-¿Te quedas aquí, entonces? -me pregunta Nora.
-Sí. He quedado aquí con él.
-De acuerdo. Espero que lo pases bien y te cuidado por si acaso. ¿Vale?
-Vale.
Sonrío y Nora también lo hace.
-¡Nora venga ya! !Ya nos hemos despedido! ¡Vamos! -nos interrumpe Miguel impaciente.
-¡Sí! ¡Ya voy! -le responde irritada- Hasta después.-me abraza, y yo le devuelvo el abrazo.
Espero sola unos tres minutos mirando el móvil y de pronto escucho un claxon. Levanto la cabeza y me encuentro con un impresionante deportivo n***o.
Ahí mi madre. ¡Es Izan! Lo recordaba guapo, pero es mucho más que eso. ¿Y ese es su coche? ¡Dios! No entiendo nada de coches, pero es alucinante.
Baja la ventanilla y alza un poco la voz, con una sonrisa pícara.
-Vamos, sube -me abre la puerta por dentro y yo me acomodo en el asiento del copiloto.
-Hola -le digo con repentina timidez.
-Hola. Ponte el cinturón.
-Sí, claro -mientras me abrocho el cinturón le pregunto- ¿Qué coche es?
-Es un Ferrari California. ¿Te gusta? -me dice radiante.
-Sí, es muy... espectacular -consigo decir.
-No tanto como tú.
Me sonríe y yo me derrito por dentro, poniéndome roja como un tomate.
Oh, me ha echado un piropo.
-Gracias. ¿A dónde vamos?
-¿Has cenado?
-No.
Enfatizo con la cabeza.
-Vale, yo tampoco, así que vamos a cenar.
Se incorpora a la carretera con facilidad.
-¿Quieres que ponga música? -me pregunta.
-Sí -contesto nerviosa.
Vale, Beth, relájate un poco, nunca son buenos los nervios. Me digo mentalmente una y otra vez.
-¿Qué te gusta? -me mira un segundo.
-¿Qué música tienes? -respondo a mi vez.
-Mmm... de todo un poco. Me gustan varios estilos.
No tengo ni idea de que es lo que le puede gustar, pero por favor, que no sea nada de heavy metal, por favor. No me gusta en absoluto.
-Pon la que quieras -le digo sonriendo.
-De acuerdo- enciende la radio y programa el Ipod. A los segundos empieza a sonar una melodía que rápidamente reconozco. Ufff... menos mal. Esta me gusta.
-¿Mirrors, Justin Timberlake?
-Sí, si no te gusta la puedo cambiar -se inquieta.
-No. Me gusta -murmuro y asiento para dar énfasis a lo que digo.
-Vale -se relaja visiblemente.
La verdad es que esta canción estando aquí con Izan, sólo hace acrecentar mi nerviosismo.
-¿Adónde vamos a comer? -le pregunto para hacer ameno el trayecto.
-Conozco un restaurante italiano. Es el mejor. Está en esta misma calle -me dice con seguridad, pero luego duda, no sé por que -Te gusta la comida italiana ¿no?
Ah, era eso.
-Sí -admito.
Izan está centrado en la carretera, y eso me permite fijarme como va vestido: Camisa azul oscura arremangada hasta los codos y unos vaqueros negros. No me cansaría de mirarlo, pero aparto la vista a la carretera. No quiero parecer una descarada.
Hacemos lo que queda de camino en silencio, -solo escuchamos música- lo que es poco, el restaurante está por aquí cerca. Cuando deja aparcado el coche en el parking, me mira y forma una radiante sonrisa que yo le devuelvo encantada.
-Espera aquí -me dice.
¿Qué? ¿Para qué quiere que espere? Y en ese mismo instante que lo estoy pensando, me doy cuenta que es para abrirme la puerta. Cuando me abre la puerta, me tiene la mano,-muy caballeroso por su parte- la acepto y salgo del vehículo.
Tiene unas manos fuertes y cuidadas.
-Gracias -le digo.
-Vamos, espero que te guste.
