5 El primer asalto

1240 Palabras
Noah Mi mirada seguía a la chica nueva. Maggie. Había algo en ella que no encajaba con el molde perfectamente pulido y complaciente de Westview High. No era la típica porrista, hambrienta de estatus y reflectores, ni la típica sabelotodo asustadiza que se refugiaba en los rincones. Tenía una especie de fuego tranquilo en sus ojos, una inteligencia palpable que la hacía destacar sin esfuerzo, casi a su pesar. Eso era algo que no veía a menudo, al menos no en Georgia. Aquí, la mayoría de las chicas se esforzaban por encajar; ella, en cambio, irradiaba una indiferencia total hacia la maquinaria social. ​—¿Qué te tiene tan pensativo, Ice? —preguntó Jayden, sacándome de mis divagaciones mientras caminábamos hacia el aparcamiento. Troy ya estaba subido en su reluciente Mustang convertible rojo, subiendo el volumen de la música a tope, un himno de rock sureño que hacía vibrar el suelo. ​—Nada —mentí, con la suficiente naturalidad para que pareciera una verdad banal. Pero sabía que Jayden me conocía demasiado bien. Él solo asintió, una leve sonrisa curvándose en sus labios. No me creía, pero tampoco presionó. Jayden era así: observaba, procesaba y esperaba pacientemente a que la verdad saliera a la luz. ​Esa noche, mientras Tatiana estaba en mi habitación, su risa superficial y sus movimientos calculados se sentían más vacíos que nunca. Era un guion que me sabía de memoria, una rutina que ya no me ofrecía ningún placer, solo una breve distracción. La atmósfera, generalmente cargada de una emoción cruda, se sentía artificial, estéril. Mis pensamientos, traicioneros, se desviaban constantemente hacia Maggie. ​¿Por qué su indiferencia me molestaba tanto? Estaba acostumbrado a que las chicas me persiguieran, a que se desvivieran por una mirada, un cumplido, un reconocimiento. Mi estatus era un imán. Ella, en cambio, ni siquiera se había inmutado ante mi presencia. Su desprecio involuntario era un desafío directo a mi identidad, al reinado de "Ice". ​Me levanté abruptamente de la cama, interrumpiendo un momento que se suponía íntimo. Tatiana me miró con una mezcla de confusión y frustración. ​—¿Qué pasa, Noah? —preguntó, usando mi nombre real, lo que indicaba que estaba genuinamente molesta. ​—Nada. Solo... necesito agua —mentí, dirigiéndome a la cocina. ​La verdad era que necesitaba espacio. Necesitaba entender por qué la imagen de una chica con gafas y libros me había noqueado más que cualquier defensa en la cancha. No se trataba de atracción física obvia, aunque ella era atractiva de una manera atípica, sino de una tensión intelectual que me resultaba completamente nueva. ​Al día siguiente, en la escuela, la busqué sin darme cuenta de que lo hacía. Ya no era un escaneo general del territorio; era una búsqueda deliberada. La vi durante el almuerzo, y luego, después de la clase de gimnasia. Estaba en el pasillo, riendo con Kit y Lola. Lola, el cabello rosa como un faro, y Kit, sonriendo con su habitual calidez. Maggie llevaba unos vaqueros desgastados y una sudadera simple, pero aun así se veía… diferente. Atractiva de una manera que no era obvia, sino que se revelaba poco a poco: en la forma en que se mordía el labio cuando pensaba, en cómo sus ojos se estrechaban cuando se concentraba. ​Decidí que era hora de un "encuentro casual". No podía parecer desesperado, ni siquiera interesado. La aproximación tenía que ser medida. Como una jugada de baloncesto perfectamente ejecutada, calculé el momento. Lola era mi puente, la excusa perfecta. ​Caminé por el pasillo, ajustándome la mochila, como si fuera de camino a mi taquilla. El movimiento era fluido, confiado, la caminata de un chico que sabe que es el centro de atención. Calculé la trayectoria, el paso perfecto, y me detuve junto a ellas. ​—Hey, Lola —dije, mi voz fuerte pero casual, ignorando deliberadamente a Maggie por un segundo para establecer mi objetivo. ​Lola se giró, sus ojos rosados brillando. —¡Noah! ¿Qué pasa? ¿Vienes a avergonzar a mi hermano? ​—Nada, solo de paso —respondí, dejando que mis ojos, finalmente, se posaran en Maggie. Mi mirada fue intencionadamente más larga de lo normal. —Y tú debes ser la famosa Maggie. Jayden me ha hablado de ti. Me dijo que te mudaste de Nueva York. ​Era una mentira descarada; Jayden solo había dicho: "esa es Maggie, la cerebrito". Pero la frase sonaba bien, establecía una conexión y me daba una excusa para dirigirme a ella. ​Maggie me miró con sus ojos avellana, una ceja ligeramente arqueada por encima de las gafas. No se sonrojó, no tartamudeó. No mostró ni un atisbo de nerviosismo o admiración. Simplemente me evaluó con esa mirada tranquila y crítica que había notado en el estacionamiento. Era como si estuviera comprobando la calidad de un producto antes de decidir si valía la pena. ​—Y tú debes ser Noah 'Ice' Carter —dijo, su voz tranquila, con ese toque de Nueva York que le daba un aire de sofisticación y un toque de velocidad. —El famoso jugador de baloncesto con la beca de la NCAA en el bolsillo. ​La forma en que lo dijo, con una pizca de ironía sutil y sin un ápice de asombro, me tomó completamente por sorpresa. No era adulación, era una observación de hechos. Mi ego, acostumbrado a ser alimentado, se sintió... desconcertado. Era como si ella hubiera despojado mi apodo y mi estatus hasta reducirlos a un titular de periódico. ​—Ese soy yo —respondí, dándome cuenta de que estaba sonriendo. Una sonrisa genuina, nacida de la sorpresa y el interés, no la sonrisa practicada que solía usar para encantar a las chicas. Me apoyé ligeramente en las taquillas, buscando mantener la conversación. ​—Encantada —dijo ella, con una sonrisa educada. Una sonrisa que no llegaba a sus ojos del todo, una cortesía que no prometía nada más. ​—Igualmente —contesté, tratando desesperadamente de pensar en algo más inteligente que decir, algo que la hiciera detenerse y hablarme más. Quería saber por qué su acento era diferente, qué tipo de libros leía, qué la hacía reír. ​Pero antes de que pudiera formular un pensamiento coherente, la campana sonó, indicando el final del recreo con un chirrido estridente. ​Maggie recogió sus libros, los ajustó contra su pecho. —Bueno, fue un placer, Noah. Tengo clase de Física. Nos vemos, chicas. —Y con eso, se despidió de Lola y Kit con un asentimiento y se alejó por el pasillo, su paso firme y sin mirar atrás. ​La vi marcharse, la frustración burbujeando en mi interior. Ni siquiera un poco impresionada. Cero impacto. Era un enigma, una pared de ladrillo ante mi avance. Y de repente, me di cuenta de que quería resolverlo más que cualquier jugada que Davies me hubiera puesto. Mi interés por Maggie acababa de pasar de una curiosidad pasajera a algo mucho más determinado. ​A mi lado, Kit y Lola se reían. ​—Vaya, esa fue rápida —comentó Lola. —Maggie no pierde el tiempo. ​—Sí —murmuré. Mi mente ya estaba ideando el siguiente movimiento. Tatiana y su séquito se veían como un color aburrido y desvaído en comparación con los vibrantes matices de Maggie. El juego en Westview High ya no era sobre baloncesto.
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