Prólogo
Un automóvil avanza errático y a alta velocidad por la carretera, solo iluminada con los tonos rojos, naranja y amarillo del atardecer.
–Marval, ¿qué sucede?, ¿por qué estás manejando así? –pregunta nerviosa la pasajera que va en el asiento trasero.
–Señora, yo…, no…, me…, siento…, bien.
–¿Qué? ¿Qué tienes? Para el auto entonces, páralo Marval.
–No… puedo
–Para por favor, pisa el freno.
–No…
El automóvil fue directo a estrellarse contra la defensa al no tomar bien la curva por el exceso de velocidad, aunado a que el chofer ya no estaba consciente de lo que hacía. El hombre quedó sin vida sobre el volante y la mujer que iba atrás tenía las piernas atrapadas por el asiento delantero que se deslizó con el impacto, su frente sangraba bañando su rostro y su visión estaba borrosa, pero pudo notar que abrieron la puerta, agudizó la vista tratando de distinguir a la persona que se inclinó sobre ella.
–Ayúdame –le pidió al reconocerla y solo recibió por respuesta una sonrisa malévola.
Seguidamente una mano enguantada cubrió su boca y nariz, luego sintió un pinchazo en el cuello y todo a su alrededor se nubló. Así la dejaron, en el borde de una carretera poco transitada, abandonada a su suerte por alguien que prefería verla muerta antes que feliz; inició una lluvia persistente que parecía un llanto que acompañaba su dolor y decepción.
***
A varios kilómetros de allí, al mismo tiempo que la pasajera exhalaba su último aliento, se escuchó un llanto agudo y le dijeron a una mujer:
–¡Es una niña señora!
La mujer apenas sonrió, su respiración era entrecortada y le costaba mucho mantener los ojos abiertos. En segundos entró un hombre que había oído el llanto de un bebé.
–¿Qué es? –preguntó ansioso.
–Niña señor, mire qué hermosa es.
–¡Zorra inútil! –exclamó dirigiéndose a la débil mujer–, te dije bien claro que necesito un hijo varón.
La mujer lo observó sin responderle, trató de hablar, pero el esfuerzo solo le produjo un acceso de tos.
“¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? Tengo mucho frío y hambre, buah buah, ay esa luz es molesta. ¿Qué? ¿Qué me hacen? No, suélteme, buah buah, ¿qué es eso? Ah, bueno, se me pasó el frío, pero no veo bien, ¿por qué será? Epa, ¿ahora adónde me lleva?, no, no, buah, buah, oh…, está bien…, tengo hambre, mmm, mmm.”
–Señora ya la envolvimos bien y está rosadita –dice una de las mujeres que asistió el parto casero.
–Pégasela al pecho para que deje de llorar –señaló otra de las mujeres ante el grito del hombre, pidiendo que callaran a la niña.
La madre de la recién nacida, casi desmayada, fue fuente de alimento para la pequeña que succionó su pezón con vigor, calmando su llanto inmediatamente.
–¿Cuándo estará lista?, tengo que preñarla de una vez, quiero…, necesito un varón…, ¿por qué eso no pudo ser un niño? –vociferaba irritado señalando el pequeño bulto en el pecho de la madre.
–Señor, por ahora no, está muy débil.
–Me avisan, la preparan y me avisan –exigió ignorando la recomendación de la mujer que atendía a su esposa–, estaré en mi despacho –dijo antes de abrir la puerta.
Las mujeres asintieron, el hombre salió y en el camino a su despacho se cruzó con una pareja de mal aspecto.
–Señor, ¿cómo resultó el embarazo de su esposa?
–Terrible, tuvo una niña, quiero que la desaparezcan de aquí, que no se sepa que esa desgraciada no cumplió con su deber, lo intentaré una vez más y si no lo logra, voy a hundirla en el mar.
El señor los llevó a su despacho, habló larga y seriamente con ellos, poco después la pareja entró en la habitación donde atendían a la mujer, entonces el hombre anunció:
–Tenemos orden de llevarnos a la niña.
–Esperen que está comiendo, no querrán que llore todo el camino –expresó la mayor de las tres mujeres que cuidaban de la señora y de la bebé.
“Tenía hambre, ahora quiero dormir, pero no sé por qué, me siento tan extraña, ay no me aprieten mi brazo, ¿qué?, déjenme dónde estaba, quiero dormir, tengo sueño…”
–No sea tan brusco, apenas tiene horas de nacida, tómela con cuidado que se está quedando dormida, ¿adónde la llevarán? –quiso saber una de las cuidadoras.
–No creo que eso sea asunto tuyo mujer –señaló el hombre–, aunque puedes ir a preguntarle al patrón, jejeje.
La pareja salió con la niña por un pasillo oscuro que daba a la parte trasera de la casona, subieron a una camioneta y tomaron rumbo desconocido, alejándose de la hacienda más grande de toda la zona, gran productora de ganado y que pertenecía a la familia más adinerada e importante del pueblo.
En el interior, el hombre ingresaba nuevamente en la habitación.
–¿Está lista? –cuestionó insistente e irracionalmente.
–Está agotada y muy débil señor, ¿pudiera esperar unos días?
–Por supuesto que no, salgan de aquí o se quedan a ver, no me importa –señaló y comenzó a desabrochar sus pantalones, las mujeres salieron apresuradamente de allí. Pasado el tiempo, casi una media hora después, se escucharon los gritos del hombre.
–Eh, venga alguien, rápido.
Una de las mujeres que atendió el parto entró y encontró al hombre con una pequeña toalla limpiando su pene ensangrentado.
–Señor, ¿qué pasó?
–Está sangrando, mírame, me llenó de sangre, es asquerosa.
–Señor, le dije que esperara unos días –intervino la mujer mayor entrando y revisando a la señora, quien había perdido el color y la conciencia.
–¿Qué tiene ahora? –preguntó el hombre con ironía.
–Hay que llevarla al hospital, señor, tiene que verla un médico.
–No, traigan el médico aquí –ordenó tercamente.
Cuando el médico llegó, solo confirmo la muerte de la señora, nadie se atrevió a decir lo que el dueño de casa había hecho, todo quedó como hemorragia severa, sin aclarar qué la produjo; el médico firmó el certificado por un buen paquete de billetes.
Ya muy lejos de la hacienda, la pareja se topó con una gran construcción totalmente cercada, preguntaron en los alrededores y les dijeron que era un orfanato, colegio y convento. Se miraron, sonrieron y decidieron que era el lugar perfecto para la niña, sus instrucciones eran sacarla de la casa y guardar el secreto de por vida, así que la dejaron allí, y con el dinero que tenían sería suficiente para alejarse por siempre.