Caminamos hacia la entrada del restaurante. No me ha soltado la mano, y yo encantadísima. Una vez llegamos a la puerta, la abre y me cede el paso. Yo le sonrío y entro.
La primera impresión que tengo del lugar es que es íntimo y acogedor. Hay mesas repartidas por todas partes. Algunas cuadradas y otras redondas, revestidas con mantel blanco impoluto y cada una de ellas decorada por un centro de hermosas rosas. También varios cuadros cuelgan de las paredes blancas crudo.
Izan me guía por la estancia, y me lleva a una mesa que queda al fondo, alejados del resto de los presentes. Una mesa para dos y como un caballero me retira la silla para que pueda sentarme.
-Gracias -murmuro.
Me sonríe amable y se coloca frente a mí. Coge la carta y yo hago lo mismo. La verdad es que no estoy acostumbra a esto, estoy algo cohibida. Él le echa una hojeada a la carta y casi al instante comenta.
-Yo, ya se lo que quiero.
Me mira ladeando la cabeza hacía un lado y deja la carta sobre la mesa.
-¿Ah, sí? Pues yo no.
-¿Qué es lo que te apetece?
-Pues, no sé. ¿Qué vas a pedir tú?
Llega el camarero muy deprisa y se para ante nosotros.
-Buenas. ¿Qué desean tomar? -nos pregunta con acento italiano, mirándonos a ambos, amable y profesional. Vestido con el típico traje; camisa blanca y pantalones negros de pinza.
-Yo tomaré crema de sopa de verduras de primero y de segundo espaguetis con albóndigas tradicionales -le comenta al camarero y me mira- ¿Y tú, Beth?
Me deja en un apuro, no tengo idea de que pedir.
-Pues me gustaría... lo mismo que tú.
-Entonces que sean dos -determina Izan mirando al camarero- ¿Te gusta el vino, Beth? -pregunta ahora volviendo la vista hacia mí.
No, no me gusta nada.
-La verdad es que no -digo con seguridad.
-¿Y qué quieres beber? -me mira expectante.
Yo respondo deprisa.
-Agua, por favor.
Izan se queda pensativo, pero reacciona en seguida.
-Agua para la señorita y para mí un vino croata. Por favor -le dice al camarero, éste anota, da media vuelta y se va.
-¿Sueles tomar agua con la comida? -me pregunta cuando nos quedamos solos.
-Sí, además ya me he bebido dos copas antes -aclaro.
-Ajá, yo sólo tomaré una copa. Tengo que conducir -sonríe.
Asiento.
Es tremendamente guapo, no me puedo creer todavía que este aquí con él. Después de haber pasado varios días desde que nos vimos por primera vez. De soñar con él desde entonces, es increíble. Izan me devuelve al ahora.
-¿Te han llamado de Glam? -me mira fijamente.
Su pregunta me sorprende.
-No.
Niego.
-Ajá, bueno estoy seguro que te llamarán -murmura convencido y decidido.
¿Qué?
-¿Y cómo estás tan seguro? -inclino la cabeza hacía un lado cómo él hace.
Estoy intrigada y quiero saberlo.
-Bueno, sólo lo estoy -se encoge de hombros, indiferente.
Me quedo mirándole fija. Vaya, si que es seguro de sí mismo. Llega el camarero, y nos quedamos callados mientras nos sirve las bebidas. Cuando se marcha, retomo la conversación.
-¿Trabajas allí? -cojo la copa y tomo un poco de agua.
-No. Ese día, sólo estaba de paso -explica.
Ah. De paso, de acuerdo.
-¿Eres socio, entonces?
Quiero saberlo.
-No. Amigo y cuñado. Mi hermana se va a casar con Isaac -da un sorbo al vino y lo saborea. Le gusta.
¿Isaac? El hombre rubio. Sí, me acuerdo de él.
-Ah, ¿entonces para él era la despedida de soltero? -hago la pregunta antes de
formularla en mi cabeza. Soy una bocazas.
Frunce el ceño.
-¿Eh?... No. ¿Cómo sabes eso? -está sorprendido y me mira fijamente a los ojos.
