¿Que hago?

1367 Palabras
La tienda olía a madera tibia, a tela recién doblada y planchada a una mezcla sutil de café. Era uno de esos días lentos, de sol indeciso y calles medio vacías. Me acomodé detrás del mostrador, sacando cuentas a mano aunque la tablet estuviera encendida a mi lado. Es raro, pero escribir con lápiz me hace sentir que entiendo mejor los números… o al menos los domino un poco más. Julean estaba apoyado en el marco de la puerta, observando la calle como si pudiera predecir quién iba a entrar solo por la forma en que caminaban. Tenía ese talento. A veces acertaba. —Cinco clientas nuevas esta semana, tres por recomendación, una por i********: y una que entró preguntando si vendíamos empanadas. Reí. Neit:—¿Le vendiste? —Le recomendé la de carne. No sé si eso cuente como empanada— dije y el se rió Cata estaba sentada en una de las sillas del probador, ordenando etiquetas de precios mientras tarareaba algo bajito. Cada tanto nos miraba de reojo, como si estuviera decidiendo si intervenir o no. —Yo digo que hagamos combos de temporada. Tu cuerpo no tiene estación, pero tu estilo sí— soltó, alzando una etiqueta como si fuera una bandera. Neit apareció desde el fondo, con una caja de retazos en brazos y una expresión de no dormí lo suficiente. La dejó caer suavemente sobre el banco frente a mí, luego se cruzó de brazos. —Las ventas están bien, pero no están jugosas— dijo —Necesitamos algo que llame la atención. Que grite quiero ser tu nuevo armario —¿Como un maniquí que baile bachata?— pregunté, sonriendo. —Yo lo bailaría— respondió Cail desde el rincón donde estaba doblando tela, sin levantar la cabeza. Su voz era suave, pero cargada con esa chispa que siempre pone cuando sabe que vamos a reír. Neit lo miró y negó con la cabeza. —No lo dudo, pero no vamos a vender más sólo porque tú meneas las caderas. —¿Y si hacemos una colección temática?— propuse, dibujando un boceto rápido sobre el papel. —Algo que llame la atención. Telas que cuenten algo, me gustaría algo rústico, algo más de ustedes. El silencio se extendió unos segundos. Cata dejó de tararear. Cail se enderezó. Neit se apoyó en el mostrador. Julean giró por fin y me miró. —La manada, en mis tiempos, bueno hace años. Se vestían siempre de cuero, de las batallas que se ganaban— murmuró. Y en su voz, lo escuché, el clic. La idea acababa de nacer. —Telas fuertes, con textura. Nombres que cuenten su carácter— añadió Cata, mientras se estira —Y fotos con nosotras, con ustedes. Con todos. Sin modelos extraños. Nosotros somos los rostros— dije, sintiendo cómo esa mezcla de nervios y entusiasmo se acomodaba en el pecho como si fuera hogar. Cail me miró desde su rincón, con la tela aún en las manos. —Tú, con esa mirada que enamora, y ese cuerpo de curvas en la vitrina. Éxito asegurado. Reí bajito. Sentí ese calorcito especial en el pecho. La tienda, el equipo, las ideas. Mis lobos. La puerta de la tienda se abrió como rayo. No sonó la campanita. El aire cambió. Lo sentí primero en la piel, luego en los ojos de los chicos. Me giré despacio. –¿Violeta? Ella entró con esa forma suya de caminar, como si el mundo girara para acompañar su ritmo. Su mirada era fuego frío, su vestido un arma envuelta en seda. Por un instante, el local pareció contener el aliento. Ella se detuvo a tres pasos dentro, justo donde la luz terminaba. Nos miró, a todos. Pero cuando sus ojos se posaron en Cail y Neit, no dijo nada. Su porte no cambió, pero algo en sus pupilas se encogió. Algo reconoció. Luego, sus ojos viajaron a Julean. Ahí sí se congeló. Él se puso de pie con una lentitud que dolía. Serio. Firme. Sin una palabra, sólo presencia. Violeta tragó saliva, apenas perceptible. Yo no supe qué pasaba, pero