Maggie
Mi semana había mejorado exponencialmente gracias a Kit y Lola. Estudiar en grupo resultó ser sorprendentemente divertido; la presencia constante de Daniel, el "cerebrito" de nuestro equipo, era un ancla académica, y las ocurrencias espontáneas y ligeramente caóticas de Lola siempre lograban sacarme una carcajada. Chloe, con su pragmatismo y sus chistes secos, era el contrapeso perfecto. Me sentía más arraigada en Georgia de lo que jamás hubiera imaginado posible. Incluso empecé a ver el encanto del pueblo, o al menos, el encanto de tener un grupo de amigas que me hacían sentir bienvenida. La soledad que había arrastrado desde Nueva York comenzaba a disiparse.
Un viernes por la tarde, en el vestíbulo de la escuela, Lola soltó la bomba con su habitual entusiasmo desbordante.
—¡Pijamada en mi casa esta noche! —anunció, agitando los brazos. —Mis padres están en Savannah todo el fin de semana, tienen una convención de no sé qué, y es la oportunidad perfecta para ver películas de terror realmente malas, comer pizza hasta reventar y quizás... un poco de chismorreo sin censura. ¡Nada de chicos, solo chicas!
Kit y Chloe estuvieron de acuerdo al instante, sus rostros iluminados por la perspectiva de una noche de libertad. Miré a Lola, un poco aprensiva. Las pijamadas de Nueva York eran una cosa, las de Georgia, especialmente en una casa tan grande y desatendida, podían ser totalmente diferentes. Mis instintos me gritaban que mantuviera un perfil bajo.
—¿Estás segura? —pregunté, ajustándome las gafas. —No quiero causar problemas. Soy nueva y...
—¡Problemas es mi segundo nombre, Maggie! —exclamó Lola, entusiasmada, ignorando mis reservas. —Y además, el primer mes es para que te desmadres un poco antes de que te atrape la rutina. Es viernes. Necesitamos desestresarnos, y tú necesitas ver cómo se vive realmente en Westview. ¡Tráete tu pijama más cómodo y una mentalidad abierta!
Así que, con una bolsa de dormir, mi pijama de franela más cómodo y una extraña sensación de anticipación, me dirigí a casa de Lola esa noche. La casa era enorme, pero sorprendentemente acogedora, llena de risas amortiguadas y el inconfundible olor a pizza y palomitas de maíz quemadas. Ya estaban allí Kit y Chloe, y un montón de cojines estaban esparcidos por la lujosa sala de estar, creando un campamento de chicas en el piso de madera pulida.
Estábamos en medio de una intensa discusión sobre si el villano de la película de terror que Kit había elegido (una joya de bajo presupuesto sobre una muñeca poseída) era realmente un fantasma o simplemente un tipo con serios problemas de ira, cuando oímos la puerta principal abrirse.
—¡Lola! ¿Estás aquí? Olvidé mis... Oh, hola chicas —dijo una voz familiar.
Me giré, la rebanada de pizza a medio comer a medio camino de mi boca. Y entonces lo vi.
Jayden, el hermano de Lola. Era alto, guapo, vestido casualmente con pantalones de chándal y una camiseta, con el pelo oscuro despeinado y una sonrisa fácil. Entró en la sala, sus ojos recorriéndonos, y se detuvo en mí. Hubo un destello de reconocimiento, y luego su sonrisa se ensanchó, genuina y amable.
—Hola, Jayden —dijo Lola, algo irritada por la interrupción. —¿No se supone que ibas a la casa de Troy a jugar videojuegos hasta las tres de la mañana?
—Sí, pero dejé mi cargador de la laptop aquí, y sabes que Troy no tiene repuesto —respondió, sin quitarme los ojos de encima. Caminó con paso seguro hacia el sofá, pero se detuvo junto a nuestro círculo. —Soy Jayden, por cierto. Y tú debes ser Maggie. Mi hermana no ha parado de hablar de ti desde el lunes.
Me sonrojé un poco, sintiendo el calor en mis mejillas. Jayden era atractivo, en el sentido de una belleza accesible y amable. —Encantada. Sí, soy Maggie.
Justo en ese momento, la puerta principal volvió a abrirse, esta vez con un portazo ruidoso, y Jayden hizo una mueca de auténtico fastidio.
—Genial. Olvídalo. Parece que la pijamada de Lola se acaba de convertir en una fiesta de chicos no invitados —dijo, suspirando dramáticamente.
Y entonces entraron.
Troy, con su habitual arrogancia ruidosa, llevando bolsas de snacks de marca caros. Zayn, Malik, Adrian, los otros jugadores clave del equipo, riendo y bromeando con la ligereza del estatus que les daba la cancha.
Y... Noah Carter.
Mi corazón dio un vuelco. No esperaba verlo aquí. No en este ambiente, no sin la armadura de la escuela o la cancha. De repente, la sala de estar se sintió más pequeña, el aire más denso, cargado de una electricidad innegable que no era solo mi imaginación.
Noah me vio de inmediato. Sus ojos azules, que me habían parecido fríos y distantes en el pasillo, ahora tenían una chispa definida. Una chispa de interés, de conocimiento. Una chispa que me hizo sentir una extraña combinación de nerviosismo y... algo más. Una punzada de excitación.
Se detuvo en la entrada, su mirada fija en mí. Troy estaba haciendo alguna broma ruidosa sobre la película de terror y las "chicas asustadizas", y Lola resoplaba por lo bajo, preparándose para echarlos, pero todo el sonido pareció desvanecerse para mí. Solo estaba él, viéndome, con esa intensidad que te hacía sentir que eras la única persona en la habitación, incluso con media docena de personas más presentes.
Jayden le dio un codazo a Noah, con un ligero reproche amistoso. —¡Ice! ¡Deja de babear! Es Maggie, la nueva. Amiga de Lola.
Noah no apartó los ojos de mí. Había un pequeño corte en su barbilla, probablemente de afeitarse después de la práctica, y llevaba una camiseta de un equipo de la NBA que no era su equipo local. Una sonrisa lenta y depredadora apareció en sus labios. No era la sonrisa educada del pasillo. Era una sonrisa que prometía problemas, del tipo que te arrastra y te consume. Y por primera vez, no me sentí frustrada por su arrogancia. Me sentí... atraída. Irresistiblemente.
Mi mente, esa parte lógica y neoyorquina de mí, gritó: ¡Peligro! ¡Aléjate del rey!
Pero mi corazón, ese traicionero órgano que había estado en silencio desde el accidente de papá, ya estaba bailando al ritmo de su mirada. Y en ese momento, bajo las luces tenues de la sala de Lola, con el eco de la música y el olor a palomitas de maíz, supe que mi vida en Georgia acababa de volverse mucho más complicada. Y, sorprendentemente, mucho más emocionante.