Me inquieta un poco su manera de mirarme. Me remuevo sutilmente en la silla y trago saliva.
-Bueno... me dijo Kevin que estabais preparando una despedida de solteros.- comento en voz baja.
-Sí. Así fue, pero no para Isaac. Era para otro amigo.- frunce el ceño de nuevo y se queda pensativo un momento. Al final musita- Últimamente se casan todos.
No sé si lo dice para sí mismo o me lo comenta a mí, pero me quedo callada. Él camarero regresa con el primer plato, los deja delante de cada uno y luego se retira, asintiendo cortésmente.
Cojo la cuchara y pruebo la sopa.
-Mmm... Está buena.
Me sonríe satisfecho.
-Me alegra que te guste.
-¿Tienes una hermana? -murmuro mientras cojo otra cucharada de sopa de
verduras.
-Sí. Se llama Sara. Es dos años mayor que yo. Tiene veintiocho.
Tengo la sensación de que me dice la edad de su hermana para informarme sobre él, sutilmente.
Mmm, vale. Tiene veintiséis. Exactamente me lleva cinco años.
-Ah, ¿Y tienes más hermanos?
-No ¿Y tú? -me pregunta interesado.
Vale, no tiene más hermanos.
-No. Soy hija única -contesto.
Parece que ahora estoy más relajada.
-¿Te gusta? Ser hija única, me refiero.
Me río.
-Bueno, es lo que me queda -me encojo de hombros- La verdad, no se está mal y tengo a mi amiga Nora que es como una hermana para mí.
Me sonríe encantado. ¡Oh, qué sonrisa!
-Cuéntame de tus padres -me pide ansioso.
-Mi madre es adorable y algo quisquillosa a veces. Y bueno... mi padre murió hace unos años- me entristezco y siento las lágrimas en mis ojos, pero inspiro hongo y las alejo- Pero, tengo un padrastro. Se llama Tom, es un buen hombre.
-Vaya, siento lo de tu padre -se disculpa sorprendido.
Sacudo la cabeza.
-No te preocupes. ¿Y tus padres?
Le sonrío amablemente.
-Mi padre y yo llevamos una empresa de tecnología ecológica y mi madre es Odontóloga.
Oh, vaya.
-¿Y tu hermana?
-Ella es organizadora de eventos -me comenta. Coge una cucharada de sopa y se la lleva a la boca. Me quedo mirando sus labios por unos segundos.
-Eso es interesante -murmuro pensativa.
-Para ella, si -responde una vez traga.
Nos terminamos la crema en silencio y después nos sirven el segundo plato.
-¿Me vas a decir como sabias mi número y dónde estaba? -se lo tenía que
preguntar, por que esa pregunta me ronda la cabeza desde su llamada.
-Tengo contactos -me dice sin más.
Ah. Lo dice tan ancho y tan pancho, como si nada. Me deja a cuadros.
Tiene contacto. ¿Me investiga? Abro mucho los ojos.
-¿Me vigilas? -dejo el tenedor en el plato.
-No. Vigilarte no. No tengo un detective que te sigue por dónde vas. Sí es a eso a lo que te refieres, claro.
Parece incómodo.
-¿Entonces? -ladeo la cabeza al hacerle la pregunta.
Me mira fijamente y yo le mantengo la mirada, esperando su respuesta.
-Quédate, con que lo sé -determina con una media sonrisa burlona.
Vale. Total, ya da lo mismo y sé que no me siguen.
En un rato nos acabamos el segundo plato.
-¿Quieres postre? -me pregunta.
Oh, no. No puedo comer nada más. Estoy llena.
-No, gracias.
-Yo tampoco -le hace una seña al camarero, y éste viene en un momento a nuestra mesa.
-La cuenta, por favor -le pide.
-Claro, señor.
-Pagamos a medias -le sugiero cuando sé a marchado el camarero.
Quiero pagar mi parte. Aunque el sitio se ve un poco caro, pero me da igual gastarme un pellizco de mis ahorros.
-No. Te he traído yo. Te invito yo -dice solícito.
Muy cortes por su parte.
