Prefacio: El contrato
MALCOLM
Tras estar desempleado por tanto tiempo, firmé sin dilaciones el contrato que tenía delante, pero las siguientes palabras que salieron de la boca de mi nueva jefa, me dejaron sin habla.
—Felicidades, señor Doyle. A partir de hoy yo seré su dueña las veinticuatro horas del día, y deberá hacer lo que le ordene.
»Entonces, desnúdese, por favor. Quiero ver qué es lo que tiene para ofrecer.
Abrí los ojos de par en par apenas escucharla, preguntándome dónde demonios me había metido.
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ESE MISMO DÍA, MÁS TEMPRANO
Después de trabajar toda la noche, me sentía mareado y frustrado, pero no tenía tiempo para descansar.
Me di una ducha, arreglé mi barba y me puse uno de mis mejores trajes, porque hoy era un día especial: tenía una entrevista de trabajo.
Salí de mi habitación a toda velocidad con una carpeta entre manos, y fui abrumado por el perfecto aroma del café que preparaba mi madre.
—Mamá, buenos días.
—¡Cariño, buenos días! —saludó mi madre, que guardaba la vajilla en la cocina y, apenas detallarme, arrugó la cara—. ¿Se puede saber a dónde vas tan guapo?
—Tengo una entrevista hoy, ma, acuérdate.
—Ah… ¿la de la gran empresa? —cuestionó ella, echándose el cabello hacia atrás.
—Esa misma —dije y sonreí.
Me serví una taza de café y bebí con prisas.
—¿No vas a desayunar, hijo?
Negué con la cabeza.
—No me da tiempo, voy justo con la hora… hasta me voy a tener que pagar un taxi.
Ella me escudriñó con la vista y asintió.
—Ten mucho cuidado, ¿sí? Espero que te den el empleo. Todo saldrá bien.
—Estaré bien. Por cierto, ¿dónde está Star? —pregunté, mirando alrededor.
Star era mi hermana menor.
—Se fue temprano a la universidad.
—Oh…
Asentí y me terminé el café en cuestión de segundos. Me acerqué a mi madre, le di un beso de despedida y salí de ahí a toda prisa.
Ella, mi hermana y yo vivíamos en un departamento, nada muy elaborado, pero sobrevivíamos.
Tuve que caminar una cuadra hasta poder encontrar un taxi libre y, aunque me costaría un ojo de la cara, me subí en él para llegar a mi destino lo más rápido posible.
Hoy tenía una entrevista de trabajo en la sede de la Corporación Yuanfén que determinaría el resto de mi vida.
Con todo y atascos, llegamos al destino en tiempo récord y, al bajar en la calzada, me encontré un rascacielos imponente desde las letras enormes y doradas que encumbraban su entrada.
«Torre Yuanfén», este era el lugar indicado y, según mi reloj, todavía tenía tiempo, así que respiré hondo y me dispuse a entrar, tan solo para descubrir lujo y más lujo por todas partes.
Caminé por el brillante piso de terrazo hacia la recepción, mirando a mi alrededor arreglos lujosos, brillo y una preciosa iluminación y decoración de estilo industrial moderno, y me detuve frente al mostrador.
—Buenos días, señor, ¿en qué podemos servirle? —saludó una de las tres recepcionistas que tenía este lugar.
Así de enorme era.
—Buenos días. Tengo una cita para una entrevista de trabajo con la señorita Tara Liu. Mi nombre es Malcolm Doyle.
—Entendido, señor Doyle. Permítame confirmarlo.
Ella se dispuso a buscar en el sistema y, con solo introducir mi nombre y dar unos cuantos clics, volvió a verme y dijo:
—Señor Doyle, su cita es a las nueve de la mañana, dentro de quince minutos. —La muchacha miró alrededor y, al encontrar a la persona que buscaba, llamó—: ¡Connor, ven aquí, por favor!
Enseguida se me acercó un señor castaño de apariencia ruda. Él vestía un traje al estilo militar y se veía muy arreglado.
—¿Qué sucede, Cherry?
—Este es el señor Doyle. Tiene una cita con Madame por la entrevista para el puesto de asistente.
Enseguida, ese hombre me miró de arriba abajo como si fuese un inspector y, tras sonreír de costado, asintió con la cabeza.
—Entiendo. Señor Doyle, por favor, venga conmigo. Lo llevaré con Madame para su entrevista.
«¿Madame?», me pregunté. ¿Quién era esa?
Connor me guio al ascensor y presionó el botón del último piso, el cuarenta y uno.
