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Hasta que regreses a Mí

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Descripción

Ariana McFair creció con un miedo que fue creciendo poco a poco, que no sabía cómo explicar, pero de un día para otro volvió a reír y a tener un corazón que solo latía en paz cuando él estaba cerca. Trevor Deveraux-Lancaster fue su refugio en los días más oscuros, el único que supo entenderla sin necesidad de palabras y que la protegió de todos sus miedos.

Pero cuando ella creció, eligió otro camino, uno que la alejaba de su amigo de la infancia, y Trevor decidió alejarse.

Años después, cuando él vuelve a casa con una promesa de matrimonio a otra en los labios… y una herida abierta que nunca logró sanar, la vida de Ariana se remece como nunca lo imaginó.

Lo que ninguno de los dos esperaba era que el destino les diera una segunda oportunidad. Una que llegará con verdades dolorosas, promesas rotas… y un amor que, a pesar de todo, jamás dejó de existir. ¿Podrán pasar incluso sobre la lealtad?

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Capítulo 1: El niño que lo cambia todo
Los gritos en la mansión McFair despiertan a Erick y corre desde su cuarto hasta el de su hija. Al abrir la puerta se la encuentra sentada en la cama, llorando y avergonzada. —¡Lo siento, papi…! —le dice saliendo de la cama mojada y cubriéndose el rostro. —No, mi amor, tranquila… —Erick se acerca y la abraza al mismo tiempo que la lleva al baño—. Shhh… ya no llores, mi princesa bella. Katherine aparece envuelta en una bata y se mete con su hija al baño, en donde la ayuda a quitarse el pijama mojado para luego bañarla con ternura. Erick mira la cama y se pasa las manos por el rostro, está desesperado al ver que su niña reacciona de esa manera cada vez que volverá a la escuela. Comienza a sacar la ropa de cama y baja con ella a la lavandería, mete las sábanas y el cubre colchón impermeable a la lavadora, se va a la cocina y se sirve un poco de agua. Pero en lugar de beberlo, se queda mirando el vaso con las manos apoyadas en la barra, pensando en que debe tomar una decisión pronto. Las manos de su esposa le rodean la cintura y él se gira para aferrarse a su Katherine. —Ya no soporto más verla así… ¡Me parte el alma! —Lo sé, amor, me siento igual. Impotente, frustrada… no es justo que nuestra niña viva así, con miedo a salir. —Por eso tengo una idea y quiero que lo hablemos juntos —Katherine lo mira con atención y él respira con dificultad—. Ya no irá más a la escuela. —Pero, Erick… —Se educará en casa. Y buscaremos ayuda para que recupere la confianza, me niego a que viva con miedo toda su vida sin que pueda hacer nada para ayudarla. —Creo que es lo mejor —susurra Katherine con la voz temblorosa y se refugia en el pecho de su esposo. Calienta un poco de leche y ambos suben con Ariana, a la que Katherine ha dejado en la cama matrimonial para que pueda dormir tranquila. Recibe la leche, se la bebe poco a poco y sus padres se meten a la cama, dejándola en medio. Ella se aferra a su padre, porque siempre ha sido así, mientras Katherine le acaricia el cabello. —Perdón por decepcionarlos… —Jamás pienses eso, tesoro —le dice con dulzura Katherine—. No pienses en nada más, solo cierra tus ojos, descansa porque tú y yo tendremos un día de chicas. —¿Y la escuela? —Con tu madre pensamos que deberías estudiar en casa, ¿qué te parece esa idea? —Ariana mira a su padre y sus ojos se llenan de lágrimas. —Es… no es perfecto, pero creo que me gusta la idea de todas formas. Erick sonríe, le besa el cabello y los tres se quedan dormidos sin pensar más en el asunto. Por la mañana, Erick está en la cocina bebiéndose una taza de café recién preparado y mirando por la ventana, recordando cuando su hija era feliz corriendo en ese jardín, cuando no tenía miedo de hablar, de ser ella misma. Cierra los ojos tratando de pensar mejor las cosas, pero no hay mucho que hacer con respecto a Ariana. Para ella, el ser inteligente le ha costado el no tener amigos. No hay ni uno solo en su vida, además de los de la familia y eso no sería tan malo, si al menos estuvieran con ella. George ha decidido irse un tiempo para cuidar de su suegro enfermo, así que los gemelos están del otro lado del país. Y el pequeño Erick en verdad se esfuerza por acompañarla, pero con sus clases de atletismo no es mucho lo que puede hacer por su hermana. Su teléfono suena y ve que es Samuel, por lo que responde de inmediato. —Abandonado, ¿qué pasa? ¿Se te fue la mujer de nuevo? “Ja ja, muy gracioso. No, mi esposa está muy bien y hemos decidido regresar a Boston, queremos que el bebé nazca allá.” —Me parece perfecto, viejo. ¿ Cuándo llegas? “Hoy por la tarde. Mi esposa quiere ir a visitarlos en cuanto lleguemos, así que me esperas con comida y consejos de padre.” —No te hagas, tú ya sabes cómo serlo. “Sí, pero de bebés, no de un niño de casi once años.” Erick se ríe, pero