-Oh, gracias. Pero no me parece.
-No creerás que te dejaría pagar -comenta con una arqueada ceja arrogante.
¿Eh?
-¿Por qué no?
-Porque, yo simplemente no te dejaría -me dice ahora inescrutable.
Es chapado a la antigua. ¿Siempre tiene que pagar él? Es... absurdo.
-Vale, cómo quieras -cedo, nada contenta al respecto.
Cuando llega el camarero, Izan ni siquiera mira la cuenta, y le entrega su tarjeta de crédito. Cosa que me deja sombrada. El camarero se retira y al momento regresa de nuevo, le devuelve la tarjeta de crédito y se marcha, deseándonos buenas noches. Salimos por la puerta. Como anteriormente Izan la abre, para que yo salga primero. Una vez fuera nos dirigimos hacia su coche que está en el parking a unos cuantos pasos del restaurante.
No me ha gustado eso de que lo pagara él todo. A pesar de tener razón, ha sido él quién me ha traído. Pero no estoy nada de acuerdo con ello.
-¿Te has enfadado por que no he dejado que pagarás? -me pregunta y parece sorprendido e incluso preocupado.
Vaya sea ha dado cuenta. Seguro que es por la cara que debo de tener en este momento.
-Sí.
-Lo siento, pero quería invitarte.
Me mira a los ojos.
-No me gustan esas cosas. ¿Por qué tienes que pagar tú?
-Nunca dejaría pagar a una chica y mucho menos la primera vez.
Es algo impertinente, ¿no?
-Te llevo a tu casa -sentencia.
-Sí, gracias -le digo enfurruñada.
Hacemos el trayecto en coche en silencio total; sin hablar y sin música. Izan está centrado en la carretera y yo mirando por la ventanilla. Cuando aparca frente a mi bloque de pisos no me extraña nada que sepa exactamente dónde vivo. Es un controlador.
Giro la cabeza y lo miro y él hace lo mismo.
-Siento si te he molestado. No lo pretendía -me dice y parece sincero.
-Perdóname tú -suspiro- Gracias por la cena y por invitarme Izan.
-Gracias por tu compañía, Elisabeth -me sonríe.
Abro la puerta del coche y me despido.
Ahora que no sé si lo volveré a ver, me arrepiento de haberme comportado de esa manera.
-Hasta pronto, Elisabeth -murmura con ojos de un azul brillante.
Asiento con la cabeza y bajo del coche.
Son las nueve y media cuando llego a casa. Nora me recibe al entrar.
-¿Qué tal te ha ido? Por esa cara que traes, no creo que haya ido bien.
Yo me desplomo en el sillón. Nora se queda de pie mirándome atentamente.
-Al principio bien, pero luego el quiso pagar la cena y yo esperaba que fuera a medias y... Él no me dejo -le cuento afligida.
-Vaya, es caballeroso -me hace una mueca y se cruza de brazos- ¿Y por eso te ofuscas?
Pues si.
-Sí, es muy caballeroso. Pero nos acabamos de conocer. Solo no... da igual.
-¿Quieres que te prepare una tila? -me pregunta preocupada.
-No, prefiero irme a dormir -digo mientras me levanto del sillón.
-Vale. Yo también me voy a la cama. Buenas noches, Beth.
Me abraza.
-Buenas noches, Nora.
Me cepillo los dientes, me pongo el pijama, me meto en la cama y apago la luz
de la mesita de noche. Cómo era de esperar no puedo dormir. No me puedo creer que con lo bien que empezamos, mira como acabamos. Todo por mi culpa.
¿Y si no quiere volver a verme? Bueno, ha dicho hasta pronto, pero quizá sólo lo ha dicho para salir del paso.
¡Oh, no! ¿Qué he hecho? Debería haber aceptado que pagará la cena de buena gana, he sido una idiota.
Cierro los ojos y suspiro profundamente. Y después de darle vueltas y vueltas a lo mismo una y otra vez, caigo rendida al sueño. Un sueño turbulento sobre cenas, incomodidades y ojos preciosos que me miran fijamente.
