Telas

1866 Palabras
El silencio se apoderó del lugar. Cristopher caminó hacia mí con esos pasos suyos, pesados como si cada uno reclamara tierra. Se acercó, sin prisas, sin permiso. Sus dedos subieron, intentando tocarme. Pero bajé la mano, rápido, y lo detuve sin tocarlo. Solo con mi mirada. Levanté el rostro. Las lágrimas traicionaron mi fuerza y cayeron, calladas, pero firmes. —Veo que eres feliz— dijo, mirándome con esa mezcla de pena y juicio —Tienes a estos dos. No pude responder, pero no hizo falta. Cail dio un paso al frente, como si mis lágrimas fueran órdenes. —Nadie tiene derecho a venir aquí y humillar a mi gordita— escupió, con voz dura, clavada en piedra. Cristopher gruñó. Lo vi. Lo escuché. Un segundo después, la vitrina explotó bajo su puño. Cristales al suelo. Las telas se movieron como si tuvieran miedo. Neit se acercó lento, como una sombra que decide hacerse tormenta. —Te compraré una nueva— dijo Cristopher, como si los trozos en el suelo no fueran suyos. Lo miré. Respiré hondo. Dolía. —No hace falta, Cristopher— susurré —No sería la primera vez que rompes algo. Él frunció el ceño. —Al igual que tú. Violeta se quedó muda. Todo su berrinche anterior quedó suspendido, como si el aire se olvidara de ella. Julean avanzó, sin prisa. —¿Qué sucedió? ¿Por qué lo hiciste?—preguntó, como quien ya sabe la respuesta. Cristopher se giró apenas. —Tú preocúpate por tu manada—dijo, y su voz ya no era humana —Yo me preocupo por la mía. Y tú, Yari… No terminó. Cail lo interceptó. —No tienes derecho a hablarle. El ambiente se volvió denso. Cristopher gruñó fuerte, una vibración que hizo temblar las paredes. —¿Quién lo impide? El rugido de Neit no se anunció. Solo llegó. Saltó entre nosotros. Sus garras se desplegaron desde los dedos, como espadas. Se paró frente a Cristopher, pecho abierto, mirada fija. —Yo —gruñó, con voz que rompía el aire —YO lo impido. Soy el compañero de Kathia. Voy a protegerla. Vete… antes que se me olvide que alguna vez hiciste algo bueno. Cristopher solo lo observo serio. Su gruñido fue diferente. Casi… resignado. Y entonces Cail se colocó a mi otro lado. —Ahora tiene a dos compañeros. Yo parpadeé. Las palabras me golpearon suave, pero profundo. —¿Qué?— alcancé a decir, como si no entendiera que era yo quien había cambiado. Cristopher negó con la cabeza. Sus ojos se clavaron en mí una vez más. Y por primera vez… no dijo nada. Cristopher me miró como si el tiempo no hubiese pasado. Su voz salió áspera, como si la contuviera desde hace siglos. —Necesitamos hablar— dijo sin rodeos —Y si no quieres que haya un charco de sangre aquí, vamos a hablar. Sentí cómo el aire en la tienda dejó de circular me envolvió con firmeza. Su mirada perforó al hombre frente a él, —Habla aquí, entonces— respondió Cail, sin titubeo —Y si hay charco de sangre, te aseguro que no va a ser de nosotros. El mundo entero pareció sostener la respiración. Los pedazos de vitrina brillaban como cicatrices en el suelo. Yo no podía articular una palabra, solo asentí. Sentía que mi pecho se apretaba, que mis pasos no eran míos cuando empecé a caminar. Los cristales crujían bajo mis zapatos. Cada crujido parecía repetir lo mismo, así se rompe lo que era bonito. Violeta alzó la voz detrás de él, molesta, irritante. —¿A dónde vas con ella? Cristopher ni la miró. —Mejor vete al apartamento. Lo dijo con una frialdad que me heló. La escuché. Todos lo hicieron. Y por primera vez, ella no respondió. Solo bajó la cabeza, humillada. Entré en la habitación de las telas. El lugar que siempre había sido refugio. Todo olía a color, a proyectos, a sueños doblados con cuidado. Pero hoy… no olía a hogar. Olía a despedida, Mis lágrimas caían sin permiso, deslizando el dolor viejo que había guardado durante demasiado tiempo. Mis manos apoyadas en la mesa, golpeé la mesa fuerte mientras recordaba los dolores del parto. Mis gritos mudos al no tenerlo, en como nos dejó. En como aveces lo soñaba con su sonrisa lobuna y sus dientes blancos y perfectos. Cristopher entró detrás. Cerró la puerta, como si el mundo fuera ahora solo nosotros. Me sequé mis lágrimas y me giré El se quedó allí, observándome de arriba a abajo como si buscara algo que ya no existía. Luego caminó lento hacia una mesa. Tocó una tela suave. La acarició con la yema de los dedos como solía hacer con mi espalda. Y eso... eso fue lo que más dolió. Se detuvo frente a mí. Sentí que el aire entre nosotros pesaba más de lo normal, como si el espacio aún recordara lo que fuimos. Sus ojos me recorrían, no con deseo, ni siquiera con rencor. Era peor. Me miraba como si tratara de encontrar a la mujer que fue suya... y no la hallara. —Así que... este es tu mundo ahora— dijo, sin mirarme directamente. Yo asentí, intentando que el temblor de mi pecho no se notara. Pero cuando se acercó, dejé de respirar. —Kathia— susurró, pero la dulzura fue breve—Espero que seas feliz. Porque yo lo soy. Veo que tienes a esos