La ciudad respiraba violencia, y en sus entrañas, la batalla no era solo de fuerza, sino de astucia y corrupción.
Clara había dejado la mierda al descubierto y la había esparcido como veneno en el cuerpo de sus enemigos. Ahora, la pregunta no era quién iba a sobrevivir, sino quién iba a saber aguantar el veneno el tiempo suficiente para dar el golpe de gracia.
Damián sintió el golpe en su alma cuando llegó la noticia: el almacén principal, ese que guardaba las balas, las medicinas, la esperanza de su banda, había explotado en mil pedazos. Las paredes temblaron, y con eso, la confianza de su gente se resquebrajó.
—¿Quién mierda hizo esto? —vociferó un tipo con cara de piedra, mientras el humo invadía un rincón de la calle.
—Clara —contestó Damián con la voz que no permitía discusión—. E