sabe que Samuel está nervioso. Debe acostumbrarse a la idea de que tiene un hijo grande y que no será sencillo, porque el carácter de Trevor es algo especial. Katherine llega con su ropa sencilla, esa que a Erick le encanta porque se ve como una estudiante de universidad. Ambos se abrazan, se quedan mirando por la ventana y suspiran. —Todo era tan fácil cuando era una niña. —Ni me lo digas —susurra Erick y se sienta con su esposa en su regazo—. Todavía me falta que inicie su periodo… y ya siento terror. Katherine ríe suavemente con la última frase de su esposo, aunque no del todo, porque sabe que cada etapa traerá nuevos miedos, nuevos desafíos… y que Ariana está creciendo en un mundo donde su dulzura parece no tener lugar. —Yo solo quiero que sea feliz —dice ella acariciando el rostro de Erick—. Que se sienta libre, segura… amada. Aunque lo esté, no lo siente todo el tiempo. A veces creo que la oscuridad dentro de su mente es más fuerte que nuestras manos. —Pero nuestras manos no se van a soltar nunca —le asegura él, besándola en la frente—. Te lo prometo. De la misma manera que te protegí a ti, lo haré con ella, aunque me cueste todo lo que tengo. Se quedan abrazados un momento, pero pronto comienzan a moverse para seguir intentando sacar a su niña de todo ese dolor. El tiempo se pasa volando y la casa pronto será invadida de una nueva energía. La tarde cae suave sobre Boston, y en la entrada de la mansión McFair el jardín vuelve a parecer ese lugar de ensueño que alguna vez fue. Como si el ambiente supiera lo que está a punto de nacer. Ariana está en su rincón favorito del jardín, con su cuaderno de dibujo sobre las piernas. Lleva un vestido de algodón color celeste y el cabello suelto, con una trenza pequeña recogida en el lateral. Sus lápices descansan en una cajita a su lado, pero no ha dibujado nada. Solo mira las nubes pasar. Hace rato que ya no llora, pero tampoco sonríe, como si a su corta edad ya se hubiese olvidado cómo hacerlo. De pronto, escucha la puerta de entrada abrirse y el sonido de voces que ríen felices. Su rostro intenta contagiarse, esbozando lo que podría ser una sonrisa. No se mueve, no corre. Se queda en su lugar, con la mirada fija en un punto que nadie ve, hasta que unos pasos se acercan por el costado del jardín. —Hola, princesa… —le dice Samuel y ella corre a abrazar a su tío—. Estás hermosa y grande. —Tío… me dijo mamá que vienes para quedarte, ¿es verdad? —Claro —la deja en el suelo y le dice con dulzura—. Te presento a mi hijo, Trevor. Un niño un poco más alto que ella, que tiene el cabello n***o, bien peinado, y los ojos entre azules se para frente a ella. Viste con una camisa blanca, jeans y zapatillas limpias. Se nota que no esperaba estar ahí, tiene las manos en los bolsillos y la expresión de quien se siente incómodo, pero dispuesto a intentarlo. —Hola —dice con una voz suave, nada amenazante como la de sus compañeros de escuela—. Soy Trevor. Ariana lo mira por un segundo. Su corazón late rápido, como cada vez que se enfrenta a alguien nuevo. Pero pronto nota que no hay risa en sus ojos, ni burla o juicio. Solo un niño, como ella, perdido en una casa ajena. —Hola —responde Ariana, sorprendida de no haber huido—. Me llamo Ariana. —¿Puedo sentarme? —pregunta él, señalando con la cabeza un espacio a su lado. Ella duda un instante, mira hacia la casa y cuando nota que está segura, asiente. Trevor se sienta despacio, sin hablar. Pasa un momento de silencio que, por primera vez en mucho tiempo, no le parece incómodo a Ariana. —Me gusta tu jardín —dice él al cabo de un rato. —Gracias. Es lo único que sigue igual. —¿Igual a qué? —A cuando no tenía miedo. Trevor la mira con el ceño fruncido, pero no dice nada. Solo saca una ramita del césped y la gira entre los dedos. —Yo también tengo miedo a veces —comenta—. Incluso mi padre tiene miedo a veces, cuando se come el postre de mamá. Ariana lo mira con asombro y luego suelta una risita. Trevor se queda mirándola con detenimiento, intenta ver a esa niña que tiene miedo y que duerme mal, porque eso es lo que oyó de sus padres mientras iban a la casa. Pero solo ve una niña bonita, alegre y que parece un ángel. —Papá a veces también se mete en problemas. Creo que verlos tener miedo, ayuda un poco. —Sí, aunque para nosotros no es suficiente para ser valientes, ¿verdad? —Ariana asiente y mira sus manos. —Yo también me siento así. Como si todos fueran mejores… o más valientes —Trevor sonríe apenas, bajando la mirada. —Tal vez tú y yo podamos ser cobardes juntos —dice. Ariana no sabe por qué, pero ríe otra vez. Y él también. Desde la ventana, Katherine se queda observando y sus ojos se llenan de lágrimas cuando oye a su hija reír. Suspira y llama a Erick para que vea. Él llega, rodea a su mujer por la cintura y, al verlos juntos en el jardín, no necesita decir nada. Quizá… solo quizá… hoy empiece a cambiar todo.

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