Este ascensor, a pesar de ser una caja de metal, también tenía finas decoraciones doradas en el panel de selección, en los pasamanos, y espejos en los tres lados y el techo, cosa que llamó mi atención.
—La Corporación Yuanfén labora en los últimos quince pisos de esta torre, señor Doyle. En el piso cuarenta y uno se encuentra, además de la oficina del CEO, salas de reuniones VIP, y la oficina del departamento de planificación.
Connor me describió un poco la estructura del sitio al que íbamos, lo que agradecí bastante.
—La jefa del departamento de Recursos Humanos me llamó hace un par de semanas para la primera selección tras pasar los exámenes, pero insistió en realizar la entrevista en un restaurante familiar. Eso me pareció muy curioso.
El otro enseguida soltó una risilla.
—Shirley es así. Le gusta ver cómo reaccionan los candidatos ante escenarios inesperados. Hasta donde sé, eres el único candidato que pasó a la selección final, así que, de cierta forma, tienes el visto bueno de Madame.
Escuchar eso me llenó de una esperanza momentánea.
—Sin embargo, no te confíes. No sería la primera vez que Madame rechaza a un último aspirante porque no cumplió con sus expectativas… Ya ha despedido a varios de sus asistentes por eso.
Mi fe cayó en picada y, cuando el ascensor anunció la llegada a piso, con más nervios de los que tenía al subir, y un gran nudo en la garganta, bajé.
Me recibieron acabados cálidos, casi hogareños, y una atmósfera tranquila, donde cada quien se ocupaba de su trabajo en sus áreas.
—Por aquí, señor Doyle —indicó Connor.
Lo seguí rumbo a un corto pasillo que nos llevó a una gran puerta de hierro y madera que tocó sin penas.
Pasó tras escuchar una orden desde dentro, en tanto me quedé detrás de él.
—Madame, el señor Doyle ha llegado.
—Hazlo pasar —escuché una voz femenina, sí, pero fría y dura.
Casi la pude imaginar dándome una bofetada, y ni siquiera la conocía.
Connor volteó hacia mí, me dio una palmada en el hombro y, antes de marcharse, murmuró:
—Buena suerte muchacho. La necesitarás.
Tragué entero y entré a la oficina, un espacio enorme bordeado por grandes ventanales de cristal y, al fondo, en el centro, detrás de su escritorio, la vi. Era una damita de apariencia menuda que capturó mi atención al instante: finos rasgos asiáticos, como si Dios hubiera puesto toda su atención en su hermoso rostro, curvilínea y con un no-sé-qué que me apretujó el corazón en un instante.
Sin embargo, el frío me invadió en el momento en el que aquellos orbes oscuros que poseía se posaron sobre mí, y volteé, tratando de no parecer nervioso, para cerrar la puerta y caminar a su encuentro.
—Buenos días, señorita Liu —saludé con respeto al llegar a la mitad de la oficina.
—Adelante.
Me invitó a seguir y así lo hice. Cuando llegué frente al escritorio, ella continuó:
—Llámeme Madame, como todos lo hacen.
Su voz inquisitiva caló en mí con un escalofrío, y asentí con la cabeza por reflejo. A primera vista era preciosa, con unos labios carnosos y aspecto angelical, pero con solo unas pocas palabras me daba cuenta de que esas eran solo apariencias, y el miedo me invadió.
—Siéntese, por favor —indicó, mientras llevaba una mano a remover con elegancia esa larga cabellera negra que se gastaba, y volvió a mirarme.
Le hice caso y me quedé tieso y a su merced, con el corazón en la boca por alguna razón, como si esta fuese la primera vez que asistía a una entrevista de este tipo.
—Bien, señor Doyle, tras ver su hoja de vida, me di cuenta de que trabajó en el Grupo Hardy por seis años, como subgerente del departamento de planificación.
Asentí con la cabeza, tratando de reunir mi calma perdida, y ella prosiguió:
—Habla mandarín y francés, muy acertado… —Ladeó la cabeza con pasmosa lentitud—. ¿Qué le hace pensar que está calificado para este trabajo?
Su voz, suave, pero imponente al mismo tiempo, me llenó, y tuve que darme un par de segundos antes de responder:
—Tras haber trabajado para el Grupo Hardy por tantos años, me dediqué a las tareas de planificación y desarrollo.
»Debía centrarme en el control y ejecución de los proyectos, por lo que tengo amplia experiencia en la organización de tareas, y estoy acostumbrado a soportar una gran carga de trabajo, además de a la presión —contesté con calma.