dos malditos desgraciados a tu lado. Parecen dos perros falderos… Es increíble que esperaste a que me fuera para estar con otro. Sus palabras me atravesaron como agujas. No por lo que decía. Sino por cómo lo decía. Con la voz de alguien que nunca entendió el amor que dejó atrás. —No fue así— intenté decir. Pero mi voz se rompió en el intento. —No importa— dijo él, con esa rabia contenidav—Igual ya nada va a ser igual. —Ya nada lo es— le respondí, sintiendo cómo las lágrimas buscaban espacio en mi cara. Cristopher se quedó quieto. El hombre que nunca lloraba. El que se mantenía firme aun cuando el mundo temblaba… cerró los ojos. Y allí estaban. Las lágrimas. Lentas, pesadas. —Tú no sabes nada, Kathia— susurró con la voz quebrada. Mi corazón se apretó. Pero también se encendió, porque sabía que había algo que él nunca quiso enfrentar. —No— le dije con la voz rota —No sé quién fue la madre de Nico. No sé por qué murió. Ni quien la mato. No sé por qué mi propia madre se quedó allá, en el cuarto que compartíamos, y nunca quiso contarme nada. Pero tú tampoco lo has superado. Cristopher bajó la cabeza. Trató de endurecerse otra vez. —Ya eso es pasado. No me interesa. Yo solo quiero vivir el presente. Reí. Y lloré al mismo tiempo. No fue una risa alegre. Fue esa risa que se escapa cuando el dolor no cabe más. —¿Con Violeta? Su silencio fue más cruel que cualquier respuesta. —Y tú— dijo —Tú con ellos. Con esos dos. Me quedé callada. Porque sí. Era cierto. Yo con ellos. Pero no porque fueran reemplazos. No porque llegaran cuando él se fue. Sino porque... ellos me sostenían en una forma que él nunca supo. Nos miramos. Llorando los dos. Con los ojos enrojecidos y las manos a los lados, sin saber si acercarse o huir. Dos corazones que alguna vez se amaron. Que hoy se rompían en silencio. Que sabían, aunque no lo dijeran... que ya nada volvería a ser igual. —No eres la misma. A la que un día llegué amar con locura— dijo mientras secaba sus lágrimas. —Tienes razón no soy la misma— dije con mi voz firme, conteniendo ese dolor que da en el pecho cuando amas a alguien —Tu me convertiste en esto. En esta maldita mujer que ves ahora ¿No te gusta?— me reí y el solo me veía —Me dejaste. ¡Me dejaste! no te importo, me culpaste de algo que yo no tenía idea. Solo era una adolescente CRISTOPHER. Me entregué ati— le empecé a tirar las telas y golpear su pecho —¿Por qué? porque apareciste— mi voz se quebró y allí lo sentí. Sus brazos me rodearon —Déjame ser feliz– el se separo y se fue sin decir nada. Y yo... Yo me quedé tirada en el suelo al rededor de telas. Afuera era un caos, solo se escuchaba golpes... ¿Por qué me duele tanto? No debería. Ya pasó. Ya no somos. Pero entonces escucho su voz en mi cabeza. Veo sus ojos cuando no era él, cuando sí lo fue. Y la herida vuelve a abrirse como si nunca la hubiese intentado cerrar. —Cristopher. A veces me pregunto si amarlo fue una decisión, o simplemente una caída inevitable. Me levanté pero caí, y me golpeé. Y todavía tiemblo. Me abracé las piernas, como lo hacía cuando era niña y todo me parecía demasiado. Hoy también todo me parece demasiado. Los chicos no están aquí. Nadie me ve. Puedo llorar tranquila. Pero no hay nada tranquilo en este llanto. Es salvaje, feo, roto. Me sacude el cuerpo y me arrastra los recuerdos. Siento el peso de lo que no dije. De lo que no pregunté. De lo que me ocultaron. La madre de Nico. Mi propia madre. El silencio que todos eligieron. El que yo ya no soy importante Quise gritar, pero sólo me salió una risa rota. Esa risa que huele a rendición. Que no busca consuelo, sólo descanso. Estoy cansada. Cansada de resistir. Cansada de ser fuerte porque todos piensan que lo soy. Cansada de amar con todo, y quedarme con tan poco. Las telas no hablan, pero esta tarde son mis compañeras. Me envuelvo en ellas como si pudieran absorber la tristeza. Como si pudieran recordarme que también soy capaz de crear algo bonito. Después de llorar por lo que fui, lo que perdí, lo que me dijo y lo que me contuve para mi, solo queda esto el silencio, ese dolor que, aunque no grita, no deja de estar. Y mis pequeños que el nunca supo que tuvo. Tal vez a eso se refirió Neit cuando dijo, que no le hacía nada. Por lo que un día hizo bueno. Me duele. Pero aquí estoy. Aquí sigo. Yo, Kathia. Rompiéndome. Y al mismo tiempo, sobreviviéndome. —Hey— escuché pero solo veo un punto fijo. —Amor— Y parpadee varias veces y allí estaban. Neit y Cail, Neit tenía sangre en su nariz. Pero Cail se veía impecable.. —Al parecer si hubo sangre— susurré y ambos me abrazaron... —El también quedó feo— intervino Neit.. —¿Y tú?— le pregunté a Cail y el solo me acariciaba mis lágrimas.. —¿Dos para uno?— bromeo —Deje que Neit peleará. No se iba a ver bien que dos fuéramos en su contra. Pero aquí estoy, jamás te volverá a lastimar.. No quiero volver a escucharte así. Mi gordita bella 💕
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