No fue el ruido de los cristales rotos lo que me alertó.
Fue el aire.
Denso. Cortante. Cargado de energía salvaje que no necesitaba anunciarse con palabras. Cuando me di cuenta lo vi. Neit, con los colmillos figurados y su mirada oscura. Cristopher, de pie, como un lobo desplazado, gruñendo desde el pecho. Y Kathia… en la habitación. desde aquí puedo escuchar como esta sufriendo. Cristopher es un desgraciado..
Neit estaba hecho furia. Cail.. Ay señor, parecía que ya lo había matado, solo con la forma de verlo.
Sus nudillos estaban manchados. Sangre. Y no era suya. Aunque su nariz sí tenía el rastro de un impacto.
Cristopher intentaba mantener la compostura. Pero dolor lo traicionaba. Las manos temblaban apenas. Los ojos evitaban mirar en donde había quedado Kathia. Era celos, claro que lo era. Lo vi en cómo se mordía la lengua, en cómo fruncía el ceño cuando Cail y Neit. la tenían para ellos.
Pero no lo admitiría.
Nunca lo haría.
Porque para Cristopher, aceptar que perdió algo, que lo dejó escapar, era aceptar que él no era ese lobo invencible que tanto se esfuerza en parecer.
Neit gruñía con el pecho. Hablaba desde las entrañas.
—No vuelvas a acercarte a ella como si tu amor fuese un derecho— le dijo, sin titubeo.
Cristopher no respondió. Solo lo miró, y eso bastó para saber que lo que venía iba a ser peor si esto no lo detenía.
Fue entonces cuando me acerqué.
Me paré en medio.
Cail ya estaba a su lado, fuerte, tranquilo, como si la rabia de Neit fuera suya también, aunque en silencio.
—Ya basta— dije, en voz alta Pero Cristopher se rió sin gracia y dijo
—Aquí nadie va a morir por una herida vieja. Kathia ya tiene quien la proteja—
Cristopher me miró como si quisiera pelear. Pero yo lo miré como si ya lo conociera. Porque lo conozco. Porque sé que en el fondo, detrás de su rabia y su instinto, lo único que buscaba era volver… a algo que ya no existe.
—Vete— le dije.
Él apretó los puños. Sus ojos rozaron la habitación. Y por un segundo, su mandíbula se relajó. Solo un segundo.
—Esto no va a quedar así. Esa mujer jamás va a ser de ustedes— dijo Cristopher
—¿Te duele verla feliz?— hablo en burla Neit y Cristopher solo lo apunto y apretó sus labios.
Y se que verla en los brazos de Cail y Neit… le dolía más que cualquier golpe.
Neit dio un paso al frente, aún listo. Pero Cristopher no se movió. No porque no quisiera. Sino porque ya no tenía nada que decir. Nada que pudiera devolverle lo que había roto.
Y se fue.
No hubo palabras.
No hubo disculpas.
Parpadeé varias veces, por el polvo y ruido.
—¿Julean?— escuché la voz baja, dulce y preocupada.
Era Cata.
Me giré. Ella tenía esa forma de mirar cuando no sabía si debía acercarse o respetar el espacio. Me aparté un poco, dejándoles el centro para que pudieran empezar a limpiar lo que quedó de los cristales.
Me agaché, tomé sus manos pequeñas entre las mías. Besé sus palmas,
—Mejor ve a casa con Kathia y Revenna— le dije, sin levantar la voz —Es lo mejor por ahora.
Mi luna asintió. No discutió. Solo me dio esa mirada que duele más que un reclamo, y se giró despacio. Vi cómo empezaban a salir.
Primero Kathia.
Su espalda recta. La mirada fija. Como si se hubiese reconstruido solo por voluntad. Detrás de ella, Neit y Cail, que se miraban entre ellos en silencio. Uno encogiéndose de hombros, el otro suspirando. Parecían entenderse sin palabras. Parecían entender que ya no había nada que decir.
Me quedé quieto, viendo cómo Kathia, en lugar de irse, tomó una escoba del rincón.
Y comenzó a barrer.
Los cristales, los trozos, las telas tiradas.
Cata la miró desde la puerta.
—Kathia, ven. Salgamos un rato… despejémonos.
Pero ella negó.
—No tengo ganas, Cata. Gracias.
Entonces Neit se acercó, tranquilo, pero con ese brillo que guardaba para ella.
—Vamos a salir. Un rato.
Kathia bajó la escoba. La sostuvo con una mano, y lo miró con esos ojos rojos y hinchados.
—Una cosa es que yo sea su pareja— dijo, pausada —Y otra es que seamos felices.
El silencio que siguió fue duro.
—Quiero que todo siga como estaba… no quiero… —su voz tembló, apenas.
Y entonces Cail se adelantó. Su tono fue casi una súplica.
—No sigas. Por favor.
Eso lo cambió todo.
Kathia soltó la escoba.
Tomó sus cosas.
Y salió con Cata y Revenna, despacio, sin mirar atrás.
Neit y Cail limpiaban en silencio, cada uno con una escoba en mano, sin cruzar palabras, pero con esos ojos… brillantes, intensos, como si la pelea aún temblara detrás de las pupilas.
Yo los observaba. El silencio entre ellos no era tenso.
Busqué tres sillas del rincón. Estaban medio cubiertas por telas dobladas. Las arrastré despacio.
—Ya basta de hablar en enlaces— les dije, y mi voz resonó más de lo que esperaba
—Vengan.
Neit me miró, primero con duda, luego con curiosidad. Cail arqueó una ceja, como quien no sabe si tomarlo en serio.
—Es en serio. Tomen asiento.
Los tres nos sentamos. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estábamos para pelear. Sino para entender algo más grande.
—Siempre supe que ella era su pareja— dije —Lo han hecho bien. Han estado allí. Y lamento lo que pasó hace un rato. Cristopher trajo demasiadas sombras encima. Aunque llegue a pensar que era mentira lo del compromiso.
Neit apretó las manos. Me observó con ese brillo desgraciado que siempre lleva en los ojos, pero esta vez más humano que nunca.
—Tú nos odiabas. ¿Qué pasó ahora?
Respiré hondo. Mi mirada se quedó en un punto fijo del suelo.
—Aún creía en que Cristopher la iba a venir a buscarla— confesé —Pensé que iba a venir distinto. Redimido. Pero me equivoqué. Llegó con esa mujer…
Cail soltó el aire de golpe. No habló, pero ese sonido bastó. El peso de la verdad nos tocó a los tres.
Los miré. Con firmeza.
—Ustedes no son simples lobos como dicen ser. Cristopher es un Alfa puro. Antiguo. Casi de leyenda. Y aún así… tú te enfrentaste a él, Neit.
Neit bajó la mirada apenas.
—Y ambos se lastimaron.
—Tengo fuerza, sí— dijo Neit al fin —Pero nosotros… no somos nadie. Solo queremos estar a su lado. Nada más.
—Pero… —empezó a decir.
Lo detuve con la mirada.
—No. Aún no hay peros. Solo esperemos a que ellos lo sepan. Que lo vean. Que lo sientan. Porque ellos… aún no sabe que tiene hijos. Que hay algo más profundo, más real, que todo este dolor.
Nos quedamos callados.
No por miedo, si no porque aún hay una lucha más grande.