—¡Reach out touch me! —entona en un aullido casi lobuno, una vez el conductor emprende la marcha—¡Súbale el volumen señor! ¡Que lo suba, que lo suba!—pellizca mi mano en son de recibir cooperación, y yo sólo deseo sacar mi cabeza por la ventana para no oír lo que vendrá. Eso que me produce ganas de reír y llorar al mismo tiempo. El taxista sin chistar obedece; pone en modo repetición la canción de Hilary Duff y entonces la siciliana da rienda suelta a su serenata de alaridos. Alaridos que automáticamente cesan cuándo llegamos a destino y tiene que pagar la tarifa. —¡Llegamos, llegamos! —canta—. ¡Y quiero un mojito! —chilla con euforia mientras nos dirigimos al bar. Sigo sus tambaleantes pasos, cuidando los míos para no irme de bruces al piso, y con embeleso admiro la entrada. Algod

