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407 Palabras
El domingo pasó tranquilo y deseaba con todo mí ser que la noche no llegara. Después de habernos frotado la noche anterior, pensé que Joe me trataría diferente; pero parecía más animado y amistoso de lo normal. Yo en verdad no sabía cómo agradecerle y no paraba de darle las gracias. El sólo se reía y me decía que para eso estaban los amigos. No estaba muy seguro de que alguien más hubiera hecho eso por mí, pero traté de creerle. Mis padres llegaron como lo habían prometido y odié el tener que irme con ellos. El trayecto fue en silencio y al llegar a casa, papá empezó a reprenderme. Lo escuché sin decir nada y cuando terminó me encerré en mi habitación. No podía creer que había sido regañado por luchar por mi propia libertad. Odiaba haber nacido en una familia de metamorfos y tener que cumplir con el destino de mi hermana. No quería casarme aún, y menos con esa bestia. Yo ya amaba a alguien y era sólo con esa persona con la cual quería ser feliz y formar una familia normal, sin tener que tener que vivir con toda la manada y que todos los demás supieran sobre mi vida privada. Abracé mi almohada y cerré mis ojos. Traté de descansar pero me encontraba lejos de la tranquilidad de Joe e imágenes del ataque acudían a mi mente. Volví a sentir el temor y el asco que me invadieron e hice todo lo posible por no llorar. Me sentía impotente por no poder haber hecho nada debido a mi pequeño tamaño y poca fuerza. Y, muy a pesar, tenía envidia de aquel lobo pardo. Lo envidié desde que lo vi en aquella estúpida reunión de manadas, hacía un año atrás. Recordaba su nombre con dificultad, pero su voz era inconfundible: grave y profunda, llena de autoridad y furia contenida. Odiaba mi vida y odiaba todo. Me importaba una mierda los problemas que tenía mí manada con los lobo pardo. Me habían explicado que éramos enemigos naturales y, como teníamos que convivir en un mismo territorio, se había decidido que los primogénitos contraerían matrimonio para calmar las cosas. Pero eso eran problemas del pasado y el presente era diferente. No lograba comprender porque se empeñaban en arruinar la vida de sus hijos y seguir costumbres de la prehistoria. Lo único que tenía claro era que mi futuro estaba acabado y no podía hacer nada para cambiarlo. 
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