mientes— grité, y golpeé la puerta tan fuerte que se partió en dos.
—No— respondió con voz suave, pero con esa maldad que solo ella sabe vestir —No miento, Cristopher. Tú no solo la perdiste. Perdiste lo más sagrado, y era ser padre de sus hijos.
Me quedé en medio de los restos.
El corazón en carne viva.
La blusa en la mano.
El dolor en cada hueso.
Y su risa, como eco maldito. —Juro que te mataré— La tome por el cuello y la levante. Sus pies ya no tocaban el suelo, hasta que recordé a la pequeña Atanea. Y tire lejos a Violeta —Te salvas por tu hermana, Maldita.. Te salvas del maldito hechizo que hiciste que si mueres tu. Muere la niña. Pero te aseguro que un día de esto me vas a cansar..
—Alfa ¿Nos llamaba?—
—Si. Los espero en mi oficina.. Y no se vayan a alterar cuando se enteren a quien vi.