Me levanto de la cama y me meto en el baño. Me miro al espejo, tengo unos pelos horribles y una cara espantosa de no haber pegado ojo. No he dormido bien en toda la noche. Salgo del baño y voy a la cocina, dónde me encuentro a Nora preparando café. Me encanta el café, pero ahora mismo no me apetece nada. Prefiero un té, eso me ayudará en mi estado apesadumbrado, supongo.
-Voy a hacer huevos revueltos, beicon y tostadas -se vuelve hacia mí para mirarme- ¿Quieres?
-No tengo hambre, gracias. Solo voy a tomarme un té.
Abro el mueble y saco la cajita de té.
-Vale. ¿Estás mal por lo de ayer?
No me apetece hablar del tema.
-Sí. No he dormido bien, por lo mismo.
-Bueno, cuéntame lo que paso desde el principio -me dice con evidente interés.
Respiro hondo y empiezo a relatarle toda la historia.
-Me llevo a un restaurante italiano muy bonito, hablamos mientras comíamos. Me contó que tiene una hermana que justamente se va a casar con el hijo del dueño de Glam.-Hablo y entretanto preparo el té a la vez- También me contó a que se dedican sus padres y él mismo. Qué por cierto tiene su propia empresa. Y bueno, le dije algo sobre mí... y luego... llegó el momento clave. Eso es todo.
Nora asiente con la cabeza.
-¿Él se enfadó? -me dice batiendo los huevos en un bol transparente.
-No, sólo estaba... desconcertado.
-¿Y qué es lo que te preocupa, Beth? -deja lo que está haciendo y me mira.
-Qué no quiera volver a verme -contesto, haciendo un mohín exagerado.
Nora, deja el bol sobre la encimera y se acerca a mí.
-¿Por esa tontería? -me coge las manos.
-Bueno... si -digo encogiéndome de hombros.
-Beth, siempre le das demasiadas vueltas a las cosas, eso... No está bien pensar tanto, además no creo que pase. Cuéntame cómo es.
De pronto suena mi BlackBerry, interrumpiéndonos. Las dos nos miramos y, entonces yo salgo corriendo hacia la salita ha cogerlo. Cuando miro quién es, no reconozco el número, pero descuelgo.
-¿Sí? -contesto sin aliento.
-¿Elisabeth Rowling?
Me dice una mujer por el otro lado de la línea.
-Sí.
-Soy Helen Sean, secretaria del señor Cooper. La llamo de Glam Magazine para informarle que el puesto es suyo.
Uau.
-Oh... vaya. Gracias.
-¿Cuándo podría incorporarse?
Respondo ligeramente sin pensarlo.
-Cuando ustedes digan, no tengo problema.
-Pues lo antes posible. Le parece bien ¿mañana mismo?
-Por supuesto -digo encantada, parpadeando todavía sin poder creérmelo.
-Entonces, la esperamos mañana a las nueve.
-¡Claro!
-Qué tenga un buen día.
-Gracias. Hasta entonces.
Cuelgo.
Me pongo a chillar como una loca. Nora sale corriendo de la cocina.
-Tengo trabajo -digo dando saltitos ilusionados.
-¡Felicidades! -se pone a brincar y a reír de emoción conmigo- ¿Cuándo empiezas? -pregunta cuando paramos.
-Mañana mismo -respondo sin aliento, por el loco momento vivido como si fuéramos unas crías.
Eso me recuerda...
-¿No irás entonces a Denver con tus abuelos? -entorna los ojos.
-Pues, no había pensado en eso cuando estaba al teléfono, pero puedo ir más adelante. Llamaré a mi abuela y le avisaré.
-Vale. ¿Estarás bien sola? Solo llevamos tres días aquí.
-Sí, no te preocupes, estaré bien -aseguro.
Asiente sonriente.
-De acuerdo. Felicidades de nuevo -me abraza y yo también a ella.
Volvemos a la cocina y desayunamos. Ahora si tengo apetito. Desayuno tostadas con mermelada de frambuesa y té. Nora beicon, tostadas, huevos revueltos y café, entretanto seguimos hablando.