Ella se sonrió y asintió con la cabeza.
—Me doy cuenta de eso porque, además de su trabajo formal, usted trabaja en el bar Kalon en el Bronx, ¿no es curioso?
Aquellas palabras me cayeron como una patada, y abrí los ojos de más por la sorpresa. ¿Cómo sabía eso? El que trabajara en un bar no figuraba en mi currículo.
—¿Por qué un hombre como usted, con un cargo tan respetable, se ve en la necesidad de tener ese tipo de trabajo? —preguntó la pelinegra con vehemencia.
Apreté los labios, y pregunté:
—¿Cómo supo eso?
—Tengo mis formas —soltó la mujer sin prisas—. Por favor, conteste.
Arrugué el cejo sin poder evitarlo, pero, al final, contesté:
—Si bien mi antiguo trabajo era aceptable a nivel profesional, el seguro médico no era muy bueno y… mi madre está enferma, entre otras cosas. Necesito más dinero del que ese empleo me daba para los gastos médicos, eso es todo.
Fruncí los dedos de los pies tras decir eso, pero me mantuve firme.
Una sonrisa pintó los labios de la dama frente a mí, y asintió gustosa.
—Ya veo… —murmuró—. Sin embargo, señor Doyle, si usted trabajará para mí, necesito su dedicación exclusiva.
—Sí, bueno…
—No puedo recibir menos que eso —interrumpió con tono tajante y muy seria.
La duda se regó en mi interior, porque el tema de tener más dinero era determinante para mí.
—Tengo esto para usted. Es un contrato que preparé. Léalo, por favor.
Ella me entregó una carpeta negra que, al abrirla, contenía varios folios impresos que no tardé en comenzar a leer.
Sin embargo, enseguida las alarmas se encendieron para mí, porque vi todos mis datos personales, incluso muchos que no se reflejaban en mi hoja de vida; no obstante, eso no fue lo que más llamó mi atención.
—¿Seis días a la semana, las veinticuatro horas del día? Pero…
—Usted vivirá en mi propiedad de martes a domingo, y los lunes podrá ir a casa, o a arreglar sus asuntos personales. Pero debe regresar a su lugar en la noche.
—Eso es demasiado —espeté mirándola con muchas dudas.
Necesitaba el empleo, pero… ¿a qué costo?
—Lo sé —contestó ella como si nada—. Siga leyendo, por favor.
La vi juntar las manos con gusto, y centré mi vista en las letras.
—La parte B (Malcolm Benjamin Doyle), prestará cualquier servicio que la parte A (Tara Liu) requiera o considere necesario, sin importar su índole o condición, y la parte B no tendrá derecho a negarse —recité en voz alta el contenido de esa escandalosa cláusula y me quedé callado.
Bajé a la parte del salario y, al verlos números, mi mente se puso blanca.
—Esto es…
—Su tiempo es preciado, ¿no es así, señor Doyle? —indagó la dama y se acomodó en su silla—. El tiempo es el bien más preciado de una persona, y por eso tiene un alto precio.
»Con eso no deberá preocuparse de gastos médicos nunca más, ¿no lo cree? E incluso podría buscar un mejor lugar para que usted y su familia vivan.
—Pero… —Tragué entero.
No sabía a qué se refería con esa cláusula, pero no podía ser nada loco, ¿verdad? Esta mujer controlaba tantas cosas, que de seguro se pasaba el día trabajando, por eso requería de un asistente a tiempo completo.
—Esta es una oferta que no recibirá en ninguna otra parte, señor Doyle.
—¿Puedo pensarlo? —Respiré hondo y me fijé en su rostro.
—Tiene veinte segundos, o buscaré a otro candidato —contestó con propiedad y se encogió de hombros.
«¡Qué mordaz!», exclamó mi voz interior.
Volví a leer la cláusula, y todo lo que tuve que hacer este mes para poder obtener algo de dinero se me vino a la mente… las facturas se acumulaban, los pagos pendientes, los impuestos, las medicinas… Ya eran siete meses sin trabajar y no me quedaban ahorros.
¿Tenía otra salida?
Si mi tiempo valía eso…
—Está bien… firmaré —dije antes de que el tiempo acabara.
La pelinegra me extendió una pluma e, intimidado por sus ojos oscuros, firmé sin dilaciones.
—Felicidades, señor Doyle. A partir de hoy yo seré su dueña las veinticuatro horas del día, y deberá hacer lo que le ordene.
Una sonrisa triunfal pintó sus labios, al tiempo que sentí que acababa de meter la peor pata de mi vida.