Pérez había recopilado toda la información posible de Macedo. Le interesó saber todos los detalles sobre "ese abogaducho" que los tenía asustados, intrigados de la información que podría vincularlos con el general Zevallos y los ascensos irregulares y el tráfico de influencias. -¿Por qué Zevallos buscó a ese sujeto si era un don nadie?-, le preguntó a Méndez.
-Lo habrá buscado en el Google-, le bromeó pero Pérez estaba demasiado intrigado en saber de Macedo que escuchar bromas, y no le respondió. Siguió hurgando en la carpeta que le alcanzó inteligencia y vio que solo se dedicaba a resolver juicios de alimentos, divorcios y acoso a maridos infieles.
-Zevallos eligió a ese sujeto por algo-, dijo fastidiado el ministro. Su colega Méndez se incomodó. -Son cosas del Orinoco-, volvió a bromear.
Luego de meditar algún rato, Pérez pidió a su secretaria que le mande a su PC la hoja de vida de Zevallos.
-Ese milico se las trae-, dijo. En un instante, la carpeta de Zevallos estaba en su pantalla, en archivo PDF. Lo hojeó ávidamente y al fin dio con un dato peculiar: Zevallos había sido mecenas del equipo de Sport Lince, un clubcito de barrio, que fue sensación en el torneo Inter barrios del diario La Prensa. En la lista de fundadores del equipito habían dos nombres que le llamaron la atención porque le parecían conocidos: Fausto Aquino y César Rodríguez.
-Necesito información sobre Fausto Aquino-, pidió a su secretaria. Mientras esperaban le sirvió cerveza a Méndez.
-¿Por qué te llama la atención Aquino?-, preguntó Méndez.
-Una corazonada-, le dijo.
Un pitido le anunció que la carpeta de Fausto Aquino estaba en su PC. Al abrir el archivo su rostro se iluminó por completo. Dio un puñetazo en su escritorio.
-Allí está pues: Fausto Aquino, ya fallecido, era hace algunos años abogado, y adivina qué-, le preguntó a Méndez. Su colega se alzó de hombros.
-En su estudio trabajaba un joven egresado en la universidad, deseoso de abrirse campo en el terreno de las leyes... Mauro Macedo-
Méndez sonrió de oreja a oreja. -Zevallos, entonces, quiso recurrir al estudio de Aquino, pero al estar muerto, optó por el que, imaginó, era su mejor alumno, Mauro Macedo-, dedujo.
-Así es, y mira, por eso me parecía familiar este tal César Rodríguez, ya fallecido también, pero su nombre lo había leído por algún lado. Jugó fútbol en el Sport Lince y adivina qué-
-No sé-, se divirtió Méndez.
-Fue el que recomendó a Macedo al estudio de Aquino. Me imagino que este Rodríguez era amigo de trago del padre de Macedo, porque en la hoja de vida que le presentó Macedo a Aquino dice que "referencias, César Rodríguez, asesor legal en la cervecería fulana de tal", la misma fábrica donde trabajaba su papá de Macedo ja ja ja-, echó a reír divertido y feliz de haber hallado un hilo en la vida de "ese abogaducho".
Méndez, sin embargo, se puso serio. -Macedo podrá ser neófito o un abogado de poca monta pero nos tiene del cuello, no lo olvides-, le recordó.
Sin embargo Pérez ya estaba de mejor humor. -No te preocupes, en breve Macedo se irá al infierno junto a Zevallos, su padre y Rodríguez a brindar por su muerte, ja ja ja-, estalló en carcajadas, brindando, otra vez, con su colega ministerial.
*****
Viviana buscó con desesperación en el Google el nombre de Mauro Macedo, como le había dicho el mozo de los mostachos canos, se llamaba aquel abogado que iba a almorzar, todos los días, a ese restaurante. No había nada. "Son veinte años que han pasado", se dijo ella mortificada. Le parecía estar en un callejón sin salida, sin saber dónde buscar, qué hacer o dónde acudir. Pensó, repensó y nada. Llamó a Betty a su celular.
-No, Vivi, ni idea dónde buscar-, lamentó su amiga.
-Ya sabemos que vivía en Lince y era abogado, eso nos dijo el mozo-, comentó Vivi.
-Lo importante es saber cómo murió Macedo-, subrayó Betty.
-Deberían haber libros sobre personas pasadas-, se le ocurrió decir a Viviana, vencida por el desaliento, cuando oyó un alarido a la otra línea.
-Tarada, esa es la solución-, gritó su amiga.
-No hay libros de personas-, insistió Viviana.
-No seas tonta, la Biblioteca Nacional. Debemos ir a la hemeroteca y buscar los diarios cuando mataron a ese sujeto-, siguió diciendo alborozada Betty.
-Pero no sabemos la fecha exacta-, intentó desanimarla Vivi.
-Es que eres bien zonza, mujer, tiene que haber sido hace veinte años, cuando tú naciste-, le recordó Betty.
-Eso es lo que creo yo también-, caviló unos instantes Viviana.
-No perdemos nada, tampoco. Yo voy contigo y buscamos los diarios de hace veinte años-, se entusiasmó Betty.
Esa misma tarde hojeaban los diarios de hace dos décadas. Pidieron colecciones de diciembre de los matutinos que salían por entonces y hojearon, directamente, en policiales, entre el 12 y 15 de ese mes. -Si lo mataron, entonces tiene que estar en la sección sangre-, sonrió Viviana, pero Betty se entretenía con los chismes de espectáculo. -Mira este actor ya estaba vigente hace veinte años, está recontra tío-, le dijo y eso enfureció a Viviana.
-Ya pues, Betty, hemos venido a buscar a Mauro Macedo-, rezongó su amiga.
Fue inútil. No encontraron nada. Siquiera en la página de defunciones y el obituario. Mauro Macedo no existía.
-Yo creo que todo lo que te dijeron de tu sueño, de que reencarnaste de él, es mentira-, volvió a lamentarse Betty.
Viviana se puso furiosa. -Alguien debe saber de este fulano, no creo que sea una fantasía, una ilusión-, masculló cruzada de brazos.
Betty, entonces, tuvo una corazonada y se acercó al bibliotecario, ubicado tras un mostrador amplio, donde había una PC y estaban los tickets para solicitar los diarios de la hemeroteca. Viviana se quedó sentada, con los brazos cruzados, malhumorada, frustrada, pensando que habían perdido inútilmente el tiempo.
Al rato regresó Betty triunfante.
-Ya tengo una pista. El señor bibliotecario se acuerda de un Macedo vinculado a un general Zevallos. Hay que buscar a ese general-, dijo, volviendo a hojear los diarios, ésta vez con mucho afán y mayor entusiasmo.
-¿Qué tiene que ver ese señor en todo este enredo?-, se rascó la cabeza Viviana.
-Era su abogado-
Y allí estaba la noticia, en un pequeño recuadro, en la sección policiales: "Zevallos no puede descansar en paz: ahora matan a su abogado".
Viviana y Betty leyeron juntas las apenas diez líneas del recuadro, un pequeño postón coloreado de amarillo: "No hay paz en su tumba. Ayer fue asesinado el abogado del general Zevallos de cuatro disparos, en su oficina ubicada en Lince. El sujeto fue identificado como Mauro Macedo".
Las dos chicas empezaron a saltar y dar hurras como locas y el bibliotecario se puso de pie, serio y rezongó ofuscado. -¡Sshhhttttttt!-, pidió silencio colocando un dedo en su boca. Viviana y Betty hicieron un mohín travieso, rieron coquetas, tomaron fotos de la noticia y salieron corriendo de la hemeroteca.