-¿Entonces tiene veintiséis años? -murmura sorprendida- Es varios años mayor que tú.
Me echo a reír.
-Sí, ya lo sé. Eso no me importaría, claro, si le gustará. Lo que no creo.
-¿Por qué siempre piensas de esa manera? Se las apañó para conseguir tú
número, eso demuestra su interés -alza una ceja- Y no me digas que es por lo de ayer, porque eso es una completa estupidez.
Le hago una mueca.
La señorita experta al ataque. Aunque la verdad es que Nora tiene razón. Fui una autentica idiota.
-¿En que trabaja?
-Lleva una empresa ecológica con su padre. Pero no me dijo de que se trata exactamente.
Se queda pensativa.
-¿Y ustedes que hicisteis? -le pregunto yo ahora.
-Fuimos a jugar a los bolos y a comer al Burger.
-¿Y quién ganó?
-Dani, cómo siempre -contesta alzando la vista al techo.
Las dos nos echamos a reír.
Dani es muy competitivo, es de esos que si no gana se enfada. Pero los mosqueos solo le duran unos cinco minutos.
-Te vi muy bien ayer con Miguel -le comento terminándome el té.
-Sí, es un encanto. Aunque también tiene su puntito intenso.
Suelto una risita y me levanto del taburete.
Una vez hemos recogido todo, decido llamar a mi abuela Louise. Mejor ahora que esperar a más tarde.
-Hola, abuela, ¿Cómo estás?
-Hola, bonita. Estoy bien ¿Cuándo llegas? Tengo ganas de verte -contesta con su voz suave y musical.
-De eso quería hablarte -hago una breve pausa- Te acuerdas que te dije que había hecho dos entrevistas ¿no?
-Sí, ¿Qué pasa?
-Pues, me acaban de llamar de una de ellas. Glam Magazine como te conté y, me han dado el trabajo. Empiezo mañana y no podré ir a veros.
-¡Enhorabuena! -dice loca de contenta- No pasa nada, el trabajo es el trabajo mi niña.
-Lo siento, abuela -digo apenada.
-No tienes nada que sentir. Pero espero que vengas pronto, está vieja y este viejo
te estamos esperando -comenta con humor.
Es siempre tan comprensible. Es encantadora.
Suelto una carcajada y ella me sigue.
-Claro. Iré pronto, te lo prometo. ¿Está por ahí el abuelo Austin?
-No, ya sabes cómo es. Aun teniendo setenta y dos años no para quieto.
Río.
-Sí, ya. Dale recuerdos de mi parte.
-Claro, se los daré. Cuídate mucho.
-Adiós, abuela.
Salgo de la cocina y me dirijo al comedor. Nora está todavía con el portátil comprando los billetes para Santa Mónica. Me siento en el sillón beis claro.
-¿Ya? -pregunta concentrada en la pantalla.
-Sí, me ha dicho que no pasa nada, pero que vaya pronto.
Mientras Nora saca los billetes de avión, yo llamo a mi madre y le cuento que ya tengo trabajo. Se pone a chillar de euforia. Me dice que ya me echa de menos, que vendrá pronto a verme y también que tenga cuidado, lo típico de todas las madres.
Por la tarde Nora y yo hacemos la compra y, cuando regresamos vemos una peli en DVD alquilada. Un poco más tarde llegan los chicos -Dani, Miguel y Alex- por lo visto quedaron en volver a venir hoy. Nos quedamos en casa charlando y jugando a la Wii de Nora. Un juego de esos que trae varios deportes. Como no, Nora la apasionada del deporte, y los chicos encantados. Yo no tanto, no se me dan nada bien esos juegos. Cuando estamos cansados de jugar al tenis, al golf y a los demás juegos, pedimos comida china a domicilio. Después de la comida toca maratón de chistes y monólogos encabezados por Dani y seguidos por Miguel y Alex, nos reímos hasta no poder más, son increíbles. Sobre las nueve se marchan.
En definitiva, lo he pasado genial, aunque siempre lo paso muy bien cuando estoy con ellos.