el silencio tenía bordes filosos. De pronto, Cail y Neit se movieron al unísono. Se colocaron frente a mí, como si algo los guiara, como si supieran que yo debía quedar detrás. Sus ojos… no eran los de siempre. Negros. Profundos. Violeta sonrió. No una sonrisa dulce. Una sonrisa que sabía cosas. —No hace falta esconder que estoy rodeada de lobos —dijo, con voz melosa—, aunque soy una. Y vengo en paz… por ahora. Me quedé quieta, como si mis pies no me obedecieran. Quise hablar, pero ella ya se acercaba. —Quiero hablar con Kathia— dijo, sin mirar a los demás —Quiero el vestido. Y si no me lo dan… va a venir mi prometido, y él… él acabará… No terminó. Porque Neit ya estaba a un paso de ella, con los ojos entrecerrados y una sonrisa que destilaba malicia. —Quiero que venga tu prometido— dijo —Y así acabar con todo esto, ¡ya! Sentí un escalofrío, como si el suelo se volviera agua por un segundo. —No estoy entendiendo— dije, mi voz apenas audible. Neit no se movió. Sólo alzó una ceja. —Para mí— dijo —la señorita Violeta solo hizo una pregunta. Y ya le dije el vestido es mío, y no está a la venta. Violeta bajó el rostro, sacó su teléfono y lo elevó lentamente. Lo desbloqueó y marcó. Una lágrima cayó de sus ojos, como si fuera parte de un guión más que de una emoción. Lloraba. Pero algo estaba mal. Algo no encajaba. Y fue entonces cuando ocurrió. Cail y Neit giraron al mismo tiempo. Golpearon la pared. Fuerte. Mientras Cata abrazo a Julean al ver que su cuerpo se tenso, algo en esa llamada los cambio Yo di un paso atrás. —¿Qué están haciendo?— pregunté. Nadie respondió. El eco del golpe aún flotaba. Yo, Kathia, en medio de lobos, de miradas que hablaban sin palabras, entendí que hay cosas que no necesitan explicación. La puerta se abrió apenas segundos después del último berrinche de Violeta, como si el mundo decidiera interrumpirla. Lo vi entrar. Alto. Grueso. Musculoso. Cada paso parecía medido, diseñado para que el suelo entendiera quién era. Se quitó las gafas con esa lentitud que duele, como si su mirada necesitara prepararse para impactar. Y cuando sus ojos me encontraron, todo se detuvo. Mi corazón se apretó como si volviera a ese día. A ese adiós. No pude hablar. No pude pensar. Sólo recordé cómo terminó. Cómo dolió. Cómo no supe salvarlo. Como me dejó embarazada. Los recuerdos me invadieron como agua fría. Su risa, nuestras promesas rotas, las madrugadas con sus manos en mi espalda. Los rastros de sus besos, y en como discutimos. Pero Cail se movió rápido. Me giró con firmeza, con urgencia. Sus dedos tocaron mis mejillas, limpiándome como si pudiera arrancar la tristeza desde la raíz. Yo solo veía borroso. —Él no merece tus lágrimas— susurró —Que no te vea débil. No hoy, por favor mi gordita. Negué. Como reflejo. Como grito mudo. Y entonces sentí la mano de Neit. Tibia. Sincera. Tomándome la mía. No como consuelo, sino como afirmación. Como escudo. Respire profundo, aun con mis ojos ardiendo y ahí fue con el vio las manos de Cail y Neit en las mías. No dijo nada, pero sus ojos se oscurecieron un poco. Vio a Cail. Vio a Neit. Luego, volvió a verme. Y algo en su respiración cambió. Violeta, mientras tanto, hacía su escándalo. —¡Quiero el vestido! ¡Kathia, dámelo! ¡Me lo merezco! ¡Es mío! Pero la voz que cortó el aire fue otra. —Cristopher— dijo Julean, y no fue una simple llamada. Fue algo más doloroso El hombre se giró. Los músculos tensos. La mandíbula apretada. El pecho subiendo con fuerza. Miró a Julean, luego a mí. Y suspiró. Un suspiro largo, que parecía llevar años dentro de él. Y en medio del silencio que se extendió, yo sólo pensaba ¿cómo puede doler tanto una sola mirada?
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR